miércoles, 27 de abril de 2022

Esos placeres del toro bravo / por Costillares


¿Qué clase de vida tiene un toro bravo? ¿Qué le sucede desde que nace hasta que es lidiado? ¿Conocen cómo vive durante esos maravillosos cuatro o cinco años? ¿O qué es la envidia de otras especies cuya esperanza de vida no llega a los doce meses? Por no mencionar las paupérrimas condiciones en que tiene lugar tan efímera como olvidada existencia.

Esos placeres del toro bravo

Costillares 
El Manifiesto / 26 de abril de 2022
Pasa el toro bravo tres quintas partes de su existencia gozando de una vida que pudiéramos considerar utópica para el resto de especies.

A la inmensa intelectualidad –también a sus esbirros–, a esa intelectualidad caviar, fosca, lúgubre, opaca, sombría e incomprensible que nos gobierna y oprime, les presento, en unas pocas líneas (no se fatiguen vuesas mercedes), la panacea a los problemas sobre los que claman incansablemente. Quimera para la masa coral hasta estos días, quién sabe si, en unas décadas, toman este argumento como decálogo y, en lugar de humanizar animales, animalizan a la humanidad, dándonos la vida que merecemos, que es la que a continuación les detallo: la vida del toro bravo.

¿Qué clase de vida tiene un toro bravo? ¿Qué le sucede desde que nace hasta que es lidiado? ¿Conocen cómo vive durante esos maravillosos cuatro o cinco años? ¿O qué es la envidia de otras especies cuya esperanza de vida no llega a los doce meses? Por no mencionar las paupérrimas condiciones en que tiene lugar tan efímera como olvidada existencia.

Para que ustedes entiendan, la historia comienza de la manera que sigue: semental coge y preña, fecunda, embaraza vaca, previo consentimiento de esta – levantamiento de rabo y muestra de sus encantos vulváceos – y, avatares de la vida, vaca empreñá. Ésta, a los nueves meses, día arriba, día abajo –aquí entran factores místicos y teológicos como las fases lunares–, al sentirse pronta a parir, se separa de la manada para buscar un lugar propio y a resguardo de predadores. El becerro, o becerra, a las pocas horas ya está en pie alimentándose de los calostros que le proporciona su bienhechora. Ya se sabe que teta o ubre, al cachorro, unos meses cubre.

Al poco de nacer, y para que a la administración no se le pase ni una, el becerrito ha de ser acrotalado con el fin de su identificación y control. Similar al documento de identidad de todo hijo de vecino. Por lo pronto, no encontramos mucha diferencia entre los primeros años del jato y del infante.

El bautismo tiene su similitud en el campo bravo durante la celebración del herradero. Y digo celebración pues se trata de un ritual milenario donde, a jierro, se marca al becerro con su número identificativo dentro de la ganadería, su guarismo o año de nacimiento y, por supuesto, la marca o hierro de la casa a la que pertenece y que lucirá orgulloso cuando le llegue su hora. Previamente, y al poco de nacer, ganadero o mayoral habrán bautizado a la nueva criatura con un nombre parecido al de su madre.

Uno de los periodos más relevantes en el proceso de cría de los animales de lidia es su destete. Entre los tres y nueve meses, el becerro es apartado, desahijado de su madre y, desde entonces, comenzará a convivir y pastar con sus congéneres: machos, destinados a lidia, por un lado; hembras, futuras madres –siempre que pasen la tienta– por otro.

Mientras tanto, el resto de bóvidos, ¿cómo viven? ¿De qué privilegios gozan? Porque, el toro bravo, desde su nacimiento, ha de pasar por distintas etapas –añojo, eral, utrero, cuatreño y cinqueño– pudiendo únicamente lidiarse en las dos últimas. Es decir, pasa tres quintas partes de su existencia gozando de una vida que pudiéramos considerar utópica para el resto de especies. ¿De qué goces les hablo? Alojamiento y pensión completa en un entorno privilegiado, con barra libre de pastos de temporada y piensos de la más alta calidad, cobijados del calor sofocante y del gélido invierno por construcciones ecosostenibles – encinas y alcornoques – , además de vivir rodeados de todo tipo de animales salvajes como conejos, ciervos, linces o garzas. A veces, la paz en la Arcadia se ve interrumpida por peleas que demuestran quién es el más fuerte y manda. ¿Que hay heridos? Rápidamente se curarán las lesiones o cortes para que el animal vuelva a estar en sus mejores condiciones lo más pronto posible. ¿Quién vive así hoy día? Sindicalistas, políticos, bienpagaos y pare usted de contar. El resto, paradojas de la vida, llevamos una existencia cual mansos en cebaderos sobreexplotados e hipercontrolados por una inquisitorial administración, esperando una incierta jubilación que nos permita disfrutar del placer y la exigua belleza que sobrevivan a su dictadura.

Así pasa el toro bravo, digamos, el noventa y cinco por ciento de su existencia hasta que un bonito día son seleccionados para la corrida. El resto ya lo conocen: traslado en camión hacia la plaza, aguardo en corrales, sorteo y salida a la plaza donde serán los protagonistas del más ancestral de los ritos y, donde no solamente bailarán con la muerte, destino final de la inmensa mayoría, sino que ponen fin a una magnífica existencia sin la cual esta liturgia no tendría lugar. Gloria eterna y gloria terrena para aquellos que, merecedores de una bravura probada en los distintos tercios, consiguen el ansiado indulto y retornan a la dehesa a pegarse la vida padre.

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