"..Cargar la suerte se reconoce fundamentalmente como un plus asociado al valor del torero, pues supone una exposición mayor que la de los lances que no obligan al toro a desviarse. Adelantar la pierna hacia el terreno por el que se obliga a pasar al animal, y más cargando el peso en ella, obviamente expone esa pierna a un mayor riesgo.."
Si Juan Belmonte redefinió el secreto del toreo en tres verbos, parar, templar y mandar, con Domingo Ortega se completaba aquella tabla de mandamientos con la obligación de cargar, si bien daba por sobreentendido que sin cargar no se podía mandar, aclarando que “cargar la suerte no es abrir el compás, porque, con el compás abierto el torero alarga, pero no profundiza; la profundidad la toma el torero cuando la pierna avanza hacia el frente, no hacia el costado”.
Mucho se ha escrito y hablado sobre este particular, y desde que la tauromaquia comenzó a regularse y reglamentarse; ya cuando la figura del picador competía en protagonismo con el matador, Pepe Hillo explicaba la expresión cargar la suerte referida a “la acción que hace el picador cuando coge el toro con la púa, y se esfuerza a echarlo fuera en el encontronazo”, abundando Paquiro sobre el particular y definiendo la suerte a través de varios pasos: “citar al toro, dejarlo llegar a la vara sin mover el caballo y, conforme llegue a jurisdicción y humille, ponerle la puya, cargarse sobre el palo, y despedirlo, si puede, en el encontronazo, por la cabeza del caballo, que hasta ahora no debe haberse movido”.
Cargar la suerte se reconoce fundamentalmente como un plus asociado al valor del torero, pues supone una exposición mayor que la de los lances que no obligan al toro a desviarse. Adelantar la pierna hacia el terreno por el que se obliga a pasar al animal, y más cargando el peso en ella, obviamente expone esa pierna a un mayor riesgo.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se viene observando como no son pocos los diestros, y en ese grupo aparecen varios toreros tenidos o considerados como figuras, que suelen omitir aquel requisito básico y, lejos de cargar, abusan de torear en línea recta y de desplazar a su oponente hacia afuera, al tiempo que componen la figura para dar plasticidad y estética a su acción, pero sin asumir mayor compromiso y obviando aquel último término de la trilogía belmontina, mandar, que en versión del torero de Borox incluía el concepto de cargar la suerte. Una estética que llega un tanto desvirtuada y hueca pues se han olvidado mando y técnica para ligar los pases cargando siempre la suerte con temple y una armonía dinámica que producen la emoción que da sentido y valor a lo artístico.
El torero debe ir ganado terreno al toro hasta ser el único que gobierne en el ruedo. Y, resumiendo y haciéndolo corto, para triunfar hay que arriesgar. Nada te viene regalado ni gratis y todo tiene su precio. Esperar sentado a que la suerte te bendiga es confiar en un milagro y estos son muy, muy escasos y raros de ver.
Hay que ir siempre hacia adelante, que para eso existe este adverbio de lugar, empleado con el significado de ‘más allá’, ‘hacia allá’, ‘hacia delante’ o ‘hacia enfrente y que conlleva la existencia de un movimiento. Y eso supone un esfuerzo que suele dar resultado.
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