jueves, 5 de enero de 2023

Joseph Ratzinger: El pontífice que tendía puentes / por Javier Marrodán Ciordia


 "...En una época de confusión y desconcierto, Joseph Ratzinger ha brindado claves e intuiciones decisivas: ha sido a la vez un teólogo perspicaz y un pastor acogedor y cariñoso, un escritor erudito y un lector magnánimo, un hombre de gustos sencillos y un pensador dispuesto a conversar con todos y a aprender de todos. Si pontífice es aquel que tiende puentes, podría decirse de él que ha convertido esa aspiración en un rasgo de su papado y de toda su biografía..."

El pontífice que tendía puentes

En la larguísima cola que ayer por la mañana recorría la plaza de San Pedro se podían escuchar conversaciones en muchos idiomas: en apenas seis metros cuadrados, dos alemanes de luengas barbas rezaban discretamente el rosario, un padre italiano explicaba a su hija de ocho o nueve años quién era el difunto, un grupo de orientales cruzaba comentarios indescifrables en voz baja y un matrimonio norteamericano de paso por Roma charlaba de forma animada con un grupo de diáconos de tres continentes. Se respiraba un ambiente cómplice y emotivo, casi familiar.

Supongo que cada uno tendría sus razones para esperar dos horas a cambio de cinco segundos frente el cadáver del penúltimo papa de la Iglesia Católica, pero intuyo que a muchos de los que formábamos la cola nos movía un sentimiento de profundísima gratitud.

En una época de confusión y desconcierto, Joseph Ratzinger ha brindado claves e intuiciones decisivas: ha sido a la vez un teólogo perspicaz y un pastor acogedor y cariñoso, un escritor erudito y un lector magnánimo, un hombre de gustos sencillos y un pensador dispuesto a conversar con todos y a aprender de todos. Si pontífice es aquel que tiende puentes, podría decirse de él que ha convertido esa aspiración en un rasgo de su papado y de toda su biografía. Las 1200 páginas de la biografía de Peter Seewald revelan cómo su vida y su modo de relacionarse con los demás tienen poco que ver con lo que algunas veces se ha escrito y se ha dicho de él. A veces dialogaba hasta con los protagonistas de las muchas novelas que fueron enriqueciendo su biblioteca, especialmente cuando se trataba de «personas algo solitarias, enredadas en los conflictos existenciales de la vida».

Sus encuentros con Jürgen Habermas o con Paolo Flores D’Arcais son tan significativos como la naturalidad con que citaba a Albert Camus o la sencillez que mostraba al reconocer que las explicaciones del rabino Jacob Neusner sobre el Sermón de la Montaña le habían ayudado —a él, ¡un Papa!— a ver «de un modo mucho más claro» la «grandeza del mensaje de Jesús». Practicó un diálogo honrado y sincero que le permitía exponer con humildad y eficacia sus planteamientos, y reconocer a la vez las aportaciones valiosas de sus interlocutores.

Pensaba en todos y se preocupaba por todos, católicos o no. No parece exagerado afirmar que se sentía responsable de la humanidad entera. En 1996, durante una primera entrevista que mantuvieron en Montecassino, Peter Seewald preguntó al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por la posibilidad de que la Iglesia dejara de ser una institución «popular» y «mayoritaria». «Tendremos que aceptar pérdidas —le respondió el futuro Benedicto XVI—, pero seguiremos siendo una Iglesia abierta. La Iglesia no puede ser un grupo cerrado y autosuficiente. Sobre todo, necesitamos ser misioneros y enseñar a la sociedad estos valores que deberían constituir su conciencia, unos valores que son el fundamento de su existencia estatal y de una comunidad social verdaderamente humana».

Los más próximos han contado estos días que las últimas palabras que pronunció antes de morir fueron «Jesus, ich liebe dich» («Jesús, te amo»).  

Hay una continuidad vital entre esa última frase apenas susurrada que cerró su vida y la idea que expuso tantas veces en casi todos los idiomas de su existencia: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

En otra ocasión afirmó que las parábolas de Jesús interpretan el sencillo mundo de cada día para mostrar cómo desde él arranca la escalera que asciende más allá de la existencia corriente. Es una reflexión que se le podría aplicar con justicia a él mismo, que tantas veces nos ha mostrado cómo elevar la mirada al cielo en medio del oleaje embravecido de los siglos XX y XXI.

«Sólo si la medida de nuestra vida es la eternidad, también esta vida sobre la tierra es grande y su valor inmenso», nos recordó más de una vez. Es una hoja de ruta a la altura de este tiempo tan interesante que nos ha tocado vivir.

Javier Marrodán Ciordia
Universidad de Navarra
4 de Enero de 2023

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