El conde, diplomático y escritor Agustín de Foxá-Real Academia de la Historia
‘Olor a cera’, de Agustín de Foxá, es uno de los mejores ejemplos de relatos taurinos que conozco y puede apasionar también a los lectores que no sean aficionados a los toros
‘Olor a cera’, de Agustín de Foxá:
un extraordinario relato taurino
La Fiesta de los toros ha inspirado infinidad de novelas; muchas de ellas, de indiscutible calidad literaria: Sangre y arena, de Blasco Ibáñez; Los águilas, de López Pinillos; Fiesta, de Hemingway; El gallego y su cuadrilla, de Camilo José Cela; La última corrida, de Elena Quiroga; Los clarines del miedo, de Ángel María de Lera; Granadeño, toro bravo, de Rafael Morales; La gran temporada, de Fernando Quiñones…
Algunas de ellas, las más populares de todas, gracias a sus versiones cinematográficas, no superan el riesgo del sentimentalismo sensiblero: El Niño de las Monjas, de Juan López Núñez, y Currito de la Cruz, de Alejandro Pérez Lugín (que firmaba sus crónicas taurinas con el seudónimo Don Pío).
Una reciente reedición ha vuelto a poner al alcance de todos un relato extraordinario, Olor a cera, de Agustín de Foxá.
Lo publicó en folletín ABC, el 18 de mayo de 1958. Lo ha recuperado la editorial sevillana Renacimiento, en un volumen titulado Misión a Bucarest y otros relatos, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Cubierta del libro de relatos de Foxá que incluye 'Olor a cera'
Editorial Renacimiento
Agustín de Foxá era un personaje singularísimo: aristócrata, obeso, patriota español, falangista, diplomático, bebedor.
Era amigo de Edgar Neville y de Ramón Gómez de la Serna (colaboró en su revista de vanguardia, La Gaceta Literaria); también, de José Antonio Primo de Rivera: dicen que colaboró en la redacción del Cara al sol. Escribió una de las mejores novelas sobre la guerra civil, Madrid de corte a checa (1938).
Se cuentan de él infinidad de ingeniosas anécdotas. Por ejemplo, una vez, en Italia, el poderoso conde Ciano le reprochó su afición a la bebida: «Le va a matar el alcohol». Y Foxá replicó, rápido, aludiendo a su vida matrimonial: «Y, a usted, Marcial Lalanda».
Vale la pena recordar los preciosos versos de despedida que escribió Agustín de Foxá:
«Y pensar que no puedo, en mi egoísmo,
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja,
que he de marchar yo solo hacia el abismo
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré, desde mi caja…».
Era Foxá un buen aficionado a la tauromaquia, desde una perspectiva clasicista:
«Viene el juego de Grecia por el Mediterráneo,
¡oh toros entre redes de los vasos de Creta!»
Como a varios intelectuales españoles de la posguerra, le apasionó la personalidad de Manolete. Presenció su faena cumbre, la del toro Ratón, en Las Ventas, en la Corrida de la Prensa de 1944. Cuentan que Foxá, en el tendido, se puso de pie y alzó los brazos al cielo, clamando: «Señor, no nos los merecemos».
Una novela corta
Olor a cera es una novela corta, de unas 50 páginas. El protagonista es el peón de confianza de Joselito, Enrique Berenguer, apodado Blanquet (1881-1926). Se ha hecho famosa la frase que solía decirle su maestro, durante la lidia: «Un capotazo y fuera». (La sabia versión taurina del aforismo de Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»). Es una norma válida para todos los aspectos de la vida.
A Blanquet le atribuía la leyenda la capacidad de intuir la muerte de sus maestros, cuando percibía un fuerte olor a cera.
A Blanquet le atribuía la leyenda la capacidad de intuir la muerte de sus maestros, cuando percibía un fuerte olor a cera. Así lo hizo en tres ocasiones: la primera, en 1920, cuando Joselito fue herido mortalmente en Talavera.
La segunda, en 1922, cuando Manuel Granero se dirigía a la Plaza de Madrid y se detuvo en el estudio de Kaulak: «Te has hecho la última fotografía». Por desgracia, así fue, antes del trágico percance.
La tercera vez, en 1926, antes de que Sánchez Mejías toreara en Sevilla: el valentísimo Ignacio despreció el aviso, toreó y no le sucedió nada. Los compañeros se burlaron entonces del banderillero: había perdido su don profético. En realidad, no fue así: esa tarde, Blanquet había olido su propia muerte…
En su relato, Foxá disfraza apenas a los protagonistas con nombres ficticios. A Blanquet lo llama Rafael Ortega, El Avellano. (El Almendro era uno de los primos de Joselito). A éste, lo menciona como Manolo Sánchez, Platerito. Ignacio Sánchez Mejías aparece como Manuel Blázquez, El Marismeño. Su pareja sentimental, La Argentinita, se llama aquí La Greco.
Conoce bien y describe certeramente Foxá los ambientes taurinos de Sevilla, Madrid, Talavera y Acho. Mezcla personajes ficticios y verdaderos. Atribuye a Ignacio Sánchez Mejías el banquete que los intelectuales le dieron a Manolete, en Lhardy.
Utiliza Foxá un estilo muy brillante, con constantes metáforas. Logra transmitirnos ese trágico olor a cera
Cuenta Foxá anécdotas muy pintorescas: desde Sevilla, Ignacio Sánchez Mejías llama por teléfono a Federico García Lorca, en Madrid, y le mantiene al teléfono toda la noche, para que pueda escuchar una juerga flamenca.
El diestro compra todas las entradas del teatro para que su amada le dedique a él, como único espectador, toda una función. Cuando unos intelectuales cantan a un torero como a un héroe mitológico, él replica, con modestia: «Algo hay de eso».
Utiliza Foxá un estilo muy brillante, con constantes metáforas. Logra transmitirnos ese trágico olor a cera:
«Pero él seguía oliendo a cera derretida, mortuoria, de enfermería, de cuerpo presente, con flores marchitas y cristo de plata».
Ofrece también Foxá interesantes reflexiones sobre la dimensión trágica del arte taurino:
«Es un ballet con la muerte. Es un baile alrededor de una sepultura. Y es tan hermoso por eso. Porque se sonríe ante lo más terrible. Ahí está el absurdo genial de España (…) Los grandes ídolos –Joselito, Granero, El Espartero, Valerito– tenían amarga la sonrisa. La gente sólo se entrega frenéticamente a los que intuye que van a morir».
En el estilo de Foxá, a veces, puede predominar lo poético sobre lo narrativo. Esta vez, felizmente, no es así: no se pierde la línea del relato, quizá porque posee una base histórica real.
Además, no se queda en lo externo y pintoresco, sino que se asoma al misterio trágico de la Fiesta: la vida y la muerte. Por eso, Olor a cera, de Agustín de Foxá, es uno de los mejores ejemplos de relatos taurinos que conozco y puede apasionar también a los lectores que no sean aficionados a los toros.
En efecto, Foxá presumió de su afición a los toros Empezando por el mismo que era un cornudo consentido. La anécdota del conde Ciano, que cita Amorós, Provocó un conflicto diplomático que obligó a trasladar a Foxa a Helsinki. Su mujer, y cito a Rafael Narbona, era Maria, Larrañaga, joven y atractiva que encadenaba amantes. Entre sus infidelidades se cita al turbio Playboy, Porfirio Rubirosa y algún miembro de la familia Domecq.
ResponderEliminarFoxa aceptó su destino de cornudo, pero se vengó de los Domecq con unos versos maliciosos: “ horda del Sur, enriquecida y boba/que venís con el pelo de la Dehesa / a tutear estúpidas marquesas/que a trueque de convite os dan coba/Símbolo de una España de pandereta,/id con vuestra riquezas a hacer puñetas, / oh! Borgia de los vinos de Jerez “
Foxá justificaba sus cuernos con su ingenio habitual: “ prefiero una maravilla para dos que una mierda para mí solo”.