En una España en la que las palabras dicen una cosa pero significan otra y el discurso político se escribe con el diccionario de la vileza y se pronuncia con la lengua bífida de los buhoneros, con la saliva de los gorgoteros y con los labios de los mercachifles, la única verdad es que todo es mentira y la única Ley es la que place y conviene al Poder. El delito deja de serlo en función de la rentabilidad política que el delincuente pueda ofrecer, el perdón es un agravio, el separatismo un derecho, la Constitución una referencia polisémica, la democracia un esfínter en el que todo cabe, las urnas la lavativa del Sistema y las sentencias de los Tribunales de Justicia son venganza y revancha que perturban la concordia entre los que odian a España y los que la gobiernan sin amor y sin conciencia, sin responsabilidad y sin vergüenza.
Esa es la concordia que Pedro Sánchez proclama, no porque crea en ella sino porque la necesita para colmar su vanidad dándole cuerda a los relojes de la infamia, que son los únicos que miden su tiempo. No sabe lo que significa concordia, pero es un consumado maestro de la villanía en todas sus modalidades, por eso ha traicionado también a los magistrados del Tribunal Supremo, a los que arrancó una sentencia de seda para los criminales que trataron de asesinar a España por amputación de Cataluña, presentándolos ahora como a sayones de horca y cuchillo, vengativos y revanchistas que con sus sogas y sus aceros espantan a su concordia.
Cuando hay Justicia no cabe la venganza, pero cuando la injusticia campa por sus fueros espoleada por la necesidad de concordia política entre delincuentes y felones, la venganza se alza como una bandera de libertad entre los humillados por la traición. Es así desde que, en la Antigüedad, el Estado convirtió al hombre en ciudadano pidiéndole que le entregase su legítimo derecho a la venganza para codificarla en Ley y proteger su vida, su honor, su hacienda y su libertad. Cuando no impera la Justicia reina la venganza, que es la única concordia posible entre los felones y sus víctimas, los traicionados por el claudicante perdón del Estado para los que intentaron destruir la Concordia de la Patria con la quijada de Caín.
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