Fue un miércoles, por cierto, ese 27 de diciembre de 1972. Segunda corrida de la feria; santacolomas de Vistahermosa, con Vásquez II y Eloy Cavazos. Fiesta, sol y plaza llena, eran de rigor. Qué tiempos aquellos.
Estábamos jóvenes entonces. Más tú, ocho años menos. Aun te llamaban promesa. En verdad, no pasó mayor cosa ese día. Solo detalles, como dicen. De no haber sucedido todo lo que sucedió en las cinco décadas siguientes no estaría yo ahora recordando ese apagado comienzo de nuestra relación torero-aficionado, larga, difícil, y, cuestión de principios, distante.
Qué íbamos a imaginarlo. Cincuenta y dos faenas en Cañaveralejo (las presencié todas) y no sé cuántas en otras plazas de este país y otros, viendo con incredulidad como la tinta corría, se desgastaban los adjetivos, tu prestigio crecía y crecía y yo no lograba convencerme. No podía.
Los clichés hacían carrera: torero de aficionados, torero de toreros, espejo de figuras… Mis amigos más admirados por su buen criterio (varios ya muertos) terminaban siendo manzanaristas acérrimos e impermeables a mis blasfemas críticas; displicencia, comodidad, indolencia, irregularidad, sobrevaloración…, solo las dejaban escurrir porque según ellos la ignorancia, la desinteligencia y carencia de sensibilidad implícitas me castigaban lo suficiente. Para Germán Wolff, por ejemplo, representabas la cumbre del arte y quien se atreviese a negarlo era un soberano hijo de puta.
Antonio Caballero, en su libro de pretensiones evangélicas: “Los siete pilares del toreo”, te pone como uno de ellos, y, para sustentarlo, te va parangonando sucesivamente con: Mozart, Verleine, Mendeleiev, Rubén Darío, Velásquez, Goya, Debussy, Chopin y hasta Beethoven…
“Para él torear es como respirar… cuando lo hace es el toreo quien torea, no el torero”, dice. Y con deleite cita el emocionado reproche de un ganadero sevillano, en el hotel, tras una de tus “maravillosas” faenas --“!José Mari! ¡¿Por qué no eres de Sevilla?!
Yo por mi parte, tardé más en caer, o mejor ascender. Lo confesé ya en la nota que hice para este portal el triste día en que acabaste, solo, lejos del clamor de las plazas, aparte de todos. Ocurrió aquella vez en Manizales, enero del 2008, última corrida tuya en Colombia, cuando amable, discreto aceptaste despedir a César Rincón en esa ciudad cordillerana.
Mano a mano, se iba tu tarde sin brillo, sin ruido, sin hacer sombra, lidiabas el quinto. De repente, cinco muletazos a media altura, solo eso, pero de tal sublimidad que parecieron contenerlo todo, y sin poder evitarlo, como Borges bajo la escalera del oscuro sótano en la casa de Carlos Argentino Daneri, creí ver el Aleph. Había transcurrido casi una vida. Seguro era culpa mía.
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