sábado, 10 de agosto de 2024

El Estado contra la nación (otra vez) / por Javier Torres


'El resultado es una casta impune ante la ley y, peor aún, un nuevo paso hacia la secesión catalana, que el PSOE y los medios del sistema llamarán la España confederal o plurinacional para que duela menos. Otro triunfo del 78, puro constitucionalismo, pues aquí constitucional es lo que diga el Tribunal Constitucional y no la Constitución'

El Estado contra la nación (otra vez)

Asistimos a la segunda huida consentida de Puigdemont para escándalo de los más ingenuos, que todavía siguen enganchados a las últimas horas que la prensa suministra —todo drogadicto necesita su dosis— para mantener la ficción de que, ay, qué mala suerte, al Gobierno se le ha escapado el prófugo. Otra vez, como a Soraya y Mariano, sólo que ahora no sabemos si también iba en el maletero. Habrá sido cosa de los rusos, señora, como el bulo que se ha tragado la ultraderecha británica que dice que a las tres niñas de Southport las mató un islamista. Nada de eso. El asesino era inglés de pura cepa: Axel Muganwa Rudakubana.

En la pantomima barcelonesa participaron todos los que están en el ajo. El PSOE, que indulta y amnistía a los golpistas y coloca a Illa en la Generalidad; Puigdemont, que votó la investidura de Sánchez (ayer no atacó al Gobierno) a cambio de borrar sus delitos y volver a España sin problemas; y el PP, que mira hacia otro lado mientras tantea a Junts como nuevo socio, lo que explica el perfil bajo adoptado: habló Cuca y Feijoo, que considera que Galicia y Cataluña son naciones sin Estado, tuiteó desde la playa.

El resultado es una casta impune ante la ley y, peor aún, un nuevo paso hacia la secesión catalana, que el PSOE y los medios del sistema llamarán la España confederal o plurinacional para que duela menos. Otro triunfo del 78, puro constitucionalismo, pues aquí constitucional es lo que diga el Tribunal Constitucional y no la Constitución.

Los españoles, entre el hastío y la indignación, contemplan otro acuerdo al margen de la ley para beneficiar a políticos corruptos. Indultados y amnistiados los golpistas, Puigdemont pasea tranquilamente por Barcelona, los socialistas andaluces de los ERE se van de rositas, Begoña y Pedro de vacaciones, el hermanísimo cobra por un trabajo que no ejerce y tributa en el extranjero, el juez Peinado recibe una cabeza de caballo en forma de querella y los etarras disfrutan de generosos beneficios penitenciarios. Los medios, que juegan al despiste, se preguntan dónde está Puigdemont, como si fuera lo más relevante.

Para sostener la farsa repiten que Madrid es una fábrica de independentistas, pero no por lo que cree la izquierda (la supuesta reivindicación nacional, el 155 o la España de los balcones) sino por todo lo contrario: las grandes cesiones siempre vinieron desde la Moncloa. Aznar transfirió las competencias de educación a la Generalidad del partido de Puigdemont, entonces CIU, liderado por Pujol. Zapatero les dio el estatuto de segunda generación que consagra la nación catalana, Rajoy aplicó el 155 pidiendo perdón y Ciudadanos huyó a la meseta. El odio hacia lo español en las aulas y el clasismo catalanista en TV3 que sufre el charnego andaluz, extremeño o manchego no ha sido alimentado, por tanto, en la Diagonal en contra del relato oficial.

La segunda farsa es que España es el problema y Europa la solución. Si fuera así, deberían explicarnos dónde se ha cobijado Puigdemont los últimos siete años y qué tribunal europeo ha detenido al golpista que se ríe de la Justicia española no menos, eso sí, que Bolaños y González Pons, socios en el politburó bruselense. Es la Europa que acoge al prófugo y castiga a Morata y Rodrigo por gritar lo mismo que la ONU dictaminó en 1968, que Gibraltar es español. Es la reluciente Europa de los machetazos de la que huye Taylor Swift cancelando tres conciertos en Viena porque dos terroristas (¿de dónde serán?) planeaban atentar durante su actuación.

La división de nuestra época no es derecha-izquierda, sino la gigantesca distancia que hay entre las élites y el pueblo. Hace unos meses el régimen lanzaba al suelo a un agricultor sexagenario durante las protestas del sector primario en Madrid. Los porrazos que recibió el hombre no dolían tanto como la traición que los gobernantes que ordenaron golpearle habían cometido antes al sustituir el campo español por el marroquí o el sudafricano. Sea la desindustrialización, la amnistía o la islamización habremos de reparar en que la causa siempre es la misma: el Estado contra la nación.

Javier Torres
La Gaceta / 9 Ag. 2024

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