martes, 27 de agosto de 2024

El mini Magnum / por HUGHES


'La fugacidad del mini magnum es tan grande que roza el lirismo. Se hace bonito por breve. No lo has abierto, tan pequeño, y ya estás pensando, con tristeza, que se acabará muy pronto y sin embargo, el mini magnum siempre otorga un instante de eternidad; siempre hay en el mini magnum un momento en que el tiempo se para y no escuchas nada de lo que te dicen..'

El mini Magnum

HUGHES
La Gaceta/27 de agosto de 2024
Una de las formas domésticas que toma el verano es el mini Magnum, el famoso helado de vainilla recubierto de chocolate que ya es solo magnum, casi un genérico.

El mini, apenas un heladito breve con un palito como la cucharita de una tarrina, responde a la tendencia habitual de producir cosas calóricas más pequeñas. El pecado se hace pecadillo.

El mini del mini magnum es como un heladero italiano sicalíptico enano que se colara por debajo de la barrera calórica.

Siempre hay antes una negociación íntima, de pareja o incluso familiar: ¿Nos tomamos un magnum? Eso sería mucho, pero… ¿nos tomamos un mini magnum? Negarse a eso es mucho negarse.

Puede ser después de comer, antesala de la siesta, y dejará un regusto dulce en la babilla; o por la noche, como premio, como aflojarse el cinturón. La gente le da al mini magnum un momento. El desorden de magnums podría llevar la vida a la ruina. ¿Pueden convivir dos personas que sean opuestas en esto? ¿Puede una mujer que ritualiza el magnum vivir mucho tiempo con alguien que come los magnums en cualquier momento, sin justificación?

Los magnums, herederos de aquel mítico bombón almendrado, fueron ampliando sus sabores y variedades, pero dando siempre su lugar al clásico. Así que siempre es posible retornar al clasicismo del magnum, a su elegancia (el frac de los helados). Por eso el magnum es un helado varonil que a la vez pirra a las mujeres. Ese es su gran secreto, su forma de entrar en los hogares. Para el hombre no supone un trance tan difícil como comerse un calippo, por ejemplo, que requiere durante un rato una suspensión de las valoraciones.

El helado de palo y todo magnum es siempre un desmoronamiento. Tarde o temprano se derrumbará la corteza de chocolate, su andamiaje delicioso, su forma. Por eso cada helado es una manera personal de afrontar la decadencia. Hay quien va directo a fraccionar el chocolate, a morder, y quien prolonga el chupeteo en una lenta erosión que tendrá un precio: el helado colapsará de otra forma, se derretirá. Así, como si cada helado siguiera una ley universal, quien huye del estrépito acaba teniendo una muerte larga e indigna, una muerte por goteo… ¿no es cada magnum una lección histórica, una caída de Roma? Lo asombroso es que todo eso, esa unidad de historia y placer, sigue presente en el mini magnum. No importa el tamaño entonces: en cada magnum encontramos ese placentero dilema (existiría incluso en un mini mini magnum, cosa no descartable).

La fugacidad del mini magnum es tan grande que roza el lirismo. Se hace bonito por breve. No lo has abierto, tan pequeño, y ya estás pensando, con tristeza, que se acabará muy pronto y sin embargo, el mini magnum siempre otorga un instante de eternidad; siempre hay en el mini magnum un momento en que el tiempo se para y no escuchas nada de lo que te dicen.

Al acabar, el deseo es intenso. ¿Por qué solo uno, si dos minis hacen un magnum? Ahí vence la voluntad (que venía de ser doblegada) y esa es la magia del mini magnum, esa sensación de triunfo. Nos deja a la vez el dulzor y el dominio.

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