La otra cara deportiva de esta moneda futbolística que sólo tiene cruces la representa Kylian Mbappé, el estafador del amor. Una parte del madridismo, que no me atrevería a cuantificar, se ha levantado esta mañana expectante y con las mejillas sonrosadas porque tenía un email de Monsieur Verdoux, el estafador de l’amour. Hacía diez meses que la afición merengue no sabía nada del francés, que dejó plantado al Madrid por otro más rico, pero ya digo que ese "ya veremos" pronunciado anoche por este tirillas en la zona mixta ha ruborizado a algunos madridistas por eso de que donde hubo fuego, cenizas quedan. Ha pasado casi un año desde que Mbappé le pusiera los cuernos a ciento cuarenta millones de personas, que es el número de aficionados que estiman que tiene el vigente campeón de Europa repartidos por todo el mundo, y también desde que, sonriendo en aquel acto en el que Al Khelaifi se presentó con su cabeza, desde las gradas del estadio se acordaran a su vez de la madre del Madrid. Yo no voy a blanquear al estafador del amor, no señor. Y no lo quiero aquí. No lo quiero si marca cincuenta goles. Tampoco si marca cien. No lo quiero si ayuda al Real a ganar las próximas diez Copas de Europa. Pero entiendo que la carne es débil y que haya quien esté dispuesto a olvidar que Mbappé se rió del Madrid en su propia cara y quiera poner otra vez la cama.
Ramos y Mbappé, como digo, son las dos caras de una moneda deportiva que sólo tiene cruces. Un título nobiliario se puede comprar. Una cara se puede cambiar. Se puede conseguir también que se te abran de par en par las puertas de la UEFA. Incluso es posible educar a un ministro del actual Gobierno. Pero el estilo, ay amigo, el estilo no se compra con dinero. Ni la historia tampoco. La historia se tiene o no se tiene y el Paris Saint Germain podrá encerrar a sus jugadores en una Bastilla de oro y diamantes, podrá comprar futbolistas rompiendo las leyes del mercado, podrá saltarse a la torera el fair play… pero eso no impedirá que siga cayendo una y otra vez, y otra más, en los octavos de final. Decía Honoré de Balzac que un efecto esencial de la elegancia es ocultar sus medios. El PSG los exhibe, los pasea y los restriega. Anoche, en Munich, no ganó el Bayern, ganó el fútbol de siempre. Y eso lo saben muy bien Ramos y también lo intuye el estafador del amor.
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