Cuando se pone empeño, fe y disposición, las cosas terminan saliendo. Y sobre estas bases no suele haber objetivo que se resista. Tres ingredientes que, por ejemplo, Morante de la Puebla, ha sabido administrar a la perfección para cumplir una campaña perfecta.
Cuando ya el ejercicio ha sido repasado y revisado, puesto del derecho y del revés, la concesión de la Oreja de Oro, ese trofeo que concede Clarín y que es desde luego el título honorifico que se otorga al verdadero triunfador del año, vuelve a sacar a colación a Morante y a recordar lo mucho, y bueno, que ha hecho a lo largo de estos últimos nueve meses.
No sólo ha sido el diestro que más ha toreado, siendo este indicador fiel de por dónde van los tiros y cuales las preferencias del público; y no sólo ha sido el matador que más recompensa ha obtenido, algo que evidencia lo acertado de su ejecutoria. Ha sido, por si lo anterior no fuera suficiente, el que más ha querido ser triunfador.
Hacía mucho que no se veía a Morante tan responsable, tan decidido y mostrar tanto compromiso. Claves, sin duda, de su éxito, al margen de que, efectivamente sea un diestro tocado con la gracia de Dios y adornado de ese brillo que hace especiales a quienes lo poseen.
Pero, insisto, para mí, lo más importante ha sido su sentido de la responsabilidad y su talante. Él ha sido este año el que ha tirado del carro y el que ha asumido el papel de líder. pero no en sentido figurado o teórico: en la práctica, en el día a día, arremangándose y sin poner peros a nada ni a nadie. Dando la cara y buscando triunfar cada tarde, sin importarle, como otras veces, si el toro vale o colabora. Si está inspirado o no tiene las cosas claras. No. Ha salido a diario a darlo todo y eso, naturalmente, hace que todo resulte mejor.
Dice Julián García, otro torero que es noticia estos días por la publicación de su biografía al cumplir cincuenta años de alternativa, que nunca ha aceptado las excusas de un torero que justifica una mala tarde porque llevaba mucho tiempo sin torear, porque el toro no se ha dejado o por etcétera.
Claro que hay mil imponderables y puede torcerse todo por un montón de causas ajenas a la voluntad del protagonista. Pero el torero, el que lo es de verdad y con todas las consecuencias, tiene la obligación de darlo todo y a diario. Se debe al público, a quien paga un dinero por verle y a quien hay que procurar dar satisfacción a toda costa.
Manuel Benítez, el último torero que de verdad ha mandado en el toreo en los últimos sesenta años, se lo advertía a sus compañeros de paseíllo cada día: hay que dar espectáculo y no defraudar a quien tanto trabajo le cuesta comprar una entrada. Él lo hacía y daba ejemplo.
En ese mismo libro de Julián García se cuenta que Chocolate, el que fuera mozo de espadas de Luis Miguel Dominguín, le decía, y remarcaba cada vez que coincidían, que quien quiere ser torero es capaz de atravesar una pared con tal de serlo. Costará más o menos, pero si se echan ganas y no se escatiman esfuerzos, no hay obstáculo que valga y al final se consigue lo que uno se propone. Sólo aquellos que se arriesgan yendo lejos pueden encontrar lo lejos que pueden llegar, dijo Thomas S. Eliot.
Morante, que no sé si ha leído al autor de La tierra baldía, sí que se ha aplicado con honradez y honestidad y ha demostrado una vez mas que cuando se quiere, se puede.
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