martes, 7 de junio de 2022

Llevo una cornada, ¿no? / por Carlos Bueno

Lo de los toreros no es normal ni se puede caer en la tentación de normalizarlo. En casos así, cualquier mortal necesitaría estar un año de baja para restablecerse y animarse a reanudar su vida cotidiana. Pero los coletudos son héroes verdaderos. Titanes capaces de enfrentarse a una fiera poniendo en riesgo la vida, eso tan manido y tópico como portentoso e inalcanzable para el resto de seres humanos.

Llevo una cornada, ¿no?

Carlos Bueno
Burladero / 7 Junio 2022
Román llevaba una cornada de 15 centímetros en el gemelo. Sin duda debió notar una punzada caliente y desagradable. Pero no se miró. Cogió la muleta y siguió toreando sin la mínima mueca de dolor. Mató al toro y sólo cuando se acercó a las tablas para dejar el estoque le dijo a su mozo de espadas sin osar a mirarse: “Llevo una cornada, ¿no?”. Evidentemente iba herido, aunque continuó esbozando su eterna sonrisa mientras daba la vuelta al ruedo.

Por si la proeza no era suficiente, una semana después reaparecía para cerrar la feria de San Isidro con la corrida de Victorino. Todavía no le habían retirado las grapas y el valenciano no podía apoyar bien. Pero no quería perderse la cita de ninguna manera, ni aun estando mermado físicamente.

Lo de los toreros no es normal ni se puede caer en la tentación de normalizarlo. En casos así, cualquier mortal necesitaría estar un año de baja para restablecerse y animarse a reanudar su vida cotidiana. Pero los coletudos son héroes verdaderos. Titanes capaces de enfrentarse a una fiera poniendo en riesgo la vida, eso tan manido y tópico como portentoso e inalcanzable para el resto de seres humanos.

Sorprendente y extraordinario fue que Ginés Marín siguiese con la lidia de su toro con una cornada de 25 centímetros en el muslo que alcanzaba la zona inguinal y otra de 20 centímetros que le atravesaba la pierna. Inaudito fue que tampoco dejase entrever un signo de sufrimiento y que así permaneciera en el ruedo hasta meterse en la enfermería por su propio pie. Asombroso fue que 10 días más tarde volviese a vestirse de luces sin exteriorizar la mínima huella de su sufrimiento.

Impresionante resultó la cogida sufrida por Tomás Rufo, por fortuna sin consecuencias, pero escalofriante como pocas. El toro le arrancó el corbatín como le podía haber arrancado la cabeza. Y también resultó impresionante que, a continuación, no perdiera un ápice de su firmeza y volviese a conquistar Las Ventas.

Admirable fue la disposición entre otros de Joselito Adame, Gómez del Pilar, Gonzalo Caballero o de Rafael González, que tomaba la alternativa y resultó cogido por el toro de su doctorado, que le metió 20 centímetros de pitón en el muslo provocando que no pudiera tenerse en pie a pesar del empeño del chaval, que lo intentó hasta que el director de lidia le apartó de la cara del astado.

Evidentemente no se pueden normalizar estos gestos, insólitos y dignos de los superhombres más fascinantes. Personalmente me ha maravillado el San Isidro que recién ha terminado, con sus éxitos y con sus hazañas. Me quito el sombrero ante la actitud generalizada de los matadores, que sobre la arena madrileña han llevado hasta el límite el concepto de compromiso y de riesgo. Me descubro ante el valor sobrehumano de Rafaelillo y de Juan Leal, que literalmente asustó al miedo, y también ante la perfección artística de Morante, que toreó con el alma, con una despaciosidad, una naturalidad y un abandono inexplicable. Entre unos y otro hay un amplio abanico de triunfadores que han conseguido que el ciclo isidril de 2022 haya resultado uno de los más interesantes de los últimos tiempos.

El secreto ha sido sin duda la disposición, el compromiso y la entrega de los toreros. ¿Tendrán la misma actitud lo que queda de temporada en el resto de plazas? Si la respuesta es sí, la tauromaquia será indestructible. Si la contestación es no, acabaremos teniendo que ir a ver toros a Madrid.

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