Lo lógico y cabal sería que una figura del toreo fuera aquel capaz de triunfar con cualquier ganadería, especialmente con las encastadas que las tenemos por doquier pero, de forma desdichada –cruel mundo taurino- para darte el entorchado de figura siempre tiene que ser con los toros de la rama Domecq en sus múltiples versiones porque, aquello de que un hombre se juegue la vida de verdad, para el taurinismo no deja de ser una mera anécdota. ¿Habrá injusticia mayor, canallada más grande?
Lo peor de la cuestión es que esa corriente mortecina al respecto de las figuras se expande junto a la prensa y, como el domingo sucediera, todo el mundo se derritió con las cuatro verónicas de Juan Ortega en Sevilla. Se derriten ahora, claro, cuando ya se ha convertido en figura porque aquel quince de agosto del año 2018 en que cortó una oreja en Madrid –yo estaba de testigo- ante un toro auténtico, apenas le dedicaron unas tristes líneas cuando, en realidad, estuvo mucho más auténtico en Las Ventas que matando los jandillitas. Así lo conté, lo pronostiqué y así ha ocurrido.
Me alegro mucho por Juan Ortega porque es un gran torero pero, me molesta mucho que, ahora, los mercachifles de la pluma, como quiera que ya es figura todos se derriten ante el chaval de Sevilla que, a no dudar, al año que viene se comprará una finca, algo por lo que me alegraré muchísimo. Como algunas veces dije, Ortega, no se creerá lo que le está pasando; será como un sueño porque tras varios años en el dique seco, incluso hasta después de aquel triunfo en Madrid, nadie le hacía ni puñetero caso y, como yo conté, se trataba de un torero importantísimo.
Suerte la suya que le han puesto en el lugar que sueñan todos los toreros, en el más alto pedestal que, para mayor fortuna, con ello tiene la garantía de que el toro encastado y auténtico no lo verá ni en fotografía y, para mayor dicha, con la salvedad de que esos toros no hieren a nadie, podrán embestir mejor o peor, pero sin maldad alguna, es decir, parodia al canto, sucedáneo de lo que es un espectáculo taurino. De que Ortega será rico es más cierto de que existe un Dios pero, a su vez, a los aficionados, nadie nos negará el sagrado derecho a pronunciarnos siempre a favor del toro como sucediera ayer en un pueblo toledano donde tres hombres se jugaron la vida de verdad.
Al respecto de los animalitos que lidian las figuras hay un dato revelador que tiene una importancia sublime; dichos bicornes no hieren a nadie, ¿cabe garantía mayor para que las figuras se peguen por matar esas camadas enteras? Y si no hieren a nadie y no se palpa el peligro por ningún lado, ¿cómo tenemos que emocionarnos ante semejantes toritos amaestrados? Ellos, solos, las figuras, han destrozado un espectáculo que podría ser bellísimo y, para colmo, hasta se quejan de que la gente no vaya a los toros. Este año les ha salvado la pandemia pero, en el año venidero, cuando no haya ni media plaza con las figuras, veremos quién arregla ese problema.
Si hablamos de figuras, como sabemos, Pablo Aguado, otra figura actual, por un percance ha tenido que cortar su temporada pero, ¿quiénes serán sus sustitutos? Todo quedará en mano a mano como se ha anunciado para Sevilla y, el resto de los puestos que deja vacantes no los ocupará ningún torero de los que se juegan la vida de verdad, caso de Juan Leal, Sergio Serrano, Curro Díaz, Octavio Chacón, Rubén Pinar, Manolo Escribano y algunos más de los que siguen firmando páginas hermosas en la torería; y digo páginas bellas porque los hombres aludidos se juegan la vida mientras que, las figuras se ponen bonitos frente a los animalitos de costumbre.
Desdichadamente, para que a un torero le valoren tiene que ser figura. Oiga, por favor, ¿Dónde se consigue ese salva conducto? Esa es la pregunta que no tiene respuesta. Las figuras, lógicamente, están en su derecho de seguir matando los animalitos de costumbre mientras que, nosotros, los aficionados, nos seguiremos partiendo el pecho por los toreros de verdad y por los toros auténticos.
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