lunes, 25 de octubre de 2021

El fin de ETA


Por eso resulta tan perturbador leer las noticias que señalan cómo las grandes formaciones del
 bipartidismo español, unos por acción, en el caso de los socialistas, o por omisión y por un indigno ‘laissez faire’ en el caso de los populares, no usaron el Estado de Derecho para atacar la causa de la existencia de ETA, sino sólo sus efectos más visibles. Y todavía se felicitan por ello.

El fin de ETA

EDITORIAL 'LGI'/22 octubre 2021
ETA no es solo una banda de pistoleros. Desde su nacimiento, han sido muchos los que han apoyado, bendecido, dirigido, financiado o aprovechado sus  crímenes terroristas. Los atentados de ETA, su uso del terror al servicio del nacionalismo y del sozialismo, además de llevar un dolor irreparable a miles de familias, han corrompido instituciones, partidos y estructuras de poder en el País Vasco, así como a una parte notable de la sociedad que todavía hoy, diez años después de que los pistoleros dejaran de matar, es incapaz de responsabilizarse del mal causado de pensamiento, palabra, obra u omisión.

No hablamos sólo de esa parte de la sociedad que responde al nombre de izquierda abertzale (patriótica, en euskera) y que es la extensión política y social de la banda, sino a casi todos los demás, empezando por la iglesia vasca, la que se jactaba de no tener obligación de querer a todos sus hijos por igual (monseñor Setién) y que está retratada en la figura de don Serapio, el cura del pueblo imaginario de la novela Patria, sin duda el personaje más siniestro de toda la obra de Fernando Aramburu.

Para remediar, pero de verdad, el mal causado, no basta la condena de los asesinatos y el reconocimiento del dolor, incluido el éxodo de decenas de miles de españoles obligados a salir de su terruño vasco. Ni que fuera difícil condenar eso. Para aliviar el dolor, lo esencial es el reconocimiento de que la ideología que dio lugar al nacimiento de una banda terrorista, el nacionalismo racista y excluyente surgido del desvarío de un perturbado como Sabino Arana, sólo o combinado con el marxismo, y que impregna a una parte sustancial de la sociedad vasca, es incompatible con la democracia.

Por eso resulta tan perturbador leer las noticias que señalan cómo las grandes formaciones del bipartidismo español, unos por acción, en el caso de los socialistas, o por omisión y por un indigno ‘laissez faire’ en el caso de los populares, no usaron el Estado de Derecho para atacar la causa de la existencia de ETA, sino sólo sus efectos más visibles. Y todavía se felicitan por ello.

Sólo cuando rompamos con ese falso principio de que todas las ideas pueden ser defendidas en democracia, ETA será vencida. Porque ETA, y volvemos al comienzo de este editorial, no es sólo una banda de pistoleros. La banda ya está doblegada. Falta el resto.

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