La demócrata doña Adriana ha pedido el voto a las izquierdas en la elecciones autonómicas andaluzas a celebrar el próximo domingo, 19 de junio. El fundamental argumento no puede ser más democrático: «Para no tener que invadir las calles el lunes 20». Hay que entender a doña Adriana. La señora Lastra es demócrata, pero antes que ello, socialista. Y una buena socialista no acepta que los partidos liberales y conservadores asalten con los votos de los ciudadanos las urnas. Porque, de acuerdo con las encuestas y las previsiones publicadas por los expertos, lo del domingo puede ser interpretado como una agresión de los votos de los andaluces a la democracia de Adriana Lastra.
Como buena socialista demócrata, doña Adriana no hace mención a los 680 millones de euros que los socialistas han robado a los trabajadores andaluces. Una buena parte voló a bolsillos particulares y la otra prefirió ser pulida en mariscadas y establecimientos de alterne, o como se decía cuando el lenguaje oficial no era el políticamente correcto, en prostíbulos o casas de putas. Pero es lógico que esa travesura socialista no sea digna de una reflexión del fanal de Ribadesella. Ella renunció a la aritmética con su errada multiplicación, y su cargo actual sólo le exige pureza democrática. Es decir, que si ganan las izquierdas, hay que celebrar la inteligente y libre elección de los andaluces, y si ganan el centro o la derecha, hay que quemar las calles. Y no se trata de una crítica. En el mundo existen dos modelos de democracias. Las occidentales, como las de Alemania, Francia, Portugal, Polonia y los Estados Unidos, –y aún, la de España–, y las democracias socialistas y comunistas como las de Cuba, Venezuela, China y Corea del Norte. Éstas son las democracias que le gustan a doña Adriana, y por ello, no deja de ser demócrata. En estas democracias, al que se manifiesta en la calle se le premia con disparos a la cabeza o 25 años de prisión en las democráticas cárceles venezolanas o cubanas. En España, todavía, por pertenecer al primer bloque de democracias, las manifestaciones, ya sean improvisadas o impulsadas por los partidos que pierden las elecciones, están autorizadas.
De ahí que no comparta las críticas a doña Adriana. Es demócrata de los pies a la cabeza pasando por los muslos. «Si perdemos, arderán las calles». Se trata de una visión quizá excesivamente sesgada de interpretar la democracia.
Pero es lo que hay.
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