viernes, 9 de julio de 2021

Centenario de Rafael Ortega, el auténtico rey de espadas / por Rosario Pérez

 Soberbio volapié de Rafael Ortega a un toro de Miura en Sevilla - ABC

El 4 de julio de 1921 venía al mundo en San Fernando el considerado por muchos el más puro estoqueador de la historia.

Centenario de Rafael Ortega, el auténtico rey de espada.

Rosario Pérez
ABC / 04/07/2021 
Y Rafael Ortega pinchó en hueso. «¡Qué lástima!», dijo un espectador. «¡Qué suerte!», replicó Gregorio Corrochano. «¿Suerte por qué?», le preguntó su vecino de localidad. «Porque le vamos a ver entrar otra vez», respondió el crítico de ABC, que continuaba así su crónica: 

«Cuando un matador de toros como Rafael Ortega pincha en hueso se saborea más la suerte de matar».

Pues bien, hoy se cumple el centenario del nacimiento de tan fenomenal estoqueador, para muchos el mejor de todos los tiempos, que explicaba así las claves de una suerte suprema por derecho:

 «Lo más importante es buscar el sitio para matarlo, porque cada toro tiene el suyo. Si de verdad se quiere matar a un toro, la vista tiene que estar puesta en el morrillo, no en los pitones. Y luego hacer bien los tres tiempos. La mano derecha es la que de verdad mata, porque al toro se le mata con la muleta y él solo se entierra toda la espada. Pero para eso hay que llevarlo muy toreado».

Tan sencillo de explicar y tan difícil de ejecutar.

«Si de verdad se quiere matar a un toro, la vista tiene que estar puesta en el morrillo, no en los pitones», 

dejó dicho el torero de la Isla.

Aquella tarde madrileña del pinchazo, llevaría luego la firma de un sensacional volapié, que según Corrochano fue lo más torero que había visto en los últimos tiempos. Y lo más puro, porque la pureza era una de las características del espada de la Isla.

Rafael Ortega Domínguez había venido al mundo el 4 de julio de 1921 en San Fernando, aunque como ocurre con tantos diestros hay discrepancias en su fecha de nacimiento: algunos hablan de junio y otros incluso de 1924. Desde la cuna sintió el veneno del toreo, pues su padre mataba varios toros del aguardiente, su tío era el banderillero Cuco de Cádiz y su hermano el novillero Baldomero Ortega. A los veinte años se enfundó por vez primera el traje de luces en Ceuta (otros dicen que a los 24). Su alternativa llegaría el 1 de octubre de 1949 en Madrid, con Manolo González como padrino y Manuel dos Santos de testigo, herido en un quite por faroles. 'Cordobés', un negro listón, fue el bautismo del toro de la ceremonia, de la ganadería de Felipe Bartolomé, al que cortó una oreja. Otra más logró del sexto, de la divisa de Antonio Escudero.

Gran limpieza

«Quizá sea demasiado pronto para analizar a fondo la personalidad de Rafael Ortega. Todo esto ha ido muy deprisa; pero lo que sí puede afirmarse es que domina la suerte de matar, que ejecuta con gran limpieza, y ya eso podría bastarle para reclamar un puesto en los carteles en época en que los buenos estoqueadores no abundan», escribió EMECE (Manuel Casanova) en 'El Ruedo'.

En el 'Diccionario de Toreros' de Espasa se relatan así los méritos de este matador, de gran personalidad: «El principal ha sido haber permanecido en la brecha de la profesión sin desmayo ni concesiones, sin haber variado el estilo valeroso de su toreo ni rectificado sus procedimientos de la mejor ley en la suerte de matar. Su personalidad indiscutible es la de matador de toros. En época tan poco propicia para la estimación de esta suerte ha logrado consideración excepcional y ha sostenido su cartel con tan arriesgado e injustamente poco estimado recurso».

Ortega, según Antoñete

Fue, sin duda, un rey de espadas, un auténtico as. Según recordaba José Luis Ramón y figura en la Real Academia de la Historia, fueron muchos lo que le ensalzaron. Entre ellos, Antoñete: «El que más me ha gustado ha sido Rafael Ortega, a quien considero además el torero más completo y el que ha toreado con mayor pureza».

Hasta Rafael Sánchez Ferlosio se pronunció así: «Con la espada, en efecto, en estos treinta últimos años, el primero Rafael Ortega, después de Ortega, ‘nadie’, y después de ‘nadie’, media docena de buenos estoqueadores que ha habido desde entonces. Creo que el punto fundamental que daba a su estocada aquella prodigiosa sensación de destreza y suavidad consistía en la impresión de que toda la suerte se jugaba sobre la pierna izquierda; quiero decir que la derecha no hacía o no parecía hacer impulso alguno para hurtarse al toro, sino que parecía enteramente izada a peso muerto por el resto del cuerpo, con lo que la zapatilla se despegaba muy poco del suelo y en un ángulo lacio, relajado, absolutamente divino, absolutamente inmortal. Una cosa que no se ha vuelto a ver». Un estoqueador único: Rafael Ortega.
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