martes, 16 de julio de 2024

Sonidos y silencios de Pamplona / por François Zumbiehl


"..Esta fiesta inigualable produce contrastes violentos y extraños: la cacofonía de los sonidos musicales, de los pitos y de los gritos, lanzados al aire en cualquier momento, baja de tono cuando se abren paso los cantos y los elementos sonoros tradicionales de una tarde de toros.."

Sonidos y silencios de Pamplona

François Zumbiehl
ABC/14 Julio 2024
La primera impresión que uno recibe al penetrar en el coso sanferminero de Pamplona es que lo más impactante es lo que se oye - o no se oye -, no tanto lo que se ve. El caos sonoro cuyo volumen sobrepasa cualquier retransmisión, colma los oídos y, durante un instante, coloca todo el resto en un segundo plano. El día 12, en el preludio de la corrida, una pitada continua y ensordecedora llenaba todo el recinto, motivada, parece ser, por el conflicto entre el color político de la presidenta del festejo y algunas peñas. 

Los toreros tienen que asumir esa inmensa cortina de ruido que se levanta entre ellos y los tendidos, y hasta lidiar con ella. Algunos, concentrados en su quehacer, desarrollan su toreo como si estuvieran en cualquier otra plaza, sin recibir, en cada pase logrado, el eco de los oles rituales. A pesar del tumulto incesante parecen actuar en silencio, sin esperar respuesta por parte del respetable, como si se les viera actuar en el fondo de un acuario de vidrio. Las olas se oyen afuera: son los gritos saludando determinado torero, como el epíteto emblemático para los héroes de Homero, o los cánticos ordenados en el tiempo, esperados y voceados por el conjunto de la plaza; tal es el caso de El Rey una vez salido el segundo toro. Sin embargo, la banda de música La Pamplonesa se encarga, cuando el momento lo merece, de trenzar el hilo de conexión entre el actuante y el público, advirtiendo con el pasodoble emprendido, sonando mezzo voce en el clamor general, que algo de valor está sucediendo.  Ese cuerpo musical, otorgado a la faena, instala el silencio y la atención de los aficionados. Algunos oles toman vuelo. Queda entreabierta la cortina. 

Este viernes 12 de julio, el triunfo de Roca Rey y la oreja cortada por Pablo Aguado en su primer toro, demuestran que, cuando están acompañados por la verdad, son tan encomiables el toreo acoplado con el jolgorio de los sanfermines como el que uno hace para gustarse a sí mismo, sin salir de los senderos de su arte. Está claro que ahora Roca es el rey de Pamplona, como El Viti y algunos otros lo fueron en su época (“¡El Vit! ¡El Viti! ¡El Viti es c…do! ¡Como El Viti no hay ninguno!” se cantaba entonces). Por eso el cántico El Rey le viene de perla. No solo no le estorba, sino que le acompaña, le exalta, como lo hace el grito ¡Perú! ¡Perú! Roca se ha apoderado de la canción, como lo ha hecho con el toro y con la plaza. Poco importa que La Pamplonesa ya no logre despertar los oles merecidos por sus pases de auténtico toreo, tanto es el barullo admirativo que encumbra el conjunto de su faena.  Pronto vendrá el delirio con sus arrimones finales y sus estocadas, volcándose sobre el toro. Pablo Aguado, por su parte, parece olvidarse de Pamplona y del entorno. Torea cubierto por el ruido de fondo como si se desenvolviera en una película muda. Pero sus derechazos y naturales, de una limpieza, lentitud y naturalidad inconcebibles, hablan e imponen poco a poco algún silencio. Suenan por fin los oles con los acordes de la banda. Aguado termina con ayudados rodilla en tierra. Pudiera parecer una concesión al ambiente festivo, pero el clasicismo de estos pases es irreprochable y lo es también la entrada a matar.

Esta fiesta inigualable produce contrastes violentos y extraños: la cacofonía de los sonidos musicales, de los pitos y de los gritos, lanzados al aire en cualquier momento, baja de tono cuando se abren paso los cantos y los elementos sonoros tradicionales de una tarde de toros. También lo hacen la distracción de las peñas y sus bromas cuando un toro se apoya en su bravura para resistir a su muerte. Calla la impaciencia y se torna en aplausos.  El desorden y la alegría en plena libertad no tienen la última palabra en el momento en que se reanuda la emoción del rito. 

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