Julien Rochedy es un joven filósofo francés, antiguo dirigente del Front National, y autor de varios libros, entre los que destacan Philosophie de droite y Nietzsche l’actuel. A este último pertenecen tanto el epígrafe como el texto del artículo que presentamos hoy a nuestros lectores.
Julien Rochedy dispone asimismo de un Canal YouTube en el cual sus intervenciones sobre temas filosóficos, culturales y políticos son seguidas por cientos de miles de visitantes. Quienes puedan seguirlo en francés disfrutarán de sus explicaciones, a la vez profundas y amenas, en este enlace.
“Lo único grande entre los hombres es el poeta, el sacerdote y el soldado: el hombre que canta, el hombre que bendice, el hombre que sacrifica y se sacrifica. Los demás están hechos para el látigo.”
BAUDELAIRE
La democracia: sus amos y sus esclavos
En la democracia, las élites siguen dominando a la gente sencilla; pero ahora los dominan hipócritamente.
Julien Rochedy
El Manifiesto / 31 de julio de 2022
La manifestación más evidente de la decadencia de Europa es sobre todo política. “Lo que hoy en día se ataca —escribe Nietzsche— es la tradición, es el instinto y la voluntad de persistir en la tradición”, de todo lo cual se deriva una desorganización y una anarquía latentes bajo las instituciones modernas. La tradición y el espíritu clásico representan lo más alto que la humanidad ha podido alcanzar gracias a una larga sabiduría acumulada y mediante una voluntad desplegada a lo largo de los siglos que ha permitido alcanzar, no la perfección, que es inalcanzable, sino lo más cercano posible a lo mejor. Lo clásico lo define Nietzsche como “lo que todavía es sano”. Las formas políticas clásicas surgen de los instintos de cohesión, de jerarquía y de autoridad que son esenciales para la civilización. Por el contrario —escribe— hoy sólo nos gusta en política lo que precipita la descomposición: la democracia y el socialismo. Son las formas más degradadas y degradantes del ejercicio político.
Viendo cómo ya en su época apuntaba el éxito de la democratización y del socialismo, fustiga estas formas secularizadas de la revuelta de los esclavos, fruto del resentimiento igualitario, especie de cristianismo sin nobleza, que hace que triunfe en este bajo mundo todo lo que hay de más plebeyo, bajo, populachero y canalla. Su degenerado objetivo es mantener al hombre en un estado gregario, suprimir las condiciones que permiten el surgimiento de hombres superiores, y hacer, en definitiva, que todo se hunda en el inmenso lodazal igualitario.
En efecto, nos dice Nietzsche, son los individuos inferiores los que pululan y son promovidos en la democracia y en el socialismo. Son los instintos de rebaño los que se ven privilegiados frente a los instintos de excepción y de nobleza. La democracia y el socialismo tienen necesidad de borregos, de domesticación, de pensamiento único y de seres que sean en todos sus aspectos inofensivos: lo que ha nacido en el disgenismo [término opuesto a eugenismo: el apoyo y estímulo dado a los menos válidos. N. del Trad.] necesita el disgenismo para sobrevivir. Lo peor es que, en estos sistemas, las élites siguen dominando a la gente sencilla; pero ahora los dominan hipócritamente, en nombre de falsos valores o en nombre del dios dinero. Nietzsche desprecia profundamente el espíritu mercantil y utilitarista propio de los anglosajones, pero es a dicho espíritu a lo que nos conducirán ineluctablemente la democracia y el socialismo: hacia
Un pueblo cada vez más mediocre
y una élite cada vez más vil
Además, la democracia y el socialismo sólo pueden mantenerse mediante la inflación infinita de la máquina estatal. Ahora bien, para Nietzsche, el Estado es, según su célebre sentencia, “el más frío de los monstruos fríos”. Oponiéndose a Hegel, que veía en el Estado el instrumento más ventajoso que la humanidad ha creado, Nietzsche lo ve sobre todo como el soporte sobre el que se mantienen hombres débiles y cansados que acaban aceptando inexorablemente su condición de esclavos. El Estado tiene inexcusable necesidad de ellos; favorece a los individuos obedientes y sumisos, los cuales acaban convertidos en herramientas manejables a voluntad. Pero la crítica que Nietzsche le hace al Estado no lo convierte en ningún anarquista: al igual que Edmund Burke, es un orden conservador, “libre y viril”, lo que Nietzsche opone al orden inauténtico, más y más caracterizado por el absoluto control que, al infantilizar crecientemente a los hombres, ejerce el Estado moderno.
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