El Atlético de Madrid, ya está dicho, tiene un problema de fútbol. Es un problema incompatible a mi modo de ver con una extraordinaria plantilla de jugadores, probablemente una de las mejores de Europa, y que uno pensaría que tiene que jugar necesariamente mejor. Pero el Atleti tiene otro problema aún peor que el de su juego mediocre y es el de un discurso más mediocre aún.
El Atleti tiene un discurso perdedor. Anoche escuché a Antonio Martín Talavera decir en la Cadena Ser que el discurso del holograma a sus chicos consistió en decirle a los jugadores que el objetivo ya estaba conseguido. ¡El objetivo conseguido! O sea, reúnes a tu plantilla para decirle que el objetivo (que, según él, debe ser el de meterse entre los tres primeros) ya está logrado pero que, ya puestos, como han llegado hasta ahí, no estaría mal ganar la Liga.
Tala dijo eso: el objetivo está logrado pero el esfuerzo que habéis hecho ha sido extraordinario y os merecéis ganar este campeonato por el que tanto habéis luchado. O sea, un discurso economicista. Un discurso mediocre. El discurso de un perdedor.
Sin fútbol y sin discurso, al Atleti debería quedarle el último empujón de la afición o el arreón apoyado en el espíritu crítico del perioatletismo, pero desafortunadamente no cuenta ni con el uno ni con el otro. Por lo que todos sabemos, por el maldito coronavirus, la afición no puede estar en las gradas. Y el perioatletismo se conforma con las migajas que caigan de los platos del Madrid o del Barcelona. O, para ser exacto, el nuevo perioatletismo. Entre los periodistas que han seguido siempre al Atleti, al menos a los clásicos que yo conozco, siempre existió un punto de rebeldía y, por supuesto de autocrítica. Con más de 30 años de experiencia profesional a sus espaldas, José Miguélez, de cuya colaboración en El Primer Palo me enorgullezco, es el mejor ejemplo de esto que yo conozco. Siempre atinado, siempre certero y... siempre crítico, poniendo siempre el dedo en la yaga.
Lo que yo observo sobre muchos de los periodistas jóvenes que siguen ahora al Atleti es que primero son atléticos y luego son periodistas, y por otro ende oficialistas. O sea, compran un discurso amanerado y amaestrado, se conforman con lo que hay y lo que hay es poco fútbol, menos ideas y un mensaje que se solaza de nadar entre tanta mediocridad. No hablan ellos, habla el club. Y, así, también se convierten ellos mismos en hologramas.
Ahora recuerdo cómo luchó Radomir Antic, que Dios tenga en Su Gloria, por buscarle a su Atlético de Madrid el espacio que él consideraba justo, que era, en su opinión, el mismo que merecía, por ejemplo, el Real Madrid. Aquel Atleti de Antic tenía fútbol y, al mismo tiempo, el juego se adornaba con un discurso ambicioso. Fruto de todo aquello llegó un doblete inimaginable. Y, con sus estridencias, a aquello colaboró también Jesús Gil, que en paz descanse. Gil se equivocó mucho, eso seguro; metió la pata mil veces, no era precisamente un ejemplo de estabilidad deportiva, pero detrás de todas y cada una de sus acciones y declaraciones se escondía a la vista de todo el mundo un discurso que siempre quería más.
Hoy Gil no reconocería al Atleti de Gil, Jesús no comprendería cómo su hijo Miguel Ángel reúne a sus jugadores para decirles que el objetivo está logrado cuando falta lo mejor y más duro, ganar el campeonato. Con muchos más recursos y mejores futbolistas, uno tiene sin embargo la sensación de que este Atleti es bastante más ramplón que aquel otro. Antic era ambicioso, Simeone es conformista. Antic quería más, a Simeone le basta con luchar con los mejores. Y, mientras tanto, el perioatletismo (aunque no sé si llamarlo ya directamente atletiperiodismo) arrastrando la lengua por el suelo. Por todo esto el Atleti no va a ganar la Liga. Por todo esto la van a ganar o el Real Madrid o el Barcelona. Por cosas así. Porque no está Antic. Ni tampoco el otro Gil.
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