Solo fuimos grandes cuando éramos pocos. Solo fuimos fuertes cuando nuestros músculos los tallaban la batalla y el trabajo, y no el gimnasio y los anabolizantes. Solo tuvimos destino cuando le quitamos las bridas a nuestra furia y le pusimos espuelas a nuestra inteligencia, cuando afilamos nuestra ira con las piedra de amolar el acero de nuestras espadas, cuando hicimos ingeniería con nuestros sueños y convertimos en mascotas infantiles los monstruos de nuestras pesadillas. Solo fuimos ricos cuando buscábamos El Dorado. Fuimos la aristocracia universal cuando abandonamos nuestras aldeas sin blasones para convertir el palio celestial en un palacio español, almenando nuestros nombres y nuestro linaje con una épica sin mitos.
Hicimos de Marco Polo un grumete de Juan Sebastián Elcano y de los Doce Apóstoles unos predicadores de cercanías. Convertimos a Aquiles en un mochilero de Hernán Cortés, a Alejandro Magno en un cabo tomatero de Francisco Pizarro y a Julio César en un gondolero del Emperador Carlos. El Vaticano fue nuestra parroquia de barrio mientras elevábamos la Cruz a las cumbres de los Andes y de las feroces pirámides aztecas, el Papa fue nuestro sacristán y España la Esparta de Cristo y el Jordán de la pila bautismal de todo el Orbe.
Eso hicimos y eso fuimos. Yo era español. Hoy soy la nada y la ausencia, sin épica y sin destino…pero con derecho a voto.
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