miércoles, 13 de abril de 2022

Joaquín Vidal, veinte años de orfandad sin el maestro / por Pla Ventura


Para los que no le conocieran, solo deben de pensar que debió ser un hombre muy grande en su menester porque, veinte años después, todo el mundo le recuerda con inusitado cariño. Y lo era. Pero por muchas razones, entre ellas su humildad de la que siempre hacía gala porque nunca ostentó de su sabiduría, la que dejaba fluir desde su cerebro hasta sus crónicas con el único afán de vender su verdad, justamente la que le encumbró y, como ha sucedido, la que le ha inmortalizado.


Joaquín Vidal, veinte años de orfandad sin el maestro 

Pla Ventura
Toros de Lidia / 11 abril, 2022
Ayer cumplimos veinte años de orfandad sin el maestro Joaquín Vidal, aquel sabio del periodismo taurino que, a su vez, cuando su corazón le indicaba nos alimentaba el alma con relatos al margen de los toros que nos arrebata el corazón. Vidal, por su condición de literato, podía escribir de toros, de la vida, del amor, de la desdicha, de la grandeza porque, para él, cualquier tema era motivo de enseñanza para los demás. Como explico, quiénes tuvimos la dicha de conocerle y tratarle, todavía nos sentimos mucho más huérfanos que cualquier aficionado.

Ya es curioso que, al respecto de la figura y obra de Joaquín Vidal, todo el mundo estaba de acuerdo con su grandeza; detractores solo los tenía dentro del mundillo de los toros pero, por ejemplo, en el periodismo, hasta sus mismos compañeros le idolatraban, cosa muy curiosa porque como dice un dicho popular, si quieres un enemigo búscalo en tu profesión; hasta en esto rompió todos los esquemas este crítico admirable que, su única misión no era otra que defender al toro y al aficionado y, por supuesto, destocarse cada vez que un torero hacia las cosas de verdad.

El maestro del periodismo al que aludimos escribió en primera instancia en el diario Informaciones de Madrid, en la revista La Codorniz, amén de otros medios, hasta que recaló en el diario El País que, como sabemos, dicho rotativo jamás le prestó la más mínima atención a los toros y, como dato muy curioso, para su sección taurina, contrataron a don Joaquín Vidal porque, en realidad, lo cortés no quita lo valiente. Allí permaneció durante más de cinco lustros, justamente, hasta que le llegó la muerte pero, todo era muy curioso porque, en realidad, por paradójico que nos parezca, el importante era el maestro, mucho más que el medio para el que trabajaba que, sabedores de su grandeza, no dudaron en contratarle. Hoy, en dicho diario, sigue la estela de Vidal otro hombre importante del periodismo taurino, Antonio Lorca.

Joaquín Vidal vivía alejado del mundanal ruido que produce el mundo de los toros, sus gentes, sus personajes y todo bicho viviente que por allí dentro pulula, cada cual en la búsqueda de sus intereses muy particulares. Como quiera que nuestro hombre no buscara nada salvo la verdad del espectáculo, es por ello que, en todas las ferias que asistía se hospedaba en hoteles alejados del taurinismo, evita la ocasión y evitarás el peligro, pensaba Joaquín Vidal y, por su forma de ser acertaba por completo.

En mi caso, me cupo la fortuna, o la desgracia, según se mire, de haber sido el último periodista que entrevistó al maestro y, al preguntarle por su estado me dijo: “Mire usted, la salud ya es poca, todo queda en manos de Dios” Y a los pocos días falleció. Fue un duro golpe para mí por la cercanía que sentí junto a su persona pero, sin duda, su familia fueron los peores damnificados porque perdieron a un ser al que amaban y, en un segundo plano, todos los aficionados nos quedamos consternados ante su óbito porque, como sabemos, Joaquín Vidal era muy “joven” todavía para morirse. Pero como él me dijera, todo estaba en manos de Dios y, así lo tuvimos que aceptar.

Enterramos su cuerpo, es cierto, pero los grandes hombres en la faceta que fuere no mueren nunca porque nos han dejado su obra, en su caso, la inmensa hemeroteca en la que podemos consultar miles de sus crónicas, cosa que hacemos muy a menudo por aquello de seguir aprendiendo como si todavía estuviésemos a su lado. Artículos, crónicas de toda índole, sus libros, sus conferencias, todo su saber sigue vigente por el mundo. Siendo así, ¿quién se atreve a decir que Joaquín Vidal se ha muerto? Enterraron su cuerpo como cosa lógica, pero nadie le podrá arrebatar su obra, todo su legado con el que, después de muerto, el maestro nos sigue dando lecciones.

Para los que no le conocieran, solo deben de pensar que debió ser un hombre muy grande en su menester porque, veinte años después, todo el mundo le recuerda con inusitado cariño. Y lo era. Pero por muchas razones, entre ellas su humildad de la que siempre hacía gala porque nunca ostentó de su sabiduría, la que dejaba fluir desde su cerebro hasta sus crónicas con el único afán de vender su verdad, justamente la que le encumbró y, como ha sucedido, la que le ha inmortalizado.

Con este hombre no cabe la lisonja barata que tantas veces utilizamos cuando ha muerto alguien que no ha sido nada en la vida pero que, por distintos intereses, se le pondera porque ya se ha muerto. A Joaquín Vidal se le ponderó en vida, se le agasajó y se le admiró y se le recuerda con inusitado cariño, sencillamente porque el gran legado que nos ha dejado a nosotros, pobres mortales que moriremos con la ilusión de igualarle, cosa que siempre será una quimera la que nos llevaremos al otro mundo.


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