"...Ha sido, como digo, Miguel Giménez, el torero que ha avivado en mi corazón esta ilusión por destocarme ante estos hombres de otra galaxia capaces de jugarse la vida, en la plaza y en la calle. Son muchos los que en los últimos años han emprendido dicha aventura porque, además de Giménez, Miguel Maestro, Paco Ramos, David Esteve, José Ramón García Chechu, Emilio Laserna…una larga lista de héroes que, desde el anonimato exponen su vida porque quieren ser toreros..."
Las últimas declaraciones que hemos leído de uno de estos grandes protagonistas de esta épica singular, un torero valenciano llamado Miguel Giménez nos ha motivado narrar estas letras puesto que, lo contado por el diestro valenciano es motivo de que cualquiera se destoque ante hombres de esta magnitud. Son toreros sin nombre, sin brillo, sin alharaca alguna; digamos que, forman parte de esa tercera división del toreo a la que nadie conoce pero que, el mérito que albergan es inmenso.
Yo supe de todo lo que supone ser torero de Perú porque, por ejemplo las figuras, si hablamos del país de los incas, lógicamente lo asocian todo a la plaza de toros de Acho en Lima pero, en el país andino hay cientos de plazas en las que, para fortuna de los diestros se llenan a diario. Digo que supe de todo lo que allí sucede hace ya muchos años cuando, el maestro Carlos Escolar Frascuelo fue el primero que abrió el camino para que, años más tarde, innumerables diestros españoles recalaran por aquellas tierras para hacer campaña y, ante todo, para sentirse vivos como toreros.
Recuerdo hace un par de décadas cuando, David Gil, un matador de toros linarense me contó las tres mil peripecias que allí tienen que sortear los toreros que, para su fortuna, en televisión se le rodó un reportaje que le hizo famoso en toda España; no sirvió para que funcionara en nuestro país, pero sí para que nos diera una lección al mundo, a sus compañeros y, por encima de todo para que los aficionados supieran que, lejos del mundanal ruido de las figuras de cualquier época, existe un colectivo del hambre, de toreros humildes que, con tal de torear son capaces de hacer el esfuerzo que haga falta.
Ha sido, como digo, Miguel Giménez, el torero que ha avivado en mi corazón esta ilusión por destocarme ante estos hombres de otra galaxia capaces de jugarse la vida, en la plaza y en la calle. Son muchos los que en los últimos años han emprendido dicha aventura porque, además de Giménez, Miguel Maestro, Paco Ramos, David Esteve, José Ramón García Chechu, Emilio Laserna…una larga lista de héroes que, desde el anonimato exponen su vida porque quieren ser toreros.
Para todos ellos mi enhorabuena, mi gratitud, mi admiración porque en la tercera división comentada, cualquiera, que analice y se ponga en la piel de estos hombres que llegan a un país lleno de inseguridad en todos los órdenes, desplazamientos de veinticuatro horas desde un pueblo a otro, todo ello con furgonetas destartaladas, sin apenas enfermería en plaza alguna; digamos que, todo queda a expensas de Dios. ¿Cabe grandeza mayor?
Lo grandioso de esta situación es que, pese a la dureza que todo ello conlleva, siguen quedando hombres de una talla humana increíble que afrontan este reto sin darle el menor mérito y, lo confieso, visto desde la butaca de mi casa, analizando los hechos, cualquier tiene que destocarse ante la labor de estos seres tan especiales como admirables que, para fortuna nuestra, son toreros. Y no hablemos de dinero puesto que, como es sabido, cualquier matador de toros puede cobrar en Perú más o menos mil dólares por tarde; es cierto que las condiciones de vida en aquel país nada tienen que ver con las nuestras pero, cuidado con el dato. Eso sí, hay un hecho que les mantiene vivos a todos cuantos matadores de toros puedan actuar en Perú, se trata de ver esas plazas inmensas llenas de aficionados que han comprado una entrada por cinco dólares y la que han pagado por cuotas mensuales. Lo toreros tienen mérito pero, aquellos aficionados, con su actitud, son dignos de admiración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario