domingo, 15 de septiembre de 2024

El castell como símbolo de la podredumbre catalana / por Toni Cantó


"..Muchos de los menores que suben a lo más alto no son «de pura raza» ni se expresan en catalán. Parece que las familias de ocho apellidos catalanes no ven con buenos ojos exponer a sus hijos, así que buscan los de otros y compran a su entorno a cambio de aceptación social, ventajas de alojamiento e incluso puestos de trabajo. La historia de Cataluña y los charnegos, vaya.."

El castell como símbolo de la podredumbre catalana

Toni Cantó
La Gaceta/15 de septiembre de 2024
Siempre pensé que es una barbaridad esa costumbre catalufa de colocar en lo alto de los castells a menores de edad. Da miedo ver cómo unos niños de cinco años coronan esas espléndidas estructuras que pueden alcanzar más de quince metros de alto. En cualquier caso, no me extraña que semejantes mastuerzos se comporten así con los menores. Tuvo que morir una niña en el año 2006 para que comenzaran a usarse los cascos.

Hablamos de una tierra, junto a la vasca, que condena a sus hijos a los peores resultados educativos por ese empeño en impedir que estudien en su lengua materna; una tierra en la que muchos ven normal que se lleve a los niños a actividades tan enriquecedoras como el entrenamiento para la guerrilla urbana. El documental, tuiteado por aragorn_v, en el que aparece un grupito de personas que se dedican a esa mezcolanza de deporte e ideología común a los deportes vascos y con el mismo tufo arcaico y sectario, es esclarecedor.

Muchos de los menores que suben a lo más alto no son «de pura raza» ni se expresan en catalán. Parece que las familias de ocho apellidos catalanes no ven con buenos ojos exponer a sus hijos, así que buscan los de otros y compran a su entorno a cambio de aceptación social, ventajas de alojamiento e incluso puestos de trabajo. La historia de Cataluña y los charnegos, vaya.

El documental, que ya tiene años, pone los pelos de punta. Escuchar cómo se engaña a una menor, aterrada tras una caída, para que vuelva a exponerse al peligro no es agradable. Durante un ágape nacionalista — caracoles a la llauna —, los puros de sangre debaten qué estrategias seguir para enderezar a la niña. Negarle la palabra y retírale los abrazos son dos de las estrategias que más se mencionan.

Sorprende la poca vergüenza con la que se expresan los mayores en varias escenas a pesar de las barbaridades que sostienen; la superioridad moral es lo que tiene. Un simple cable de seguridad solucionaría el problema, pero a los puros les debe parecer que ensucia la fiesta. Al nacionalismo, a estos catalanes, nunca le preocuparon los niños. La colla, como se llama a estas agrupaciones, tiene planes de igualdad y contra las agresiones sexistas, pero parece que se la pela que un menor se descalabre tras una caída de varios pisos de altura.

Al gobierno de Illa tampoco le preocupan los menores. No está contento con el resultado de las políticas lingüísticas de las últimas décadas, así que va a apretar más, como diría Torra. Tras derrochar miles de millones, después de la obligatoriedad en la enseñanza y el chantaje del requisito para conseguir un empleo, a pesar de los espías en los recreos del cole y las multas a los comercios que se niegan a rotular en la simpática lengua, los datos no engañan.

En 2006, el uso habitual del catalán en cuarto de la eso era de un 68%; en el 2022 ha bajado al 22%. En el patio, a pesar de los espías lingüísticos, lo habla sólo el 32%. Entre amigos, un 33%, y en el ámbito familiar un 37%. Ya separaban a los recién llegados que no hablan polaco del resto de clase durante más de un año. Ahora quieren dejarlo en cinco meses. Hasta los sindicatos de enseñanza catalanes, podridos de ideología, se han quejado del estado de algunas de las aulas donde se les esconde, sótanos sin condiciones higiénicas ni aireación.

Yo los sacaría al aire libre y les cortaría el pelo al cero, es más útil. Y daría un ejemplo a esos rebeldes que, cada vez más, benditos sean, se niegan a pasar por el aro.

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