jueves, 7 de septiembre de 2023

México. Solares y la evolución del lenguaje taurino /por Horacio Reiba



"...Solares fue coautor, con Jaime Rojas Palacios, del libro "Las cornadas" (Edit. Diana, 1981), participó en programas taurinos por televisión y ejerció de cronista titular en El Universal durante un par de temporadas grandes en la década pasada. Me ha parecido justo dedicarle esta columna con un tema del que hablábamos y que alguna vez le prometí abordar: el del lenguaje taurino y su evolución, no siempre afortunada ni bien fundamentada por los narradores y críticos actuales, pero llena siempre de giros y guiños lingüísticos de gran interés y originalidad..."

Solares y la evolución del lenguaje taurino
Llena siempre de giros y guiños lingüísticos de gran interés y...

Horacio Reiba 
AlToroMéxico/Puebla, Sep 2023 
Con Ignacio Solares (Ciudad Juárez, 15-01-1945, Ciudad de México 24-08-2023) desaparece un académico e intelectual de fuste que además de prolífico autor de tantos temas –con preferencia al histórico y la novela– fue destacado escritor y comentarista taurino y eventual cronista de corridas de toros.

Aun más: en tanto responsable del departamento de publicaciones de la UNAM durante la rectoría del doctor Juan Ramón de la Fuente –otro taurófilo sin complejos–, le debemos aquellos invaluables videos sobre la historia del toreo en México que, además de interesantísimas filmaciones arcaicas, incluye una larga serie de reportajes sobre la "corrida del domingo" que a lo largo de varias décadas disfrutó el país entero en los noticiarios cinematográficos exhibidos como preámbulo de las películas del día.

Ignacio Solares fue partidario acérrimo de Enrique Ponce y pude conocerlo personalmente en ocasión de una corrida provinciana en la que participaba el valenciano. Resulta que llegó a la hora, no encontró boletos en taquillas y yo tenía uno de sobra, que al advertir su desazón le ofrecí. Vimos juntos el festejo y tuvo que aceptar algunas de mis objeciones al quehacer de su torero. Quedamos como amigos y más de una vez nos saludamos en las afueras de la Plaza México. Aunque sosteníamos esporádicas conversaciones telefónicas dejé de verlo hace tiempo y la noticia de su deceso me entristeció sobremanera.

Solares fue coautor, con Jaime Rojas Palacios, del libro "Las cornadas" (Edit. Diana, 1981), participó en programas taurinos por televisión y ejerció de cronista titular en El Universal durante un par de temporadas grandes en la década pasada. Me ha parecido justo dedicarle esta columna con un tema del que hablábamos y que alguna vez le prometí abordar: el del lenguaje taurino y su evolución, no siempre afortunada ni bien fundamentada por los narradores y críticos actuales, pero llena siempre de giros y guiños lingüísticos de gran interés y originalidad.

El toro, principio y fin de todo

Para un ejercicio literario de cualquier tipo, el uso y dominio de la sinonimia es requisito fundamental. Eso, que sabían y practicaban hasta la exageración los revisteros antiguos, parecen haberlo relegado los actuales. No es que antes se escribiera de toros mejor que ahora, por más que los ejemplos más preclaros a ese respecto pertenecen casi todos al pasado, pero el lenguaje tecnocrático, que todo lo invade, también ha infectado el mundo del toro, y se pueden dar por desaparecidas palabras como morlaco, burel, bicho, bovino, astado, cornúpeto –o cornúpeta, nunca supe bien a bien a qué género gramatical pertenece el vocablo correcto–; por no hablar de las voces referidas a la condición para la lidia de cada animal específico, donde noblón no significaba exactamente noble así como el bravucón no es un toro bravo; en realidad, esa manera de declinar los adjetivos usuales –mansurrón, docilón, gazapón, probón…– adquiere, en el vocabulario taurino, cierto matiz denigratorio, curiosamente poco utilizado en las reseñas actuales, que se suponen preocupadas por atender a las características de los bovinos como base para enjuiciar la actuación del torero.

Entre la brevedad y la corrección política

Sería imperdonable omitir una muestra significativa de la fraseología ligada al mundo del toro, llena de giros y tropos tan gráficos como ingeniosos actualmente en trance de extinción. Así, había morlacos que alargaban la gaita, o que permanecían en estado levantado –lo normal en los primeros momentos de la lidia–, o que venían por el dinero de la temporada o barbeaban las tablas, o derrotaban al bulto, … Y toros encampanados o resabiados o aplomados o que sabían latín…

De paso, han descendido a los infiernos de la incorrección política voces como morucho, marrajo, choto, rata, toro meneado o destartalado o buey de carreta, no vaya a ser que se ofendan los señores ganaderos o el sacrosanto empresario en turno. Tiempo hubo en que calificar a un bicho de pastueño o boyante –palabra que deriva de buey—, y no se diga de pajuno, llevaba implícito cierto demérito por clamoroso que hubiese sido el triunfo del torero, como cuando Rafael Solana "Verduguillo" descartó entre las faenas más grandes de Rodolfo Gaona la de "Sangre Azul" de San Diego de los Padres (14–01–23) por tratarse “del toro más tonto que se ha visto”, o Roque Solares Tacubac llamó "pazguato" el célebre "Tanguito" inmortalizado por Silverio Pérez (31–01–43).

Claro que al multiplicarse tal tipo de ejemplares excesivamente nobles aunque no exentos de buena casta, y, sobre todo, al degenerar la obsesivamente buscada boyantía en pasividad, sosería, docilidad ovejuna, el resultado es una tauromaquia transformada en toreografía --permítaseme presumir la paternidad de este irónico vocablo-- responsable de la deserción de tantos aficionados y del paralelo desinterés de las masas por un espectáculo que ha traicionado sus fundamentos, donde la emoción y el riesgo nunca debieran estar ausentes.

Neologismos

Curiosamente, han aparecido en este siglo palabras capaces de enriquecer el léxico taurino agregándole matices descriptivos que antes no tenía, por ejemplo esa que califica a determinado burel de informal –los hubo siempre, pero nadie había atinado con el vocablo exacto… quizás el más aproximado sería incierto–; pero ante un toro incierto había que andarse con mucho cuidado, en tanto que la simple informalidad en las embestidas más que un peligro inminente supone una irregularidad deslucidora de la faena, y de paso puede confundir al espectador poco avezado, al grado de inducirlo a suponer que la tal irregularidad procede de la incompetencia del torero.

Hablando de neologismos –relativos, porque llevan años usándose– está eso del abreplaza y el cierraplaza, que funden en una sola palabra lo que antes eran frases compuestas por tres. A cambio, yacen empolvándose en el último rincón del limbo las muy precisas descripciones de la pinta o pelaje de los astados, y desde luego todo lo concerniente a la forma y tipo de cornamentas, un universo de expresiones exclusivamente taurinas que hoy nos vendrían de perlas para airear el frondoso y bellísimo vocabulario de nuestra bienamada Fiesta, cuya riqueza léxica y semántica nunca debió pasar a segundo término.

Continuará

Releo lo anterior y caigo en la enormidad del compromiso contraído. Pero promesas son promesas y habré de desarrollar hasta donde dé de sí –hasta donde mis limitados alcances lo permitan– un tema tan sugestivo como lo es el del lenguaje de los toros, enraizado como ha estado siempre en nuestra mejor tradición léxica, coloquial y cultural.

Que no se sorprenda el paciente lector si cualquiera de estos lunes le damos el espacio y la continuidad prometidos.

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