Alfarería griega
Toro de lidia,
río terrible
que llega del fondo de los siglos
arrastrando vaticinios y cultos.
(Jean Cocteau)
El hombre se desanimalizó cuando pensó. Cuando consciente de sí mismo y del entorno, se puso aparte preguntándose y preguntando. Pero su razón, incapaz de hallar contestación a la enormidad de misterios y angustias que le asediaban, fue salvada de la locura por la imaginación. “En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”, decía Einstein.
Ser social, compartió las ilusiones, asociaciones, símbolos, representaciones, modelos con que se respondía, mitigaba temores, deseos, incertidumbres y trataba de contener la bestia (interna). Mito. Imaginario común, que cohesiona, identifica, cuida, ubica el rebaño en la inmensidad del tiempo, el espacio y la contingencia.
Aquí estamos, esto somos, en esto creemos, así hemos vivido y así vivimos. No hubo ni hay cultura sin mitología. La mitogenia es carácter exclusivo, determinante y vital de la especie Sapien sapiens. ¿Qué es lenguaje, literatura, arte, saber con sus verdades convenidas, sino mitología? La novela explica lo que la historia y la ciencia no pueden, señalaba Milán Kundera.
Hoy, la globalización y la digitalización amenazan sumergir esas mitologías identitarias, bajo el tsunami continuo de imágenes, datos y estímulos fugaces. Sin reemplazarlas por un gran relato universal. ¿O sí? No. No es otra vez la utopía de la “aldea global” paradisiaca. Es quizá el cementerio post apocalíptico de los mitos que sacaron al hombre de la zoología.
Valores, gustos, moral, modos, iconos… hundidos en el diluvio vertiginoso de la red. Vertedero de culturas que se formaron con ellos. La eternidad, el universo, ahora tienen límites. La muerte no existe. Solo el espiral narcotizante del presente virtual.
Uno de los más antiguos mitos, sino el más, en África, Asía y Europa, migrado luego a América, es el del toro, la tauromaquia, la Fiesta, la corrida, su rito, alegoría profunda del sitio y relación del hombre con la naturaleza, la vida y la muerte.
Hoy, arrinconado progresivamente a unos cuantos países. Combatido fuera y dentro por los que lo ignoran y rechazan, y los que intentan desvirtuarlo y venderlo como espectáculo de vacua diversión.
Su estética, su ética, sus héroes, sus hazañas pierden credibilidad, validez, mensaje y ejemplo para el enorme rebaño absorto en las pantallas que le transmiten edulcorado el horror de sí mismo y un futuro posible despojado de las certezas que lo humanizaron. Proclive a delegar su raciocinio y su moral en las máquinas (IA). Lelo ante su reanimalización inconsciente. Detrito de una manada impía, sin mitos ni rituales a la que solo escandalizó el toreo.
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