"...Y el hombre al que aludo como referencia no es otro que Emilio de Justo que, tras veinte años en el campo de batalla, sufriendo desprecios, olvidos, cornadas y sinsabores de todo tipo, al final, como sabemos, ha llegado a ostentar el rango de “director general” en su profesión porque, para su fortuna, ahora no tiene que llamar a nadie, son los demás lo que le llaman porque saben a ciencia cierta que, su nombre es garantía de éxito, de prestigio y, lo que es mejor, de rentabilidad para las empresas que lo contratan..."
Director general
Pla Ventura
Toros de Lidia / 20 febrero, 2022
Pienso que todos nos alegramos de los éxitos ajenos cuando éstos han tenido como protagonistas a hombres que, de la nada han llegado a lo más alto. Esta circunstancia se ha dado en muchísimas profesiones. Estoy seguro que todos conocemos, aunque sea de referencia, algún caso como el que cito que, desde lo más bajo del escalafón se ha llegado a la cima. Recuerdo, en mis años de juventud, el caso de un muchacho que entró a trabajar como botones o chico de los recados en una gran empresa, como ustedes prefieran y llegó a director general, hablo de empleados porque, si exaltamos el triunfo apoteósico tenemos que mentar, entre otros a Amancio Ortega que, de vender camisas en una tienda de La Coruña, a medida que pasaban los años construyó el mayor imperio empresarial de España.
Como les digo recuerdo a aquel chaval que, sin estudios, pero con una ilusión que le desbordaba, unida a ella, con su talento, entró a formar parte de una gran compañía desde los ancestros más humildes; digamos que, por tener un jornalito con el que ayudar a sus padres porque, pese a todo, desde que el mundo existe, competencia en el trabajo la ha habido desde siempre y, escalar a los puestos más altos no era tarea sencilla. La prueba es que son muy pocos los que llegan a la dirección de una sociedad y, mucho más dificultoso todavía si el interfecto no tiene estudios.
Claro que, la pregunta es obligada y deberíamos de formulársela al chaval al que citamos porque, a su llegada, en la empresa ya había auténticos talentos y, la mayoría, todos con su licenciatura empresarial debajo del brazo. Creo que no existe una respuesta que lo defina con exactitud, más bien me inclino ante la devoción y la pasión que este chico esgrimía en su trabajo, un valor que sus jefes más allegados se iban dando cuenta de sus progresos y, a medida que había una vacante en un puesto de responsabilidad, escalando posiciones, este hombre se encaramó en lo más alto.
Pasó, eso sí, por todos los departamentos de la organización que, como se comprobó, en cada uno de ellos iba dejando la estela de su personalidad y, lo que es mejor, la rentabilidad para la empresa en todo aquello que emprendía. Porque no olvidemos jamás que las empresas, en sus puestos directivos, lo único que pretenden es la rentabilidad en su cuenta de resultados. Claro que, casos como el suyo, en la citada compañía los había por cientos y que fuera él, justamente el afortunado en el ascenso, con toda seguridad daría mucho que pensar a sus compañeros. ¿Era este hombre un producto de la suerte o era un trabajador incansable? Lo que sí estaba claro es que, los que estaban en igual situación que él, al verle ascender, en el camino se encontró con muchos enemigos. ¿Por qué él y no a nosotros? Pensaban los demás. He aquí, la pregunta sin respuesta.
Como explico, este es el misterio que nadie puede resolver pero que es una verdad que aplasta. ¿Qué condiciones debe de atesorar un individuo para llegar a la cima en la profesión que emprendiere? Ante todo, talento, voluntad, combatir cualquier adversidad, trabajar sin denuedo, ejercer autoridad, entregar el respeto a los subordinados y, por encima de todo, estar convencido de que en sus manos el éxito siempre será posible.
Extrapolo esta historia al toreo y tenemos, entre otros, un ejemplo rotundo de un torero que le ha costado veinte años llegar a la meta que se ha había propuesto, es decir, para ser “director general” en su profesión y, sin duda, en la empresa que regenta. Como en la vida misma y en cualquier avatar, nadie le ha regalado nada, ha sufrido lo indecible, ha pasado por todas las áreas del toreo, ha tragado con lo que nadie ha querido, ha vertido su sangre en repetidas ocasiones pero, al final, la suerte, si así lo queremos denominar se alió con él. Más que suerte, yo diría que todo se debe a la unión de todos los factores antes dichos que, todos juntos le han situado en ese lugar de privilegio que ahora ocupa, lo que nos viene a demostrar que, el toreo no deja de ser un fiel reflejo de la sociedad en que vivimos.
Es cierto que, como dije tantas veces, en el toreo hay muy pocos puestos a ocupar si de la alta “dirección” hablamos pero, en honor a la verdad, eso pasa en cualquier actividad empresarial que queramos ver, con la salvedad de que, en el mundo empresarial, cientos de miles de personas, sin tener el rango de “director general” si pueden vivir de su trabajo, algo que no sucede en los toros porque, en este mundillo, o estás arriba o te mueres de hambre, las pruebas son elocuentes.
Y el hombre al que aludo como referencia no es otro que Emilio de Justo que, tras veinte años en el campo de batalla, sufriendo desprecios, olvidos, cornadas y sinsabores de todo tipo, al final, como sabemos, ha llegado a ostentar el rango de “director general” en su profesión porque, para su fortuna, ahora no tiene que llamar a nadie, son los demás lo que le llaman porque saben a ciencia cierta que, su nombre es garantía de éxito, de prestigio y, lo que es mejor, de rentabilidad para las empresas que lo contratan. Emilio de Justo y las empresas, ambos estaban al lado de la puerta la que él golpeaba para que le abrieran y, durante muchos años no encontraba respuesta. Ahora, sigue junto a la puerta, pero no tiene que llamar, son los demás los que le dicen, pase usted, don Emilio. Así es la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario