viernes, 2 de junio de 2023

San Isidro'23. Alcurrucenes para Urdiales, Talavante y Luque. Ayer fue el toro, la casta, y hoy fue la mona, la raspa. Márquez & Moore

Esto es lo que hay

"...Para matar a esta julandronada se trajeron a Diego Urdiales, veinticuatro años de alternativa, Alejandro Talavante, diecisiete años de alternativa, y Daniel Luque, dieciséis años de alternativa y otros tantos de que su padre me invitara a un café. Cincuenta y siete años de alternativa entre los tres, para quién quiera preguntarse por qué no salen jóvenes valores y la tauromaquia se halla estancada en una gerontocracia que tapona la parte mollar del escalafón..."


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Días de mucho, vísperas de nada. Tras la abundancia la escasez, y si ayer la tarde fue un festín de toros hoy el encierro se ha cargado la tarde, poco más o menos. Segunda corrida de Alcurrucén en esta menguada Feria de San Isidro cuyo fin es inminente y a ver quién nos explica cuál es la razón de que hayan tenido que traer doce toros de los Hermanos Lozano, especialmente tras el deplorable juego de la que se dio el 18 de mayo. Misterios venteños que a nadie conciernen salvo a esta plomiza Plaza1 de la que en diversos momentos de la tarde se han quejado, agriamente y a voces, algunos grupos de aficionados.

Ayer fue el toro, la casta, y hoy fue la mona, la raspa. La mansada que los señores Lozano, don Eduardo, don Manuel y don José Luis, han mandado a Madrid era más digna de un simpecado del Rocío que de la ex-Primera Plaza de Toros del Mundo y de la ex-Primera Feria Taurina del Mundo. Y por si no quieres caldo, toma dos tazas de lo mismo, de descaste, de mansedumbre, de falta de remate, de ridículo taurino. El primero se echó al suelo cuando le dio la gana, en actitud que podía ser perfectamente la de la mula del Portal de Belén, más que la del buey, y allí estuvo echando la siesta del carnero, con el peonaje tirando del rabo -cola en Sevilla- a ver si conseguían que el manso holgazán volviera a la cuadripedestación y a mostrar el mínimo de dignidad al menos estando de pie. Pésima presentación. Escalera al averno de tipos y de tamaños, desde el grandote basto al largo y fino, igualados todos en su patente despreocupación del asunto de las varas y los caballos. Y las gentes del tendido aguantando el chaparrón, que el que venía del cielo no era nada comparado con el que se estaba dando en el ruedo.

Para matar a esta julandronada se trajeron a Diego Urdiales, veinticuatro años de alternativa, Alejandro Talavante, diecisiete años de alternativa, y Daniel Luque, dieciséis años de alternativa y otros tantos de que su padre me invitara a un café. Cincuenta y siete años de alternativa entre los tres, para quién quiera preguntarse por qué no salen jóvenes valores y la tauromaquia se halla estancada en una gerontocracia que tapona la parte mollar del escalafón.

La tarde dio muy poquito de sí. De Urdiales sólo pudimos apreciar su impecable vestido de azul noche y oro y esos aires tan toreros que se gasta cuando anda por la Plaza. El peor lote le tocó a él, especialmente su segundo, un tal Flauta, número 96, pariente de Picio por parte de madre, al que todos le tomaron un recelo descomunal y al que se banderilleó y toreó con el manual de Prevención de Riesgos Laborales en la mano. El primero había sido el colorado que se tumbó, toro de vaivén en su descaste y su flojedad al que hubo que mandar al Paraíso tras el poco edificante espectáculo que dio. En sus dos tardes Urdiales ha pasado por Madrid de puntillas.

La gran pregunta acerca de Alejandro Talavante o, como ahora se le llama “Talavante” a secas es: ¿por qué volvió? El hombre, como tantas veces se ha señalado aquí, adolece de una tauromaquia definida, necesita alguien que le inspire, un modelo en el que poderse mirar para componerse. Hemos visto al menos cuatro o cinco distintos Talavante, en función de quien estuviese a su lado. Ahora está junto a él Simón Casas, el ensimismado co-empresario de Las Ventas, y no parece que de la relación de ambos nazca algo que arme el muñeco de nuestro Talavante 2023. Su tarde ha consistido en una indefinición muy en su estilo, propia de las épocas en que anda sin referencia, un ir de acá para allá con el toro, que oficio sí hay, y un humo de paja sin nada que reseñar en su primero. 
En su segundo inicia la faena con una serie larguísima de rodillas muy vitoreada y, si vale la censura, a ver qué pinta un matador de toros con cerca de treinta y cinco años como si fuera un novillero que se presenta. La faena consta de altibajos a porrillo, algún muletazo suelto y, de nuevo, sobre todo, falta de plan. Final encimista y escasa petición tras media estocada tendida, aviso y un descabello. Hay un poco de petición, que ni los mulilleros consiguen con sus cucamonas que vaya a más y The End. Seguimos echando de menos a aquel Talavante que, junto al inigualable personaje que fue Antonio Corbacho, tanto nos deslumbró de novillero.

Y Luque, que triunfa constantemente en Francia y que no consigue dar un golpe de autoridad en Madrid, por más que anden tantas opiniones mercenarias de los revistosos del puchero poniéndole siempre por las nubes. Podemos decir que le tocó “el mejor lote”, dentro de las deleznables señas que se dieron más arriba sobre el encierro. Luque presenta la misma cara de siempre, el mismo toreo de poco compromiso más asentado en la ventaja y el viaje largo que tanto embelesa a los públicos contemporáneos, que en la verdad del cite y la tauromaquia más clásica. Con tantos años de oficio tiene una solvencia en su muleta muy estimable, y si la pusiera al servicio del bien hacer lo mismo se podía llegar a algo positivo, pero la fealdad de su colocación, lo desairado que queda cuando el toro se queda parado y no repite, enfría al público más que la lluvia que caía. Hubo otra petición de oreja de poca monta y de nuevo las tardanzas estudiadísimas de los mulilleros, tristes benhures de mula y propina, no fueron capaces de que aquello se elevase. 

En su segundo, el chiquitín Mimoso, número 62 que daba fin a la corrida, Luque se dedica a eso de “exprimir” al toro, que es como ver a una borrica dando vueltas a una noria. Algún jaleado adorno, un cambio de manos y, sobre todo, una excelente estocada que fue lo mejor de toda la tarde. Se pidió la oreja, que no se concedió, pero la estocada la valía. Ahora mismo no recuerdo otra en la Feria que haya sido mejor que esta de Luque, por lo lenta que la ha hecho, los tiempos marcados, la manera de tomar al toro en corto, dejando el estoque arriba, y su efecto fulminante que hace rodar a Mimoso sin puntilla.



ANDREW MOORE






LO DE URDIALES




LO DE TALAVANTE




LO DE LUQUE



FIN

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