lunes, 2 de octubre de 2023

Feria de Otoño. Novillos de Guadaira para Burdiel, de Sevilla; Peñaranda, de Cuenca; y Martín, de Zurich. Vuelta a la normalidad. Campos & Moore



Plaza de toros de Las Ventas. Domingo, 1 de octubre de 2023. Segundo festejo de la Feria de Otoño. Tarde ideal. Tres cuartos de entrada. Las andanadas donde se han regalado los abonos anuales para los jóvenes aficionados, vacías.

Novillos de Guadaria, de origen Jandilla (Domecq), bien presentados, mansos, no se emplearon en el caballo, flojos y nobles; primero y, sobre todo, el tercero con algo de picante que desbordó a los toreros; cuarto idóneo para la muleta; segundo y quinto con buen son; sexto descastado y muy flojo. Cuatro de ellos lucieron crotal.

Terna: Álvaro Burdiel, de Sevilla, azul Prusia y oro, con cabos blancos, silencio, ovación y silencio (en el sexto que mató por haberse lesionado Ismael Martín); veinticuatro años. Alejandro Peñaranda, de Iniesta (Cuenca), grana y oro, con cabos blancos, ovación y palmas; veintiún años. Ismael Martín, de Zurich (Suiza), hacía su presentación como novillero en Madrid, de azul Rey y oro, no pudo descabellar al tercer novillo, por lesionarse el hombro, silencio; veinte años.


Nos costó mucho esfuerzo volver a los toros, ayer, cuando se lidiaba en Madrid la primera novillada de la Feria de Otoño de 2023. Las sensaciones vividas el día anterior en la despedida de El Juli de Madrid, para un aficionado de a pie ponderado, fueron deprimentes; y se nos hizo muy difícil volver a la plaza, a nuestro abono, con buen ánimo. 

El espectáculo montado y sucedido en esa despedida fue paupérrimo y nocivo. Volvamos a recordarlo. No hubo toros y no existió toreo, pero sí se produjo corte de orejas debido a un público obsesionado en pronunciarse de modo burdo y chacotero, invasivo, lo que viene a significar, de nula seriedad. Un público adocenado, por no decir cumplidor de consignas.

 Una multitud ciega, seguidora de las directrices que plantea el mundo taurino, que parece ser, por lo visto, tiene mucho eco y fuerza. 

Este aspecto, desde el punto de vista de si la tauromaquia tiene adeptos, sería una muy buena noticia, pero no es así, pues bajo el criterio de que el toreo tiene unas exigencias éticas, técnicas y regladas, se prefigura como un pésimo vaticinio.

Nos abocamos a un tiempo futuro incierto para el mundo de los toros. En este momento, no encontramos, dentro del mismo, referentes válidos. No decimos que no exista algún que otro buen torero, sino que ese modelo necesario —o modelos— que sirvan de faro para que un nuevo aficionado pueda fijarse y aprender —en toreros clásicos y poderosos— no lo intuimos. 

Tampoco vemos por ningún lado a ese molde que, a su vez, pueda ser útil para los novilleros, para que aprecien la verdadera técnica del torear —el canon—. Ni para que la sociedad que nos rodea entienda el verdadero compromiso y esfuerzo que representa la tauromaquia —en torno a un torero cabal— no lo vislumbramos. En este último apartado tenemos que agarrarnos, porque no tenemos más remedio y nos conviene, a lo que representa Morante de la Puebla hoy, si bien compartiendo con él todas sus dudas, que no son otras que esa su resistencia a elegir verdaderos toros para su toreo, y no ese toro dócil y claudicante que desde hace un tiempo eligen todas las figuras y que tiene adulterada y homogenizada a la tauromaquia.

Decir figura del toreo es como convocar a la ataraxia y entrar en un estado espiritual beatífico en el que ya no es necesario pensar, sino obedecer y acatar. Es un término que debe llevar un siglo de existencia, habría que datarlo exactamente. En el diccionario de José Carlos de Torres, Léxico español de los toros, leemos la siguiente explicación: «Dícese del torero cumbre, as o mandón en el toreo…(Camisero)». Camisero será seguramente Ángel Carmona, que fue torero y escritor. 

Por lo que se ve, en la actualidad, los taurinos han entendido la voz acogiéndose, exclusivamente, a la expresión: 

mandón en el toreo, que señala al torero que llega arriba —en la jerarquía taurina— y que desde ese instante se dedica a defender sus propios intereses, dándole igual cualquier aspecto ético que se relacione con la tauromaquia —lo grave y lo serio de la misma—. Un tipo de torero que manda para configurar carteles; para torear donde le plazca; para crear una atmósfera de boato de sí y a su alrededor, —nada de críticas—; para no medirse nunca a toros de edad, trapío, íntegros y con casta —sólo le vale el toro comercial—. Para hacerse rico de cualquier modo y manera. Etc. 

Ante esta apabullante realidad de la existencia de las figuras del toreo, que parece son tan necesarias, el aficionado tiene que claudicar y hablar bien y servicialmente de esa figura, de sus caprichos, de sus estadísticas, de su técnica, de su pétrea verdad taurina, porque es figura y ser figura viene a ser como un Dios taurino que nos da la vida, nos protege y nos aporta razón y lógica para nuestra vida de aficionados. Por lo tanto, no hay nada más que hablar, ni reflexionar o discutir.

Ante esta dictadura psicológica candente del mundo de los toros, los novilleros están dirigidos y espoleados a ser figuras, y quedan engullidos en una trama espesa de intereses y complejidades que para cualquier persona —y para el aspirante a torero— es incomprensible, ni de entender ni de digerir. En fin, una realidad envolvente que devora también al aficionado. Inextricable. 
Desde esta perspectiva vamos a analizar con brevedad lo sucedido ayer en la novillada de Las Ventas, a la que acudimos como probos aficionados y mosqueados ciudadanos.

Álvaro Burdiel mató tres novillos. En su primero se vio superado, creemos que porque abusó de poner la muleta en uve y así era muy difícil someter, mandar, a un novillo que requería dominio, no se acopló en ningún momento, ensayó ligeramente el natural por las afueras y mató de bajonazo en la suerte contraria. En el cuarto de la tarde, con el capote lució en una media verónica, se enfrentó a un excelente novillo, realizó un buen comienzo de faena —con dos estupendas trincheras— y un final clásico, con buen compás, en el desarrollo de la labor consiguió muletazos de clase, pero sin llegar a redondear nada, le faltó presentar mejor la muleta y mató en la suerte natural de una estocada trasera, caída y desprendida. En el sexto novillo tuvo poco trabajo pues éste llegó muy quedado a la muleta, mató en la suerte contraria, de pinchazo y de media caída baja.

Alejandro Peñaranda, en su primer novillo, le vimos precavido, mal colocado, perfilero, en ocasiones con la pierna retrasada, a medias todo, mató en la suerte natural, de estocada delantera caída y un descabello, escuchó un aviso. En el quinto, intentó por todos los medios hacer faena pero no pudo acoplarse, por la distancia, en la que no se ajustó, por falta de mando en las embestidas del novillo que sacó un poquito de picante, por su postura de perfil que no le ayudó; mató en la suerte natural de estocada caída. Fue una lástima ver a este torero algo desdibujado ayer tarde, pues en su presentación en Madrid, acaecida este verano, nos encantó por su corte clásico, por su seguridad y su por su elegancia.

Ismael Martín, en el único novillo que intentó matar —tuvo que descabellarle Álvaro Buriel—, se midió al astado más interesante para el aficionado, por su movilidad y casta, pero más difícil para el torero. No pudo en la pelea, que le ganó el novillo, intentó la estocada en la suerte contraria en cuatro intentos, quedando caída en el último. Al descabellar —en el tercer golpe— se lesionó en el hombro y tuvo que hacerlo Buriel, que se empleó en cinco descabellos en los mismos medios a dónde el ejemplar de Guadaira llevó a los toreros.


FOTOGRAFÍA: ANDREW MOORE





Álvaro Burdiel, de Sevilla, azul Prusia y oro,
con cabos blancos, silencio, ovación y silencio


Alejandro Peñaranda, de Iniesta (Cuenca),
grana y oro, con cabos blancos, ovación y palmas;
veintiún años


Ismael Martín, de Zurich (Suiza),hacía su presentación como novillero en Madrid, de azul Rey y oro, no pudo descabellar al tercer novillo, por lesionarse el hombro, silencio; veinte años

FIN

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