lunes, 8 de noviembre de 2021

Abundio Casado / por Eduardo García Serrano

 

Los traidores siempre están muy cerca, tan próximos como un beso o como la hoja de una daga, de la víctima de su vileza. ¡Guárdate, Isabel, de los enanos que se te enredan en los tacones! La única manera de acabar con ellos es cruzar el Rubicón. “Alea iacta est”.

Abundio Casado

Eduardo García Serrano
El Correo de España / 7 Noviembre 2021
Pablo Casado convierte su impotencia en envidia, su envidia en celos y sus celos en furia contra Isabel Díaz Ayuso, el único hombre auténtico que hay en el PP, sin  darse cuenta, porque es un alumno aventajado de Abundio, de que en su persecución de Ayuso le llega agazapada su propia muerte política. A Isabel le debemos la jibarización de la izquierda en Madrid, no tardando mucho le deberemos, también, la muerte de Abundio Casado quien, como todos los tontitos de moco y baba, está jugando a la ruleta rusa con un revólver sin troneras vacías, cuyo tambor cargan los enanos y los bufones de su corte genovesa a los que el liderazgo natural de Isabel Díaz Ayuso les afloja los esfínteres y les ensucia los pañales.

El PP se ha degradado como organización criminal (según definición judicial) dedicada al pillaje y al saqueo hasta convertirse en un redil de tolilis, peritos en esputar güitos de aceituna, que hoy le ofrecen al enemigo la cabeza de Isabel Díaz Ayuso como antaño el pigmeo Josemari le ofreció al liliputiense Pujol la testa de Alejo Vidal-Quadras. En fin, “La Hora de los Enanos”, como ya escribió en el reloj de su tiempo, que sigue siendo el nuestro, el gigante José Antonio Primo de Rivera. Y como de renacuajos va esta batida de caza, a la pieza a cobrar le han adosado al pitufo Almeida que, socapa de cercanía, camaradería y amistad, virtudes que los enanos educados en las factorías del Opus Dei (por la peseta hacia Dios, amén) como Retamar son capaces de simular muy bien, tiene la misión de introducir el puñal de Bruto en el quinto espacio intercostal de Ayuso después de estampar el beso de Judas sobre su mejilla. Los traidores siempre están muy cerca, tan próximos como un beso o como la hoja de una daga, de la víctima de su vileza. ¡Guárdate, Isabel, de los enanos que se te enredan en los tacones! La única manera de acabar con ellos es cruzar el Rubicón. “Alea iacta est”.

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