lunes, 5 de agosto de 2024

La mecha inglesa / por HUGHES


'Como ya es habitual, la noticia empezó a ser la reacción a la noticia. El primer ministro Keir Starmer, laborista, progresista, llamó «matones de extrema derecha» a los manifestantes y prometió más acción y medios contra ellos, incluyendo el uso de reconocimiento facial. Ya estamos aquí: autoritarismo liberal a la altura de China'

La mecha inglesa

HUGHES
La Gaceta/5 de agosto de 2024
Hace unos días, tres niñas inglesas fueron salvajemente asesinadas. El suceso, poco tratado en España, provocó allí la natural consternación, que adoptó la forma de la ira popular. Disturbios en las calles, sobre todo en Southport, la ciudad no muy lejos de Liverpool donde sucedió.

Como ya es habitual, la noticia empezó a ser la reacción a la noticia. El primer ministro Keir Starmer, laborista, progresista, llamó «matones de extrema derecha» a los manifestantes y prometió más acción y medios contra ellos, incluyendo el uso de reconocimiento facial. Ya estamos aquí: autoritarismo liberal a la altura de China.

Para que algo así suceda, para que semejante salto se acometa, es necesario que los receptores lo merezcan, que a nadie importen lo más mínimo, y para ello es utilísima la subcivil etiqueta de «extrema derecha».  Es decir, la agitación cognitiva e informativa. Después del crimen, hubo rumores en las redes sobre la identidad del asesino, al que algunos vincularon con la inmigración ilegal y el Islam. Para contrarrestarlo, aunque se tratara de un menor, se filtró la identidad real del presunto: un inmigrante de segunda generación de origen ruandés. Había que frenar la «oleada de bulos» agitados, cómo no, por Rusia y la excesiva y ya molesta libertad en X (Twitter).

Pero en toda esta situación hay dos simplificaciones difíciles de asumir. En primer lugar, que todos los manifestantes fueran extrema derecha organizada. Muchos podrían ser, sencillamente, trabajadores, los habituales deplorables, gente blanca pobre harta, ajena ya al oficialismo progresista de los medios.

Y su ira puede ser algo más que una mera reacción cavernícola, fanática y racista  orquestada por los «bulos». Podría haber algo real en ella, un cansancio real y hasta legítimo por los efectos de varias décadas de inmigración que ellos no decidieron y que tampoco pudieron modular.

Los disturbios responden a algo más que al asesinato de las tres niñas. Las cifras de violencia, robos y violaciones de los últimos tiempos en Reino Unido no permiten hablar de episodio aislado.

La reacción contra eso forma parte de un estado de ánimo que la vida oficial primero negó, luego demonizó y ahora pasa a identificar con el matonismo ultra, lo que trae consecuencias inmediatas porque se traduce en un tratamiento distinto.

Hay una queja creciente por lo que algunos consideran un sistema policial de dos niveles: paciente y comprensivo con la violencia izquierdista o, por ejemplo, las manifestaciones propalestinas y duro, expeditivo y sin concesiones contra la clase popular, nacionalista o contraria a la inmigración, como si las fuerzas policiales ya hubieran interiorizado el sistema de creencias progresistas. La policía de dos niveles sería, al fin y al cabo, una expresión más de la augurada anarcotiranía. Programada lenidad para unos; para otros, el Estado diciendo «me quedo con vuestras caras». Pónganle música de The Clash (Police and Thieves): control de mensajes en las redes, control de rostros en las calles.

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