— ¡Pero si esa batalla sucedió en el siglo XIV! — señaló el sorprendido periodista.
— Sí, pero yo acabo de enterarme ahora.
Hoy es España la que ha recogido el testigo de la extinta Yugoslavia en el lamentable título de país enfermo de historia. Porque no hay país en Europa, y probablemente en todo el mundo, en el que la historia tenga un papel tan intenso y permanente, pero no en las aulas y en los libros, lo que sería natural, sino en la política.
El problema, como ustedes saben, no es nuevo. Unamuno, hace ya un siglo, definió las doctrinas nacionalistas como «la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia». En aquella misma época, en concreto en 1935, tuvo lugar la famosa polémica entre Antoni Rovira i Virgili y Jaime Vicens Vives sobre la función de los historiadores: para resumir, la historia como fue frente a la historia como debería haber sido o la historia como recopilación del pasado frente a la historia como arma política.
Y por supuesto, por si el irremediable priapismo histórico separatista fuese poco, podemos disfrutar también de la memoria histórica, histérica o histriónica como eterna fuente de enfrentamiento. ¿Qué sería de la izquierda y los separatismos sin Franco? ¿Cómo podrían sobrevivir a su corrupción, su incapacidad, su analfabetismo y su desquiciamiento ideológico si no echaran mano continuamente de aquel señor que les venció hace casi un siglo y falleció hace medio?
Saben muy bien que la mejor herramienta que tienen para tapar sus descomunales vergüenzas tanto actuales como pasadas es demonizar sin descanso a sus adversarios. Y, lamentablemente, en esta España ignorante, ingrata y manipulada, la excitación del cainismo funciona estupendamente. Por eso Pedro Sánchez, ése que hace algún tiempo confesó su esperanza de pasar a la historia como el presidente que sacó a Franco del Valle de los Caídos, se lo pasa en grande celebrando actos de conmemoración del quincuagésimo aniversario de su fallecimiento. A Franco muerto, gran lanzada, como reza el refranero para despreciar la cobardía.
Y lo anunció durante un acto en honor de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo pocos días después de no haber ido al funeral por las víctimas de la riada de Valencia. La diferencia está clara: mientras que rendir homenaje a los recientísimos muertos levantinos no le puede servir para nada, o en el peor de los casos para ser abucheado; y mientras que los novecientos asesinados por ETA no son dignos de recuerdo porque al fin y al cabo ETA eskk tan socialista como el PSOE y además socia de legislatura; los lejanos muertos de la ya lejana guerra de 1936, en concreto sólo los de un bando, le sirven para mantener ardiente un odio del que tan buenos réditos electorales saca. Porque, lamentablemente, hay demasiados españoles a los que una, dos, tres y hasta cuatro generaciones después les sigue creciendo el colmillo ante la mención de Franco.
La Gaceta de la Iberosfera
27 de enero de 2025
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