miércoles, 30 de marzo de 2022

El premio Nobel del toreo / por Luis Ramón Carazo

Alfonso Ramírez Calesero 
 
 “Triunfé y estoy orgulloso de ser El Calesero y recuerdo en especial la crónica de Carlos León, cuando el 10 de enero
actué en La México y mencionó en ella que, por lo realizado me había hecho merecedor del premio 
Nobel de la Tauromaquia”
 

El premio Nobel del toreo

Luis Ramón Carazo
VocesMéxico / 30 Marzo 2022
La marcha del toreo va poco a poco tomando ritmo y se espera como en el resto de las actividades un repunte, independientemente de pandemia, guerra y fragilidad económica. Hacia el final comentaré del presente, primero me voy a referir a un inmortal del toreo, Alfonso Ramírez Calesero quien, por una actuación soberbia en La México, se ganó ese título otorgado simbólicamente, por el periodista Carlos León.

Calesero nació en el barrio de Triana, en Aguascalientes, el 11 de agosto de 1916. El 24 de diciembre de 1939 se convierte en matador de toros en el Toreo de la Condesa, con Lorenzo Garza de padrino y de testigo, David Liceaga, con un toro de San Mateo y su longeva carrera lo llevó a retirarse, el 20 de febrero de 1966 en La México. Su última actuación fue en su tierra en 1967. 40 años de caminar con gran categoría en los ruedos.

Tuve la fortuna de platicar con él en diferentes ocasiones y satisfecho me decía: “Triunfé y estoy orgulloso de ser El Calesero y recuerdo en especial la crónica de Carlos León, cuando el 10 de enero actué en La México y mencionó en ella que, por lo realizado me había hecho merecedor del premio Nobel de la Tauromaquia” No le conocía y a los pocos días, me llamó para comentarme de una comida y ahí me dieron una placa que firmaron: Rodolfo Gaona, Renato Leduc, Manuel Horta, Carlos Septién quien, lo bautizó como el poeta del toreo. Su trayectoria fue plena de inspiración y de momentos estéticos, inolvidables.

Recientemente, con relación a la actuación del 10 de enero de 1954, me hicieron llegar unos datos que ignoraba. Ese día, actúo con toros de Jesús Cabrera, al lado de Armillita y Jesús Córdoba. Es inolvidable la imagen de la larga cordobesa que, ejecutó ese día de enero de 1954, al toro Campanillero y de no haber fallado en la suerte suprema, hubiera obtenido el máximo trofeo de Jerezano.

Alfonso Ramírez “Calesero”, toreo mexicano.

Y venga la historia: El aficionado a la fiesta brava, al torero artista, le tiene paciencia. El Calesero vivía una etapa de infortunio, andaba mal y de malas. Parte del público pensaba que ya le escaseaba el valor pues, el último domingo en la plaza México había enfrentado a un toro áspero, que había logrado que Alfonso se tirara de cabeza al callejón para evitar la cornada.

A los aficionados la paciencia se les agotaba. Pedían que un buen toro y Alfonso se encontraran y llegara el momento mágico. El empresario de la plaza, al domingo siguiente, repitió al poeta del toreo.

Antes de una corrida, el Calesero se hospedaba en el Hotel Regis, cumpliendo una de las tantas supersticiones que rodean a los toreros. Siempre elegante, sus zapatos pedían la intervención de un bolero. Enfrente del hotel lo esperaba un estanquillo, donde lustraban calzado. Un joven chilango oficiaba como “primer espada” del negocio.

¡Quihubo, matador! —saludó al torero.

Hola, chaval

¿Listo pa’l domingo? —le preguntó.

¡Listo!

¿Ahora sí se va a arrimar?

El Calesero prestó más atención a su interlocutor.

¿Por qué la pregunta, chaval?

Porque se ve de la fregada que una figura, como usted, se tire de cabeza al callejón. Si yo fuera torero, preferiría una cornada, antes de echarme un clavado al callejón.

El maestro hidrocálido frunció el ceño, molesto.

¿Con qué derecho me hablas así?

La respuesta del bolero fue tan áspera como su último toro:

Para ir a verlo torear a usted ¿Sabe cuántos zapatos tengo que lustrar?

Alfonso entendía la enorme responsabilidad de ser figura del toreo. No habló más. Pagó el servicio que costaba cincuenta centavos con un billete de cien pesos, una verdadera fortuna.

No tengo cambio dijo el bolero.

No lo quiero. Usa el dinero para ir a la plaza este domingo y compra un boleto muy cerca del ruedo.

Corría el año de mil novecientos cincuenta y cuatro. Salió el segundo de la tarde. Calesero toreó de capa magistralmente, localizó al bolero y le brindó la muerte de “Campanillero”.


Chaval —le dijo— ¡O salgo en hombros o salgo muerto! ¡Hoy verás algo que no se te olvidará nunca!

Esa tarde, toro y torero llegaron puntuales a su cita con la historia. Con su magia torera Alfonso Ramírez, paró de cabeza a la afición de la plaza más grande del mundo.

Cuando el torero daba triunfal varias vueltas al ruedo, ante una afición rendida a sus pies, se detuvo frente al lustrador de calzado, recuperó su montera, inclinó la cabeza y gritó: “¡Servido, chaval!”.

Adentro de la montera había un papel, en donde se podía leer: VALE Por todas las boleadas gratis que usted necesite. No habrá calzado que brille más que el suyo, señor Calesero, figura del toreo, “Pagar es corresponder”.

No agrego más, a una historia que enmarca una época distinta a la que vivimos, en recuerdo de uno de los artistas más reconocidos en el arte del toreo.

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