"..Si esa ley natural no se hubiese cumplido de forma más o menos inexorable, efectivamente, hace tiempo que la cosa taurina sería ya mero recuerdo. Pero es algo que cala y prende y en ese proceso de crecimiento y madurez se van cumpliendo unas etapas que forjan la afición de cada uno. Pauta que se repite de generación en generación.."
Siempre se ha dicho, y muchas veces creído, que la fiesta de los toros tenía sus días contados y que su horizonte parecía cercano. Repasen la hemeroteca y se encontrarán el argumento en ejemplares de hace 100, 50 o un año. Y no sólo por los tejemanejes de quienes gobiernan el tinglado, que siempre han demostrado una cortedad de miras en verdad preocupante, mucho más atentos a llenar la andorga cuanto antes que a sembrar para el futuro. Pan para hoy y hambre para mañana, que yo seguramente ya no estaré y el que venga detrás que se las componga. La media de edad de los espectadores se tuvo, y tiene, como factor principal para el pesimismo.
Efectivamente, si se detiene uno a mirar el carnet de los asiduos a una plaza, o de los que acuden al reclamo de una feria o un cartel, la realidad a bote pronto es que el mayor porcentaje, con diferencia, suele ser de gente que supera, o ronda, lo que se ha dado en llamar la mediana edad, sobrepasados los treinta y con el medio siglo ya a cuestas muchos más y un nada pequeño sector de jubilados de más o menos jerarquía. Y, la verdad, asusta el dato servido a puerta fría. Sin embargo, si se analiza el tema con un poco de calma, salta a la vista que eso ha sido así de siempre y de siempre se ha ido renovando el personal. Se comienza a ir de niños, en caso de una gran afición de padres o abuelos, que llevan a los toros al nene, que cuando crece, si el tema le ha interesado, suele ir por su cuenta, echando mano de ahorros o sisas, y no es hasta que adquiere una estabilidad económica cuando se hace asiduo y abonado.
Si esa ley natural no se hubiese cumplido de forma más o menos inexorable, efectivamente, hace tiempo que la cosa taurina sería ya mero recuerdo. Pero es algo que cala y prende y en ese proceso de crecimiento y madurez se van cumpliendo unas etapas que forjan la afición de cada uno. Pauta que se repite de generación en generación.
La juventud es una etapa vital en la que experimentamos cambios, y cuestionamos todos los fundamentos que nos rodean. Es el tiempo de las ilusiones, de las vivencias más intensas, y esa capacidad de ilusionarnos es en parte nuestra capacidad de vivir. Y la disponibilidad económica va paralela a ese crecimiento y condiciona de manera decisiva la asistencia y fidelidad a todo aquello que más atrae a cada cual.
Pero no es menos cierto que, de un tiempo a esta parte, las empresas taurinas se han percatado de lo importante que es ir forjando una cantera de nuevos aficionados que no sólo vayan ocupando el lugar de los más mayores, sino que se sienten junto a aquellos. Plazas como las de Valencia o Alicante o Albacete fueron pioneras en crear lo que se dio en llamar “tendido joven”, en los que por una relativamente pequeña cantidad de dinero se puede presenciar una feria o una temporada completa. Un vivero de clientes que a poco que se emocione con lo que ven serán fieles para siempre.
Más moderno, y no menos importante y crucial, es el invento de llevar a niños a presenciar corridas de toros, tutelados por un mayor y por expertos que van explicando los mecanismos de la lidia y qué sucede a cada paso en el ruedo. Para muchos será un rollo, pero otros tantos se engancharán y seguirán disfrutando de la tauromaquia hasta que la parca vaya a decirles que ya basta.
En esta pasada feria de fallas llamó la atención muchos días la gran cantidad de adolescentes que había en la plaza y más que serían si se cuidase todavía más ese aspecto.
Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, versos inmortales de Rubén Darío, una elegía romántica sobre la pasión y el amor, con la que, sin duda llevado de su vena poética, exaltó hasta límites celestiales lo que no es sino una de las muchas transiciones que experimenta el ser humano en su desarrollo y caminar hacia, se supone, la meta en la que cada cual aprecia de qué le ha servido ese aprendizaje. Para muchos, para memorizar el camino de la plaza de toros en lo que no deja de ser un proceso natural.
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