Yo debo de confesar que al ver la lidia de los toros de don José Escolar sentí admiración por los toros y por los toreros. Ese creo que es el calificativo que lo define todo porque, pese a todo, algunos toros de dicho ganadero se dejaron torear, exponiendo la vida, claro, pero torear a fin de cuentas que es lo que importa. Yo entiendo a todo el mundo en sus opiniones pero, hagamos público que, lo que enardece a los aficionados y lo que en verdad le da prestigio a la fiesta de los toros no es otra cosa que el TORO como elemento principal y si falla el mismo la ruina está servida.
Estamos tan acostumbrados al llamado toro comercial, el que anda y vuelve y no muestra el menor atisbo de peligro y los que yo defino como burros con cuernos que, llegada la ocasión en que aparece un animal con trapío, pitones, casta, bravura, movilidad y todos los adjetivos que se le puedan atribuir a una corrida para que esta sea ejemplar que, insisto, hasta nos sorprendemos cuando aparece ese bicorne que definimos, paradigma de ello, los toros de José Escolar.
Cuidado que, si a un toro se le da la vuelta al ruedo en Madrid, pese a ser de Escolar, tenemos que quitarnos el sombrero. De otro modo hablaríamos si todas las reses lidiadas en dicha corrida hubiera sido como los dos que le cupieron en suerte a Domingo López Chaves que, el muchacho tuvo que bregar lo que no está en los escritos para salir ileso de aquel trance; eso tampoco lo queremos. Un toro ilidiable es una estupidez monumental pero, si esos toros a los que defendemos y admiramos en que los diestros se juegan la vida, si luego, en la muleta tienen opciones de triunfo, alabado sea Dios. Y lo digo porque será un triunfo legítimo, auténtico y emocionante. No es lo mismo triunfar ante un burro adormilado que solo tiene bondad que, hacerlo frente a un toro encastadísimo que, pese a tener grandes dosis de bravura, en cada muletazo quiere comerse al torero, de ahí la grandeza de todos aquellos que son capaces de superarle y, por consiguiente, de triunfar.
Desde hace ya muchos años que vivimos en la época del toreo moderno, el que obliga a los toreros para que le endilguen noventa pases a un toro, muchas veces, sin sentido ni medida pero, las corrientes mortecinas de la fiesta nos han arrastrado hasta las miserias del toro que se lidia en estos últimos cincuenta años que, por supuesto, nada tiene que ver con lo que era la lidia de un toro a principios del siglo pasado. Dicen que Belmonte fue el impulsor del toreo moderno pero, hasta entonces, la lidia de un toro consistía en poderle, torearle por la cara y prepararlo para la muerte. En este caso, si los toros de José Escolar y ganaderías similares, con pinta de toros antiguos, para colmo, si algunos se dejan torear como entendemos hoy el toreo, alabado sea Dios.
Otra cosa muy distinta, por muy toristas que nos sintamos, son los toros de Miguel Reta que, el hombre, con más afición que nadie en el mundo, todavía no ha encontrado la tecla para que sus toros embistan. Aquello de que los toreros acudan a una plaza de toros a sabiendas de que asisten a un suicido es algo tremendo porque ahí no disfruta nadie. Nuestra fiesta tiene que sostenerse con la verdad del toro auténtico, pero nunca a base de pánico y de que los aficionados se pasen la tarde rezando para que los toreros salgan con vida de la plaza. Todo, en su justa medida es entendible y lo que es mejor, razonable.
--En la foto de Andrew Moore vemos la bella estampa de lo que debe ser un toro de lidia.
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