Una ruta que comenzó a abrirse en Valencia un 12 de septiembre de 1982 alternando con Emilio Oliva y Fermín González. Y dos semanas después repitió alternando con Curro Durán y Luis Miguel Campano.
Estos dos eran las máximas figuras de la novillería del momento. Manolo Cano y los hermanos Lozano eran mis apoderados y me hicieron meter cabeza en esta plaza. Pablo Lozano fue muy influyente en mi carrera, resultó alguien decisivo por su visión de las cosas, por su sabiduría como taurino, como profesional, como torero y como aficionado. A partir de ese momento, Valencia me quiso y yo quise a Valencia.
Ya desde su época de novillero, los tendidos de las plazas donde actuaba se llenaban de banderas colombianas.
Y aquello era un acicate, un impulso, una satisfacción. Sentir que aunque mi patria estaba lejos, mis compatriotas venían a verme, y que los aficionados de mi tierra estaban conmigo. Uno está orgulloso de representar a su país en la madre patria.
La alternativa fue con un cartel de lujo.
Fue algo soñado. Yo aquel día estaba muy nervioso, tan nervioso que ni me acuerdo lo que me dijo el maestro Antonio Chenel. Como se dice en el argot, era mi primera comunión, y es verdad, porque ese día me puse el primer traje de luces que estrené. Mientras tanto, había ido toreando con ternos de alquiler. Nunca había tenido uno nuevo. Estaba nervioso, no escuchaba nada. Por el respeto que me merecían los dos toreros con los que alterné, dos figuras del toreo a mi lado, y aquella plaza de la Santa María de Bogotá llena de gente. Estar al lado de dos figuras y en ese entorno me produjo un gran miedo escénico. Porque era dar un gran salto con el que hacía años no hubiera soñado.
Un gran salto, si bien luego estuvo labrando su porvenir durante más de nueve años hasta que llegó el zambombazo en Madrid.
Así es. Me costó esos nueve años llegar a San Isidro, llegar a la plaza de toros de Las Ventas en feria, ya que había confirmado en 1984, pero fuera de la feria, y poder dar un zambombazo que orientase definitivamente mi carrera. Uno de los grandes objetivos de mi vida era el de torear en San Isidro. Me costó nueve años y tuve que pasar muchas vicisitudes, torear en muchos sitios, ir formándome a sangre y fuego y con paciencia. Fue magnífico ese día, y los que siguieron. Porque no hay que olvidar que logré abrir la puerta grande ese 21 de mayo, el 22 de mayo, luego en la corrida de la Beneficencia y más tarde en la feria de octubre. Cuatro puertas grandes en el mismo año en Madrid está el alcance de muy pocos. Y es lo que me decía Luis Miguel Dominguín: Rincón, lo que usted ha conseguido es como hablar con Dios y que este le conteste.
Y no quedó ahí la cosa, porque luego llegó el toro Bastonito de Ibán.
Aquello fue inolvidable. Mi primera puerta grande también fue con toros de esa ganadería. Aquella tarde fue de emoción, de pelea de un torero con una fiera. Porque recuerdo ese toro y era una auténtica fiera, pero me permitió aquel año 1994 firmar una de las grandes faenas de mi vida. Caló mucho en el aficionado, fue una gran batalla, con un toro complejo, que más que bravo fue un astado fiero y que no tenía nobleza. Tenía mucha agresividad y había que estar muy bien con él. Tenía una casta impresionante, es de los toros que dejan un recuerdo y como ganadero a mí también me marcó para tratar de buscar un tipo de toro.
De bravo que fue y de la lucha tan impactante que tuvo con él, debe tener todavía pesadillas.
Sí, porque a pesar de que conseguí con él un gran triunfo, fue un conjunto de muchas cosas lo que me llevó a jugármela de esa manera. Estar en Madrid, en San Isidro. La feria, la disposición para triunfar. Y por eso me sobrepuse. Si ese toro tan fiero me sale en otro lugar, igual tiro por la calle del medio, seguro. Y todavía se me encoge el corazón cuando pienso en él. Porque la verdad es que fue una batalla cruenta.
Acabó la tarde como un Ecce Homo.
La verdad es que veo fotos de aquel día y tengo la estampa antigua de lidiador, el traje destrozado, manchado de sangre. Son imágenes muy impactantes, muy emocionantes. Aunque pinché el toro, todavía me dieron una oreja. Recuerdo el impacto, y después de tantos años, lo tengo vivo en el recuerdo y la emoción que se vivió aquella tarde.
Porque usted además fue generoso con ese Bastonito, como lo era su forma de torear, en la que siempre dejaba lucir al toro.
A mí siempre me ha gustado citar de lejos, dejar llegar a los toros, engancharlos por delante. Mi forma de torear es esa. En Valencia también un toro del Pilar me dio una gran voltereta y luego estuve muy bien, en otra faena emotiva y de entrega. Me gustaba llevarlos de largo, bajar la mano, con sometimiento, darles los tiempos, dejar que el toro se recuperase y que, sobre todo, galopase y se fuera a la muleta con clase.
Esos son los ingredientes que tendrá usted en mente como ganadero.
Hombre, los ganaderos intentamos crear un toro completo, o al menos soñamos con él. Que tenga casta, bravura, movilidad, y sobre todo la nobleza, que es clave para que dejen que el torero se exprese y que el toro se entregue. Que haya comunión entre un artista y la obra que se quiere hacer con un toro. Cuando hay mucho picante, es incómodo para el torero. Yo lo voy intentando y me moriré sin saber la alquimia de lo que quiero o no quiero. Porque las vacas y los sementales pasan, mueren y cada día hay que volver a empezar. Hay que aprender de los ganaderos, y hay que tenerles en cuenta y poner en valor su labor en la conservación del toro de lidia y poder mantener esa raza. Yo les admiro mucho porque es una misión maravillosa.
Un alquimia en la que es difícil conseguir la tecla y la fórmula.
Sí, porque los toros son como hijos. Cada uno los tiene con su propia personalidad. Nosotros éramos cinco hermanos, y aunque algunos nos parecíamos físicamente, por dentro éramos muy distintos. Unos tirábamos más a mi papá, otros a mi mamá y cada uno teníamos un temperamento. Pues con los toros suele pasar lo mismo y no se puede crear una cosa uniforme.
Igual por eso se dice que el que ha sido torero y ganadero, al final lo pasa peor en el tendido que en el ruedo, porque ahí aún puedes resolver.
Algo de eso hay. Como torero uno depende de uno mismo, de su entrenamiento, de su capacidad, de su disposición y de sus recursos. Como ganadero uno sufre, ya no solo en la plaza mientras ve cómo se lidia el toro y su comportamiento, sino desde el momento que vienen los empresarios a elegir los toros, y uno piensa si van o no a embestir. Luego viene el desembarque, el reconocimiento, el sorteo, la suerte de varas, son muchas cosas, muchos factores. Es mucho más difícil ser ganadero que torero.
Y de que usted fuera torero tiene mucha “responsabilidad” Pepe Cáceres.
Efectivamente, era la máxima figura en Colombia. Yo no fui a las escuelas de tauromaquia, y por lo tanto tenía que tener gente en quien me inspirarse y ese fue Pepe Cáceres. Hay que ver la dureza que tiene esta profesión cuando pasó lo de Sogomoso con Pepe. Era el torero a seguir, tenía una finca, una ganadería, una carrera triunfal y la vida resuelta. Y al final de su carrera en Sogomoso, al entrar a matar, le cogió un toro contra las tablas y le corneó en el pecho y acabó con su vida. Eso es la dureza de la profesión. Es muy duro, y lo sabemos desde el principio, cuando empezamos a torear ya lo asumimos, pero se me encoge el alma de pensarlo.
Esta es una profesión de héroes.
Me da tristeza por tanto que luego no seamos reconocidos, y que en vez de catalogarlos como héroes se nos considere villanos. Por esa gente que compara el animal con el ser humano. Este animalismo que nos está volviendo locos. Yo soy animalista y a cada animal hay que saber ponerlo en su lugar. En 1991, después de lo de Madrid, yo paseaba por Bogotá y me miraban como un héroe y ahora te miran con un delincuente. Esto es muy doloroso.
Sin embargo Vicente Barrera afirmaba recientemente que era optimista porque las raíces de la fiesta son profundas.
Yo quisiera tener esta misma percepción. Porque hemos pasado por momentos verdaderamente duros. Los animalistas nos han ido ganando terreno y la batalla, una batalla que nos la hemos dejado ganar. Hay que luchar todos unidos por defender este maravilloso patrimonio cultural, ya que la tauromaquia está llena de valores éticos y morales, es una profesión que enseña mucho y forma mucho y hay que defenderla con todas nuestras fuerzas.
Es curioso que su cornada más grave no se la diese un toro, sino una transfusión de sangre.
Pues sí, porque me pegaron una cornada muy fuerte en Palmira, perdí mucha sangre y me tuvieron que hacer varias transfusiones y una de ellas me contagió una hepatitis C, lo que me tuvo tres años en el dique seco. Pero aún así siempre queda dar gracias a Dios. Estoy vivo y puedo cantar victoria. Tuve la suerte de tener donantes de sangre en aquella plaza, porque perdí mucha sangre y aquello me salvó la vida. Pudo ser una cornada más, pero la verdad es que se complicó. En algunos momentos, se me iba la vida. No podía mover los dedos. Me moría y yo escuchaba a los médicos decir aquello de: este se nos va. Fue el momento más duro de mi vida. Y aquella sangre contribuyó a salvar la vida, aunque luego me complicarse la misma vida. Valga la expresión.
En una carrera tan larga como la suya habrá tenido toreros de referencia.
Como he dicho, yo no fui a las escuelas taurinas desde niño. Y tuve que beber de las fuentes de muchos toreros, de sus aciertos y desaciertos, sus virtudes y sus errores. Admiré mucho a Antoñete, a Manzanares, en las suertes, en los toques, en la sutileza, en su gusto, en su colocación Pero para mí fue toda una referencia Manuel Benítez el Cordobés. Es un torero para la historia, su personalidad fue clave. Fue un torero que tuvo que luchar con grandes adversidades. Y alternar con figuras como Antonio Ordóñez, Paco Camino, el Viti, Diego Puerta. Compitió con los mejores y él se superaba con valor, con ganas de ser, con deseos, con raza. Se puede torear mejor o peor, pero lo importante es la entrega.
La plaza más importante para usted.
No puede ser otra que Madrid. Porque es una plaza clave para la carrera de todos los toreros que quieren llegar a ser. Es el punto de partida. Es la que te da y te quita. Como a mí, que me hizo figura del toreo. Y por eso mi ganadería en Colombia tiene su nombre.
Y como criador de reses bravas qué preferencias tiene.
Pues también he bebido de muchas fuentes. En los años 60 lo de Buendía que mataba Paco Camino, las ganaderías salmantinas como la de Galache. Han habido hierros que vinieron aquí a Colombia y que dejaron su simiente para luego generar buenos encastes. Yo ahora en la actualidad me quedo con lo de Domingo Hernández, lo de Garcigrande que es una ganadería de referencia. Aunque por supuesto mi ganaderías son de encaste Domecq. Puro Domecq.
Usted tiene dos hierros, el del Torreón en Extremadura y Las Ventas del Espíritu Santo en Cundinamarca.
Así es, estamos en Albán, a 2650 m de altitud en la finca. Como digo, estamos muy cerca de las estrellas. Esto es bueno para los toros. Tiene un impacto medioambiental y es un entorno bastante favorable para la selección del animal. Es un clima frío, que va muy bien en el fenotipo del toro y le ayuda a criarse bien, a respirar bien, a estar físicamente bien preparado.
Y en España tiene lo de El Torreón.
Sí, fue una ganadería que siempre me gustó. Ahora estamos pasando unos tiempos muy difíciles, hay pocos animales, el COVID ha hecho estragos en todas las ganaderías y nosotros no nos hemos librado. No sé qué vamos a hacer. He tenido que sacrificar muchas cabezas. Yo lo intento, pero la verdad es que aguantar me está costando un mundo, y no sé cómo podré sostener la finca. Por mí no va a quedar, pero las cosas no son fáciles.
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