Como decía, en poco más de tres cuartos de hora los empleados de la plaza drenaron el albero con una facilidad pasmosa; es cierto que, hasta antes el festejo el ruedo estaba cubierto por una gran lona, la que impidió que se embarrara el ruedo. Es verdad que, tras quitar la lona cayó la tormenta descrita, pero, insisto, los operarios maestrantes dieron una auténtica lección de profesionalidad para dejar el ruedo de forma impecable para que pudiera celebrarse el festejo sin el menor atisbo de barro por ninguna parte. Ni una sola gota de agua pudimos atisbar durante todo el festejo y, repito, el albero estaba como si no hubiera llovido, la prueba es que nadie se quejó y, lo que es mejor, antes del festejo los toreros inspeccionaron el ruedo dándose cuenta de que estaba impecable, de ahí que el festejo tirara hacia adelante sin el menor problema.
Eso sí, como el mundo de las excusas sigue siendo infinito, Morante se trabajó el papel durante todo el festejo al efecto de que se descalzara sin que nadie se lo pidiera y, lo que es más grave, sin venir a cuento porque nadie atisbó el barro que según él tanto le perjudicó durante la lidia. Y si había tanto barro, ¿cómo es posible que nadie se descalzara, nadie resbalara y la corrida pudiera llevarse a cabo sin la menor incidencia? Las cosas de Morante, no cabe otra explicación. Claro que, si en vez de quejarse hubiera pedido toros válidos para su lidia otro gallo nos hubiera cantado a todos. Pero tanto él como sus compañeros, dieron como buena esa basura de Matilla en calidad de toros que, de forma inevitable dieron al traste con el festejo de Resurrección.
Repito que, el mundo de las excusas no tiene límites y, Morante, aprovechó la lluvia para buscarse un culpable; si no se atrevió a decir que sus enemigos eran pura bazofia, alguien debía tener la culpa, en este caso, el agua bendita que cayó sobre Sevilla que, como todos pudimos ver no dañó para nada el albero maestrante. Y lo que digo lo demostraron todos los actuantes, de forma muy concreta Joao Ferreira que puso dos pares de banderillas arriesgadísimos que, de haber estado el suelo embarrado, su hazaña hubiera sido imposible. Quedó claro que, su jefe no pensaba como él.
Por cierto, si de agua hablamos, de lluvia se entiende, preguntémosles a los sufridos cofrades que no pudieron procesionar por las calles de Sevilla, ¿qué hubieran preferido hacerlo o llegar a casa, abrir el grifo y ver que no caía una sola gota por la sequía? Justamente, lo que les ocurre a muchos vecinos de distintos pueblos sevillanos que, con toda seguridad, tras las lluvias caídas en toda la semana pasada seguro que sus acuíferos vuelven a nacer, así como los pozos que suministraban agua a tantos pueblos andaluces.
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