"...Y es que aquella Fiesta que daba figuras para una determinada plaza tenía otro encanto, otro toro y otra personalidad que se echa de menos en esta ‘ligt’ que ha impuesto el llamado ‘sistema’..."
¡Cuando existían figuras de una plaza!
Paco Cañamero
Glorieta Digital/26 noviembre, 2022
En la Tauromaquia siempre es buen momento de mirar las cosas sobre las que se debe cultivar el futuro y luchar para erradicar otras malas sobre las que se quiere levantar un futuro sin cimientos, caso del triunfalismo con el toro mocho y descastado. Hay mucha tela que cortar, debido a que hoy el toreo está más monopolizado que nunca y con unas cuantas figuras acaparando los carteles y los dineros, segando la hierba que alimenta a un segundo grupo que ya no existe y con un histórico gran peso en el toreo. Porque ahora las llamadas figuras lo dominan todo y allá donde hay una plaza con un ‘jornal’ para llevarse no dan paso a nadie. Ni a los toreros que siempre debían ser los protagonistas de esas plazas.
Además, las nuevas formas de negocio y gestión han acabado con algo propio como era la figura de un determinado lugar. Me refiero a toreros del segundo grupo que gozan de máximo cartel en una determinada plaza y en el resto no destacan. El caso más representativo fue el de Chamaco en Barcelona, donde formó una auténtica eclosión social. Tanto que cuando estaba a punto de acabar un festejo en el que había sumado un nuevo triunfo, ya anunciaban el siguiente acontecimiento que generalmente sería el jueves, a través de una pizarra que paseaban por el callejón en la que se leía:
– El jueves ‘Chamaco y dos más’.
Aquel ‘Chamaco y dos más’ pasó a la historia de Barcelona y fue el caso más señalado de un torero que fue figura en una determinada plaza, sin serlo en el resto, dentro de una época que la Ciudad Condal programaba más actividad taurina que en ningún otro lugar y en el que numerosos espadas escribieron las mejores páginas de su carrera. Y es que Barcelona en su gran época, sobre todo en la del viejo Pedro Balañá Espinós y primeros del hijo del mismo nombre, dio toreros que allí gozaron nombre y predicamento que no tuvieron en otro lugar. Como el salmantino Manolo Martín, el también salmantino Víctor Manuel Martín, que llegó años después y para diferenciarse del anterior añadió a su nombre el de Víctor, el vallisoletano Manolo Blázquez y muchos otros más que allí escribieron sus mejores días extendiendo sus tentáculos en e precioso coso balear de Palma. ¡Ay, lo que añoramos a la Barcelona taurina!
Lo mismo ocurrió en Sevilla con José Martínez ‘Limeño’ tras varios impactantes triunfos con las duras corridas de Miura. Entonces cuando llegaba el ciclo el empresario Canorea lo llamaba y ofrecía mejores condiciones que a la mayoría -excepto Ordóñez, Romero y poco más-. Sin embargo, Limeño no alcanzó relieve lejos de Sevilla, tardando incluso hasta en confirmar la alternativa, que lo hizo cuando ya había perdido la frescura y quizás un poco cansado de que los éxitos de Sevilla solo le sirvieran para volver a esa plaza. O en esa misma plaza con Rafaelito Torres, quien al final tras no aprovechar tantas oportunidades como le dieron se hizo banderillero de postín, inicialmente a las órdenes de Manolo Vázquez.
Otro particular caso de figura en una determinada plaza fue Julio Robles en sus años más difíciles, antes de su definitiva eclosión, cuando su Salamanca lo mimó como nunca hizo con nadie, tanto que mandaba en esa feria y a la llamada de su nombre se llenaba la plaza logrando que, cada nueva edición, aumentase el número de festejos en el abono. Esa afición sabedora de su arte y de lo que tanto le costaba abrirse camino en otros lugares desde que debutó de novillero se lo dio todo y siempre le dispensó el mayor de los afectos. Aún toreaba El Viti, ya consumada su leyenda de figura histórica, sin embargo su gran rival en su tierra era El Niño de la Capea, que estaba arriba, toreaba en todas las ferias, tenía reconocimientos y era rico, mientras Robles, apuntando y sin disparar, se esponjaba a partir de septiembre cuando estaban repartidas las fechas y los dineros para triunfar en su Salamanca del alma, en Valladolid, en Logroño -donde fue torero de culto-, en Zaragoza e incluso en la Feria de Otoño de Madrid, dejando la tarjeta de presentación de lo que podía ser.
Porque la verdadera medicina de Robles, sobre todo desde 1972 y hasta 1983, era La Glorieta de Salamanca en el mes de septiembre donde casi todos los años triunfaba y mojaba la oreja a las figuras; las mismas que disfrutaban de un estatus que él empezó a gozar a partir de 1983, cuando llega su primera salida en hombros de la plaza de Las Ventas y empieza a sentir la felicidad de esperar a que los empresarios llamen para ofrecer.
Y es que aquella Fiesta que daba figuras para una determinada plaza tenía otro encanto, otro toro y otra personalidad que se echa de menos en esta ‘ligt’ que ha impuesto el llamado ‘sistema’.
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