miércoles, 16 de junio de 2021

ENRIQUE CRESPO: “Si el toro le quita la salud a un torero, nosotros nos encargamos de tratar de devolvérsela”


El pasado sábado, día 12 de junio, apenas tres semanas después de sufrir la gravísima cogida en la plaza de toros de Vistalegre de Madrid, volvía a torear el novillero Manuel Perera. Uno de los artífices del milagro, aparte del afán de superación del propio espada, es el doctor Enrique Crespo. Madrileño de nacimiento, pero zamorano de cuna, su padre el imbuyó el amor por la medicina y el toreo.
Enrique Amat
Avance Taurino / 16 Junio 2021
“Mi padre, el doctor Antonio Crespo Neches, es de Zamora, a la que considero mi tierra. Y me transmitió el amor por la Semana Santa, por Zamora, por la medicina y por la cirugía taurina. Somos ocho hermanos, y yo nací en Madrid, aunque me considero zamorano. Mi padre me dirigió a su vocación y por eso me he dedicado a la medicina y a la cirugía. Tuve la suerte de nacer en una familia de médicos, Mi bisabuelo, Antonio Crespo Carro fue el primer cirujano de la plaza de Zamora, al que sucedió su hijo Dacio Crespo Álvarez, quien estuvo cuarenta años al frente de esa enfermería; y finalmente mi padre, uno de los cuatro ó cinco cirujanos de mayor trascendencia en la historia de la cirugía taurina. Yo empecé, siendo estudiante de Medicina, acompañándole por las plazas de toros de los pueblos en Madrid, en Toledo. Mis inicios fueron en el año 1.981. En aquellos cosos del Valle del Tiétar me adiestré. Y, desde 1.985, me sirvieron las experiencias Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo.”

Tres heridos graves en una feria dan trabajo y generan mucha responsabilidad. Y ustedes estuvieron de Puerta Grande.

“Pues así es. El equipo Crespo tuvimos trabajo. Pero las puertas grandes son para los toreros. En el toreo triunfan los toreros, los ganaderos o el empresario que es quien se juega el dinero para montar una feria. Los médicos lo único que hacemos es estar preparados para intervenir. No es lo que queremos, pero es lo que hay. A nosotros nos gusta estar en el callejón. E ir a la enfermería solo para beber agua o a disfrutar del aire acondicionado. Pero debes estar dispuesto para lo que pueda suceder, si bien no deseas que esto suceda. Nuestra satisfacción es que no pase nada. Y si por las circunstancias, los toreros entran en la enfermería, curarles y que luego evolucionan bien y sanen. Lo nuestro es cumplir con el deber, nuestro espíritu es que, si el toro le quita la salud a un torero, nosotros nos encargamos de tratar de devolvérsela. Ese es nuestro ánimo, nuestro espíritu y nuestra satisfacción.”

La cornada de Manuel Perera recordó la que debió sufrir Joselito El Gallo en Talavera.

“Sí, debió ser algo parecido. Pero la medicina ha evolucionado mucho. Lo de Joselito, el Rey de los toreros, no solo fue el shock traumático. Tuvo una hemorragia retroperitoneal, y no le abrieron lo suficiente para descubrirlo. Esta cornada de Manuel Pereira se pareció más a una que atendimos a Rivera Ordoñez en Huesca, que fue brutal. El otro día el impacto del toro sobre el chaval fue tremendo y llegó con una impresión y un dolor tremendo a la enfermería. Es apenas un niño, era su segunda novillada con caballos que toreaba. Entró en shock. Aunque en la plaza me impresionó más el percance de Juan José Domínguez cuando lo vi colgado del pitón, en la enfermería fue más dramático el de Perera. Entró con un síncope vasovagal. Le pedía auxilio a su apoderado Juan Jose Padilla y le decía: maestro, maestro me voy a morir.”

En esos momentos uno tiene que estar con un gran temple y no menos serenidad.

“La taurina siempre es una cirugía de urgencia y, en la plaza de toros, los cirujanos tenemos que saber hacer de todo. Y saber sobreponerse a la tensión que se forma en la enfermería cuando hay un herido crítico. Ese dominio de la situación, la forma de aislarte del entorno facilita que el médico trabaje con tranquilidad y coordinación. Lo más importante es mantener la calma. Y cumplir el protocolo en esos momentos tan críticos. Primero hace falta sosiego. Evitar el caos. Y eso se consigue con la experiencia y después de haber atendido muchos percances. Yo llevo 510 cornadas atendidas en mi vida. Y hay muchos momentos trágicos y dramáticos, en los que hay que saber qué hacer en cada momento. Y contagiar a los jóvenes. En 1985, apenas acabada la carrera, yo ya había operado con mi padre, que me dejaba atender los percances menos graves. Y un 11 de agosto, en San Martín de Valdeiglesias, un toro le pegó una cornada brutal a José Luis Bote en la femoral. Hubo una crispación general y mucha tensión en la enfermería. Y el médico que estaba aquel día de responsable del equipo, quien no era cirujano taurino, después de operar se desplomó por la tensión que había pasado.”

El día del percance de Domínguez, se le sumó el de Pablo Aguado.

“Acabamos de terminar con Domínguez y entró Pablo. La verdad es que en la enfermería había medios para atender las dos cornadas incluso si hubieran sido simultáneas. La enfermería la diseñó mi padre junto con Arturo Beltrán. Y luego, como se dan pocos festejos, lo que se hace es traer un equipo, y la empresa quirófano San José aporta todo el equipamiento necesario. Por ejemplo, yo voy a Ciudad Rodrigo a los encierros, y allí tenemos tres quirófanos dispuestos. Alguna vez hemos tenido hasta once heridos en un encierro. El éxito es operar de inmediato, es como se curan mejor las heridas, pero para ello se necesita estructura, médicos y aparataje.”

Eso fue algo por lo que luchó su padre, el doctor Crespo Neches.

“Eso es lo que siempre le preocupó a mi padre, la atención médica en los festejos. Y se dio cuenta de que la evolución y la recuperación de los toreros era mejor si eran atendidos de inmediato en la enfermería. Aquellos otros heridos que eran operados con retraso, hasta que llegaban un centro médico, evolucionaban peor. Mi padre operaba por entonces en el hospital de La Princesa, y un empresario que llevaba varias plazas de Castilla le pidió un equipo para sus plazas y que montasen los equipos en el lugar que se pudiera. Y así lo montábamos bien en un bar, en una escuela o en un gimnasio. A partir de los 80, vio unas obras de una caseta y vio que ahí se podría montar un quirófano. Y también una sala de curas. Fue el inventor de los quirófanos móviles que luego han ido evolucionando. Y todo lo hizo por comodidad suya y por el bien de los toreros. No fueron los estipendios económicos, nunca los buscó, más bien todo lo contrario. No quiso alcanzar prestigio profesional fuera de su trabajo clínico-hospitalario cotidiano. Ni ganarse la amistad de figuras del toreo para presumir en los callejones ó en las tertulias. Tampoco obtener el reconocimiento del resto de colegas, con algunos de los cuales tuvo conflictos afortunadamente superados en vida. Es más, si se me apura, la defensa de sus principios médico-taurinos le causaron no pocos problemas y enfrentamientos.”

Y además instó a empresas y ayuntamientos a mejorar las atenciones médicas y se ocupó de adiestrar a las nuevas generaciones.

“Dedicó más de media vida a la Cirugía Taurina. Desde finales de los años setenta se empeñó en que en las plazas se debía ofrecer un servicio sanitario de garantía y a ello se entregó. Su condición de médico militar le había proporcionado experiencia en los hospitales de campaña para trasladarla a las plazas de toros de los pueblos y organizó enfermerías transportables y diseñó quirófanos móviles. El ganaba dinero en el hospital y luego su clínica privada como traumatólogo. Pero su vocación le llevó a dejar la consulta e iba a muchos pueblos por los gastos y a veces ni eso. Muchos ayuntamientos y empresas lo entendieron, otros no, pero la verdad es que tuvo muchos resultados. Lo que quería era la satisfacción profesional. Prestar una buena atención en cualquier sitio, con independencia de la categoría de la plaza. Dar el mejor servicio a los heridos.”

Eso es un espíritu que ha inspirado a la Sociedad Española de Cirugía Taurina.

“En la sociedad tenemos varios objetivos. Evitar el intrusismo de los profesionales, que ahora lo cierto es que es cada vez menor. Pero sobre todo atender a la formación y a la vocación. Las nuevas generaciones de médicos tienen muchas opciones para trabajar ahora, y no tienen tanto tiempo para dedicarse a los toros. Pero hay que inculcar estos valores. Hay que estar agradecido de atender y curar graves lesiones, y conseguir que en una semana ya puedan estar a los toreros bien. La satisfacción de curar a un herido grave es grande.”

El dinero es secundario.

“Es necesario, pero no nos importa. Existe una relación de grandes cirujanos taurinos. Doctores como Fernando Carbonell, Cristóbal Zaragoza y López Quiles, en Valencia, Masegosa en Albacete, García Padrós en Madrid, Octavio Mulet en Sevilla, Carlos Val-Carreres y su hija María del Pilar en Zaragoza, Ángel Hidalgo en Pamplona ó Rafael Fuentes en Jaén y Úbeda, entre otros. Y lo hacen casi todos por amor al arte. Aquí por dinero no se está, esto es inviable. Porque el tiempo que dedicamos es imposible de retribuir. Perdemos dinero. Porque encima nos preocupamos del equipamiento, de los desplazamientos, y nuestras horas de trabajo no son evaluables. Pero esos lo de menos.”

Dicen que el verdadero disgusto es cuando uno no puede hacer más por un enfermo.

“Eso es lo dramático. Cuando un herido se te muere, o las complicaciones de la herida hacen que esta se agrave. Yo no me preocupo de lo que va a salir bien. Lo que quiero es estar preparado para lo que pueda salir mal. Porque las heridas por asta de toro son muy traicioneras, son traumas con complicaciones. Hasta la más leve se puede infectar. Siempre piensas en lo que debiste hacer y no hiciste. Por ejemplo, la noche de la cornada de Juan José Domínguez no dormí, pero no por lo que había hecho, sino por lo que pensaba que podría haber pasado. Durante dos o tres noches das vueltas pensando en las complicaciones de lo que podía haber sucedido Yo siempre rezo por los toreros antes de los festejos. Soy cristiano y creyente. Y me encomiendo a mi padre y también al doctor Vila, el que fuera cirujano de la plaza de toros de Sevilla.”

La experiencia con los toreros en la enfermería le ha hecho detectar que estos tienen vocación de héroes y una gran capacidad de resistencia el sufrimiento.

“Es algo extraordinario, son seres con una gran presencia de ánimo ante el dolor de la herida. El matador, ejerce un control sobre el dolor y se sobrepone al sufrimiento. Cuando la tragedia surge, se produce una respuesta anímica en la personalidad del torero que lo hace único: una colosal voluntad de recuperación ante la herida. No hay más que recordar aquellas imágenes de Paquirri en Pozoblanco hablándole al doctor Eliseo Morán. Con todo, Los toreros lo siguen pasando peor que los médicos, por supuesto. El otro día a Román, a acabar la corrida de Adolfo Martín le dije: “vaya miedo que nos has hecho pasar” y me contestó: “doctor, pues yo lo he pasado peor que ustedes”. Pero psicológicamente son muy fuertes para sobreponerse al dolor físico y al mental, a esa derrota que supone la cornada y pensar en lo que les puede costar las consecuencias de lo que ha pasado. Los mozos de los encierros entran en la enfermería más derrotados, los toreros son de otra pasta.”

Un ejemplo es el de Pablo Aguado el otro día.

“Así es, entró con una cornada con el muslo partido, tres de los cuatro músculos del cuádriceps estaban desgarrados. Pero entró muy tranquilo y en la antesala de la enfermería le quitaron el vestido con toda calma. Fue el ejemplo de la cornada de un torero que está tranquilo. Luego le sedamos y le pusimos anestesia local, y estuvo toda la intervención haciendo comentarios, con gracias y con bromas, con una calma y una serenidad pasmosas.”

Los toreros son agradecidos.

“Lo mejor es la confianza que depositan y que pongan en tus manos su salud y su vida. Se entregan a ti. Antes de torear, verles y que te digan que están tranquilos porque te ven es el mayor agradecimiento que podemos tener. Los recuerdos más amargos son aquellos en los que no pudimos hacer más, probablemente porque no fuera posible. Por esas cinco personas que fallecieron a consecuencias de las heridas o lesiones causadas por el toro, o por aquellas otras a los que les quedaron secuelas de por vida.”

Después de más de quinientas cornadas y tantos sinsabores en el Valle del Terror, en encierros y demás, a uno le deben dar ganas de quitarse del medio.

“Llevo cerca de cuarenta temporadas como cirujano de plazas de toros. Alguna vez lo piensas. Se pasa mal, pero hay un sentido del deber. Sí que se pasa a veces por la cabeza, y a lo mejor en tres o cuatro años igual me quito, entre otras cosas porque físicamente no es lo mismo y uno se cansa. Pero uno aguanta porque puede servir y ayudar a los enfermos y porque tiene ganas y el instinto de transmitir estos conocimientos a las nuevas generaciones. Debe ser bonito sentarse en el tendido y disfrutar del espectáculo. Pero bueno, hay que estar en esto. Y siempre puede surgir el drama. Fíjate que Huesca, que parece que en teoría es una feria amable, ahí hemos tenido cornadas graves de recortadores, la de Rivera Ordoñez, otra de Serranito, la del banderillero Javier Gómez Pascual. Hay que asumir además estar en encierros y capeas. Porque no solo hay que ir a las ferias, si no donde uno puede hacer falta.”

La evolución de la medicina ayuda.

“Y tanto. No sólo las mejoras tecnológicas influyen, sino los equipos que se pueden trasladar de una plaza a otra: anestesistas, infraestructuras, equipos, medios, personal. Eso sí que nos ayuda a estar preparados para cualquier cosa.”

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