martes, 22 de julio de 2025

Francia, bastión taurino / por Carlos Bueno


'..Pero si algo convierte a Francia en un bastión taurino en el siglo XXI es su respaldo legislativo. La tauromaquia, más allá de estar protegida como parte del patrimonio cultural inmaterial del país, goza de un consenso político impensable en la España actual..'

CAPOTAZO LARGO
Francia, bastión taurino

Por Carlos Bueno 
Mont de Marsan, Lunel, Céret, Bayona… Antes se celebraron Arles, Vic-Fezensac, Istres… Pronto llegarán Dax, Nîmes… El calendario taurino francés rebosa nombres con solera, con historia y, sobre todo, con una afición sólida que respalda una tauromaquia viva, cuidada y, a diferencia de lo que ocurre en España, protegida desde lo cultural, lo social y lo político.

En el país vecino el toreo goza de una salud envidiable. No sólo porque sus plazas presentan entradas más que dignas, sino porque su público acude sabiendo qué va a ver. Espectadores formados, preocupados por el reglamento, por el momento que atraviesan los toreros, por la evolución de las ganaderías. Quizá menos espontáneos que los aficionados españoles, pero sí más homogéneos en su criterio y en su particular exigencia. Que aplauden con entusiasmo cuando algo merece ser premiado, que valoran la verdad en la lidia, la correcta suerte de varas y la pureza en la estocada.

Una de las grandes virtudes del sistema taurómaco francés es su capacidad para premiar con nuevas contrataciones a quienes triunfan. Los toreros que convencen regresan, las ganaderías que embisten vuelven. Lo que falla, no repite. Una lógica infalible que en muchos cosos españoles parece haberse olvidado, atrapada en inercias o compromisos poco explicables.

Pero si algo convierte a Francia en un bastión taurino en el siglo XXI es su respaldo legislativo. La tauromaquia, más allá de estar protegida como parte del patrimonio cultural inmaterial del país, goza de un consenso político impensable en la España actual. Allí no se permite que los toros sean rehenes de la polarización. En el sur francés hay votantes de izquierda y de derecha que comparten localidad, peña taurina y afición sin que eso suponga una contradicción. Torear se entiende como una expresión cultural ajena a las etiquetas partidistas.

En cambio, en España se ha instalado el error de vincular el toreo a una sola tendencia política, cuando, por historia y naturaleza, ha sido un arte del pueblo: de derechas y de izquierdas, de monárquicos y republicanos, de creyentes y ateos, de jóvenes y mayores. 

Un error que sólo conduce a la división y al desapego, alimentado por quienes pretenden monopolizar un legado que nos pertenece a todos.

No deja de ser paradójico que un día exportamos los toros a Francia y ahora es ella quien nos devuelve la lección de cómo defenderlos desde el rigor, el apoyo institucional y la convivencia. Porque allí no se ha roto el vínculo entre las plazas y la sociedad, ni entre la cultura y la política. Allí, la tauromaquia ha sabido construir un espacio propio donde la tradición convive con el presente y donde el futuro no se teme, sino que se planifica.

Quizá en España convendría mirar al otro lado de los Pirineos; no con envidia, sino con humildad, para recordar que el toreo no es de unos pocos, sino de todos. Y que si queremos que siga siendo parte viva de nuestra cultura, debemos protegerlo no únicamente desde la pasión, sino también desde el respeto, la ley y el acuerdo. Como ya lo hace, con orgullo y eficacia, la Francia taurina.

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