jueves, 19 de octubre de 2023

El león y la memoria / por Paco Delgado

 
Dámaso González

"...La constancia, la paciencia, el espíritu de sacrificio y una voluntad indomable lograron que, una vez más, el llamado León de Albacete,  acabase por ganar una partida que parecía tener perdida de manera irremediable..."


El león y la memoria

Paco Delgado
Burladero/19 de octubre de 2023
Hay que resaltar la importancia de hacer las cosas, aunque sea con retraso, a no hacerlas nunca. Hacer algo después de lo previsto es siempre preferible a no hacerlo. Así ha sucedido con Dámaso González, un grandísimo torero al que le costó ser reconocido como tal. Sobre todo en Madrid. 

Aunque, como decía el que fuera futbolista y luego entrenador Luis Aragonés, "lo que sucede en cada momento siempre es lo mejor que puede suceder", aún cuando probablemente llegue tarde, el reconocimiento a un persona, a una obra, a lo hecho por alguien, siempre es de agradecer.  

No es sólo cosa de la idiosincrasia española, creo que es algo implícito en la naturaleza humana (lamentablemente pienso que era Hobbes quien llevaba razón en cuanto a que el hombre es malo por naturaleza y Kant pecó de optimismo): se tiende a reconocer lo hecho por alguien cuando ya no puede disfrutar del homenaje. Pero más vale así que nunca.

Hace unos días se celebró en Madrid, en la plaza de Las Ventas, y gracias a la iniciativa del Foro Universitario Mazzantini que preside el profesor, también albacetense, Javier López-Galiacho, un acto de homenaje a Dámaso González, uno de los diestros más importantes en el último tercio del siglo XX y primeros años del XXI y pieza clave en el desarrollo de una tauromaquia que resalta y destaca el sometimiento del toro por parte del torero como parte esencial de la lidia, dando continuidad a lo hecho por Domingo Ortega y paso a gente como Ojeda, Espartaco o Enrique Ponce, que sublimaron el concepto damasista, en el que el temple, asentado en el valor, naturalmente, era el eje sobre el que todo giraba para conseguir doblegar a su oponente. 

Seis años después de su muerte, una de las plazas en las que más tardó en ser aceptado, le dedicaba una placa en su honor y recuerdo, y su nombre está, físicamente, ya para siempre, junto a los de, por ejemplo,  Paco Camino, El Cordobés, El Viti o Curro Romero, entre otros muchos de mayor antigüedad.

Dos veces logró abrir la Puerta Grande de Las Ventas, el 25 de mayo de 1979, al cortar las dos orejas a un toro de la ganadería de La Laguna,  y el 21 de mayo de 1981, cuando paseó una oreja de cada una de las reses de Torrestrella que toreó.

Pero no fue una plaza fácil para él -no lo es para nadie-, que tardó en ser aceptado por una de las aficiones más complicadas, exigentes y difíciles del mundo. Sabido es que durante muchos años la gracia era, cuando toreaba él, contarle los muletazos que iba dando. Uno, dos, tres... cuarenta, sesenta, sesenta y ocho, sesenta y nueve... ochenta... como si lo que hacía fuese un ejercicio inútil y vano. Sin embargo, año tras año, Dámaso volvía a torear en la Monumental madrileña y explicaba su lección sin que muchos la entendiesen, fijándose más en lo torcido que llevaba el corbatín que en su espectacular doma de un animal al que pocos podían hacer lo que él les hacía, logrando cambiar la tendencia y ser tenido, ya en sus últimos años en activo, como torero referencial y ejemplo.

La constancia, la paciencia, el espíritu de sacrificio y una voluntad indomable lograron que, una vez más, el llamado León de Albacete,  acabase por ganar una partida que parecía tener perdida de manera irremediable.

Julián García, quien le tuvo como rival en su época de novilleros y en sus primeros años como matador de alternativa -y, que, por cierto, también fue discutido por el público venteño y acabó saliendo a hombros y debería tener su placa correspondiente-, reconocía en él una casta especial; le describe como un gran torero con el que compitió en buena lid, de una gran nobleza -“buena gente, en Las Ventas le costó mucho entrar, le decían que alargaba mucho sus faenas y eso no gusta allí. Pero ese era su concepto y acabaron por "aceptarlo”- destacando, además -y no es algo fútil ni anecdótico- que era una gran persona. 

Y como tal no hizo caso de desprecios y desplantes, siguiendo siempre hacia adelante y desarrollando un modelo que acabó por convencer a todos. Su figura, enorme, no sería un ideal de belleza, pero su toreo queda ya en la memoria colectiva como canónico.

1 comentario:

  1. Todo lo que se escriba sobre Dámaso es poco.
    Fue un torero de una dimensión grandísima.

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