"...los matadores (algunos, solamente) prefieren que a los muy bravos y encastados se les de estopa en el caballo. Esto es así; pero creo que es un doble error. Con esta nueva puya el castigo no causa enormes destrozos en el toro, facilitando su decaimiento, cuando no derrumbamiento. La suerte de varas es más pura y más limpia, porque también evita esa bárbara simpleza de ensalzar al toro que la sangre le baña hasta la pezuña. Y habrá más puyazos, lo cual puede redundar en la resurrección del tercio de quites..."
Por el escenario del teatro albense fueron desfilando los promotores de la iniciativa más significados, destacando por su especificidad, las intervenciones del biólogo Fernando Gil Cabrera y del veterinario Julio Fernández Sanz, aquél explicando la neurofisiología del toro de lidia y éste las características de unos nuevos utensilios, su idoneidad y conveniencia para la lidia de un inmediato futuro. Son reformas estructurales, manufacturadas por ese incansable “artesano de la innovación” de las cosas de torear que es el torero Manolo Sales, hombre de retórica simple, pero de fácil comprensión, que protagonizó una alocución no menos brillante que la del resto de los intervinientes.
Aparte el alegato sobre el peligro animalista, con el que el profesor Antonio Purroy inició el turno de intervenciones, el tema principal era la presentación a los profesionales del toreo y al público en general de los nuevos útiles. Allí estaban, a tiro de cámara los meollos de la cuestión a dirimir: el nuevo arpón para la divisa, consistente en un punzón de acero templado que tiene la propiedad de ir cerrando la herida después de penetrar la piel del toro, impidiendo que el punzón se desprenda y disminuyendo el flujo sanguíneo, y otro semejante para las banderillas, eliminando la doble aleta del arpón actual –causante de numerosas heridas en la mano del torero—, mucho más lesiva y menos efectiva. A la vez, el palo tiene una doble vaina que se contrae con el impulso del banderillero al clavar y permite que se acorte su dimensión sobre la anatomía del toro. También la nueva puntilla y las espadas de muerte y descabellar disponen de un filo más ancho, sin curvatura final, y una superficie cortante superior la actual, lo cual impide el “vuelco” de los gavilanes después de la estocada y acorta sustancialmente la eficacia de la llamada suerte suprema.
Banderilla de palo interior retráctil. F. F. R.Pero el atractivo principal de esta propuesta audaz y novedosa se centraba en la puya nueva. Apoyada en una base cuadrada, en vez de triangular y eliminando el encordado del cilindro que va de la base de la pirámide tricortante a la cruceta, la nueva puya pretende ser más eficaz, a la vez que menos escandalosa en lo que al derramamiento de sangre se refiere. La pretensión es que se castigue al toro, que se “mida” su poder y bravura con el termómetro de la vara de picar –en este caso “vara de medir”--, pero no se le masacre con giros y “contragiros” de muñeca, cuando el animal está a merced del hombre.
Con la esperanza de comprobar in situ tan novedosas cuestiones, nos fuimos de buena tarde a la plaza de toros de Alba de Tormes, que está cubierta y permite el resguardo de la lluvia y el abrigo del frío de este tardoinvierno que está castigando, especialmente, a esta parte de la vieja Castilla. Para entonces, ya se conocía la baja en el cartel de Morante de Puebla, que no acudió a la cita, según se comunicó verbalmente en el teatro, por causas de fuerza mayor. Un ¡ooooh! de decepción enturbió el ambiente, qué le vamos a hacer. La baja de Morante la cubrió Javier Cortés y con él alternaron los anunciados Domingo López Chaves y Pedro Gutiérrez, el Capea.
Fueron saliendo toros de Bañuelos, Valdellán, Castillejo de Huebra, Montalvo, Domingo Hernández y Francisco Galache. Todos ellos toreados y muertos a estoque por los citados matadores y picados y banderilleados por subalternos de acreditada solvencia, ante un público formado por profesionales, aficionados y periodistas convenientemente acreditados. Centenar y medio de personas, aproximadamente, concentrados a puerta cerrada, fuimos testigos de las pruebas prácticas, de las que se sacaron las oportunas conclusiones en la propia Plaza, ampliadas después en el pequeño debate que tuvo lugar en el citado teatro de Alba. Allí toreros y subalternos manifestaron sus reticencias a la innovación. Más en contra que a favor. Más peros que peras.
Debo confesar que no me sorprenden estas posturas de los presuntos implicados. En esto del toro, cada gremio se refugia en su propia mismidad, lo que llevado al lenguaje común se traduce en que cada cual va a lo suyo. Los picadores, recelan de la puya, que exige más precisión y la echada del palo hacia adelante, para, después, levantarlo en la medida que exija el poder y la bravura del toro, y los matadores (algunos, solamente) prefieren que a los muy bravos y encastados se les de estopa en el caballo. Esto es así; pero creo que es un doble error. Con esta nueva puya el castigo no causa enormes destrozos en el toro, facilitando su decaimiento, cuando no derrumbamiento. La suerte de varas es más pura y más limpia, porque también evita esa bárbara simpleza de ensalzar al toro que la sangre le baña hasta la pezuña. Y habrá más puyazos, lo cual puede redundar en la resurrección del tercio de quites. Y sobre todo: el toro tendrá más oportunidad de manifestar su verdadero temperamento, su fuerza de voluntad para regresar al lugar del castigo con redoblado impulso. ¿Por qué se quiere negar esto? ¿Por qué esa refracción a las nuevas formas? ¿Por qué esa intransigencia con la salutífera innovación?
Lo único que no gustó en la prueba fueron las banderillas. Demasiado frágiles y fallones los palos retráctiles. Es verdad que los nuevos arpones de punzón exigen fuerza en el banderillero para lograr la penetrabilidad; pero fueron demasiadas las que cayeron al suelo. Sales ya tiene por delante una tarea inmediata. Las espadas, en cambio, se mostraron mucho más eficaces.
También se ensayó la cubrición del estribo de la montura con fibra kevlar (la de los chalecos antibalas). Y, digo yo, ¿por qué no se prueba confeccionar un peto que cubra anatómicamente al caballo con esta fibra impenetrable? Comprendo que ello conlleva un riesgo añadido para los picadores, pero… ya verían cómo el toro actual no esta tan toro-mierda como algunos piensan.
Antes de la prueba práctica, Victorino Martín ya adelantó sus reticencias respetuosas a la forma de actuar de algunos picadores actuales. Solo se refirió a los que pican mal, pero no tardaron mucho en mostrarle la oposición frontal a su tesis. Los “picas”, en aquellas cuestiones que directamente les afectan, suelen ser poco dialogantes.
Hoy continúan en Alba de Tormes las comparecencias y los debates, para alcanzar las conclusiones definitivas. En Alba, el amanecer de una regeneración de los utensilios de la lidia ya ha originado algunos choques entre profesionales de los distintos gremios. De Aurora Boreal, para los melancólicos. La Parrala, versión taurina, para los escépticos. Esto va para largo. Ya les contaré.
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