jueves, 18 de mayo de 2023

Plazas mayores y de toros/ por Álvaro Sánchez-Ocaña Vara


"...la plaza mayor ha significado el espacio o lugar de reunión, mercado, fiestas y espectáculo por antonomasia. Desde su pronto nacimiento fue el escenario predilecto para la celebración de espectáculos taurinos pues su desarrollo requirió, en todo tiempo, terreno suficiente para probar las embestidas de los astados y amplitud para sortearlas..."

Plazas mayores y de toros

Álvaro Sánchez-Ocaña Vara
Toros de Lidia/17 mayo, 2023
Bien sabido es que el espacio de las plazas mayores fue objeto de representación, persuasión y propaganda, sobre todo durante la Edad Moderna, siendo clave en ello la interesante relación existente entre poder, cultura y espacio. Así, la ciudad se convertirá en un inmenso escenario, transformando sus calles, plazas y edificios en espacios de persuasión. La plaza, convertida en el corazón representativo de la ciudad, se fue transformando en espacio habitual de celebración de fiestas, adquiriendo de forma permanente una configuración como espacio escenográfico, organizado a partir de formas regulares y fachadas unitarias. Desde la baja Edad Media, las plazas fueron los lugares escogidos para correr toros, pues no parecía haber en los pueblos y ciudades recinto más adecuado.

Durante el Renacimiento, la plaza mayor, además de plaza de armas y plaza del mercado, se convierte en escenario público de todo tipo de representaciones políticas, religiosas y lúdicas, siendo los espectáculos taurinos las más populares de todas ellas. ¿Cómo eran estos recintos? La plaza mayor solía ser rectangular, con casas uniformes alrededor semejando una construcción unitaria y corrida. Son porticadas, situándose en el centro, en ocasiones, una estatua ecuestre del rey o de algún personaje famoso. Una serie de arcos situados en las esquinas o ángulos la conectan con las calles principales de la ciudad. Su trazado cuadrangular debía ser corregido a fin de transformarlo en un espacio circular o, por lo menos, más redondo, con el único fin de impedir la huida o refugio de las bestias. Hemos de destacar, por tanto, la fusión que se producía con la celebración de este tipo de festejos entre la arquitectura física del trazado de las plazas mayores junto con el carácter efímero con que se dotaba a las mismas durante los días de fiesta, montando ex proceso grandes estructuras de madera que dieran cobijo a la multitud expectante, así como la debida decoración de fachadas y balcones.

Madrid, desde su instauración como capital por Felipe II, será el lugar donde se forje la fiesta de los toros. En el actual lugar de la plaza mayor se erigía en el siglo XV la plaza del Arrabal, donde comenzaron a lidiarse toros en el año 1493. Será durante el reinado del rey Prudente cuando el espacio adquiriría cierta regularidad, entre otras cosas, para el festejo de los espectáculos taurinos. Hay constancia de la celebración de toros en esta plaza en 1560, en honor al recibimiento de Isabel de Valois; en 1599, debido a la entrada pública de Felipe III y doña Margarita; en 1606, con ocasión  del retorno definitivo a la corte y por el nacimiento de una de las infantas; en 1607 debido al nacimiento del infante Carlos; en 1610, por el nacimiento de un nieto del duque de Lerma, etc.

En septiembre de 1617 se iniciará el derribo de la plaza del Arrabal. Una vez demolida, los comisarios regidores del Concejo se pusieron a la labor de organizar una fiesta de toros y cañas como vara de medir para determinar el tamaño que la plaza mayor debía tener. Esta será concluida en el año 1619 y, antes de finalizar las obras, el 3 de julio se llevó a cabo la corrida inaugural. Como era tradición, los días de San Juan y Santa Ana, como fiestas votivas de Madrid, eran motivo grande de celebración de toros (a partir de 1630, se añadiría San Isidro). En este recinto, salvo los años de luto por la muerte de Felipe IV, hasta 1700, último año de vida de su hijo Carlos II, se dieron toros en la plaza sin interrupción, ya que tal y como rezaba una canción popular:

“La Corte, en día de toros,

es pensil que no se encuentra

en las grandes monarquías,

que el Orbe incluye en su esfera”.

La afluencia de público, normalmente asegurada y en progresión ascendente, obligaba a las autoridades a enfrentarse a un conflicto de difícil solución, teniendo en cuenta los límites espaciales y, sobre todo, financieros, que imponían, respectivamente, el urbanismo y el municipio. Entre las medidas adoptadas hay que mencionar la utilización de los balcones con vistas a la plaza de los edificios circundantes. A los mismos no debían acceder todos los vecinos, sólo las personas principales, justicias, regidores, oficiales del cabildo, además del estamento eclesiástico; estos últimos utilizaban la balconada con precaución a la hora de observar el espectáculo, es decir, situándose de modo que no fueran vistos desde el exterior y así no ser objeto de críticas por gustar de tal diversión.

En definitiva, la plaza mayor ha significado el espacio o lugar de reunión, mercado, fiestas y espectáculo por antonomasia. Desde su pronto nacimiento fue el escenario predilecto para la celebración de espectáculos taurinos pues su desarrollo requirió, en todo tiempo, terreno suficiente para probar las embestidas de los astados y amplitud para sortearlas. En virtud de lo anterior, el nombre de las actuales construcciones taurinas proviene de la “plaza” existente, derivada del latín “platea”, que significa terreno ancho y capaz dentro del poblado. Se emplea también como sinónimo “coso”, cuyo antecedente es “cursus”, término usado en el idioma del Lacio para expresar un espacio cerrado donde se corre.

Con herencia lejana de los foros romanos, es en la España cristiana, especialmente a partir del siglo XVI, cuando se comenzaron a abrir esos espacios y lugares de persuasión y propaganda con el fin último de enaltecer las figuras de reyes y nobles que, con un uso escenográfico de estos espacios, utilizaban los espectáculos taurinos como un medio más de mostrar al pueblo su enorme poder.

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