jueves, 24 de julio de 2025

Santander se apaga: Morante y Ortega naufragan entre la bruma de un encierro sin alma.

 

El mano a mano, que en otro contexto podría haber sido duelo de altos vuelos, se convirtió en cruce sin emoción.

Santander se apaga: Morante y Ortega naufragan entre la bruma de un encierro sin alma

Morante de la Puebla y Juan Ortega se miden en un mano a mano lleno de arte ante astados de El Pilar, Domingo Hernández y Álvaro Núñez


Por Aitor Vian
Salió el primero, de El Pilar, justo y corto en estampa, más adornado de cara que de guerra el alma.

Morante, pintor de sombras en arena, le ofreció cuatro verónicas con cadencia de poema, como quien da cuerda al reloj del arte nada más empezar. En varas, Aurelio Cruz, dejó un puyazo severo, recto, sin revés. Tras salir del peto, Morante, saboreando el aire, puso media de ensayo, cambio de tercio como ritual suave.

En ayudados por alto, la liturgia comenzó, trincherazos como suspiros, cada uno con sabor. Pero el toro, de celo escaso y fuerza mínima, miraba la taleguilla como quien busca excusa. Mirón, sí, peligroso. Hubo un natural sublime, como embestida mexicana, lento, sabio, fugaz… un suspiro en la trama. Mas no había oponente, más sombra que celo, la faena se apagó.

Morante metió bien la mano, tendida y con sentido, la espada bastó y el público, agradecido, respondió con ovación. El arte a veces no aparece. Ovación con saludos.

El segundo de la tarde, de Domingo Hernández, asomó al ruedo sin que Ortega pudiera abrir el libro de su capote. La capa quedó muda, como esperando una palabra que nunca llegó. El puyazo de Óscar Bernal fue justo, sin excesos, medido como quien conoce el pulso del instante.

En el quite, Ortega mostró la esencia contenida del toreo por tafalleras lentas, llenas de templanza y buen gusto. Las ejecutó como quien sabe que la pausa también dice. Brindó al público, sin solemnidad fingida, como quien comparte intimidad ante miles de ojos. Desde las tablas comenzó la faena, con doblones hondos, trazados por debajo con esa delicadeza que no se impone, sino que convence. El molinete que siguió parecía suspendido en el tiempo, tan cadencioso como una campana en la calma.

Y entonces la lluvia se hizo presente, no como obstáculo, sino como acompañante. Cayó el agua mientras Ortega seguía, ajeno al aguacero, centrado en el silencio que hay entre pase y pase. Toreó con sabor, con entrega, con esa forma suya de hablar sin hablar. El toro empezó a apagarse. Requería que el torero le cruzara siempre, como quien exige respeto por su última embestida. Por la derecha aún respondía. Por la izquierda, el terreno se volvió estéril, como si de pronto ya no recordara cómo galopar por ese lado.

Ortega lo entendió, y cerró su obra como toreros sabios cierran los libros: de rodillas, por ambas manos, con esa elegancia que no se aprende, que se lleva. La espada encontró primero un tropiezo, luego una estocada baja, suficiente. El público respondió como se responde cuando algo ha tenido verdad, aunque no haya sido perfecto: con ovación. Ovación con saludos tras aviso.

Morante abrió la faena al tercero, de Domingo Hernández, un toro justo de cara, sin alarde en presencia. Con la capa ejecutó una suerte inédita, medio chicuelinas sueltas, como pinceladas aisladas en un lienzo que aún no cobraba forma. En una de ellas, el toro lo prendió, aunque sin daño aparente. Ángel Rivas dejó un puyazo fuerte, trasero, como queriendo anclar un toro que ya se intuía huidizo.

Los pares de Iván García fueron firmes, pero la urgencia del cierre le robó el saludo. La atmósfera se tensó, como cuerda demasiado estirada. Morante, con gesto sobrio, tomó la espada antes de tiempo. Mientras el tercio de banderillas seguía su curso, golpeó las tablas como quien intuye que la faena se ha ido sin abrirse, que no habrá canto sino eco.

Mostró el toro al público, sin enfado ni lamento, simplemente señalando lo que había delante: un animal que no se empleó, que regalaba sólo la mitad de lo que se espera, como si a cada embestida le faltara decisión. Sin entrega, no hay obra. Sin lienzo, la pintura muere antes de nacer.

El macheteo fue inevitable, como coda sin música. Con la espada, tres pinchazos, una estocada que hizo guardia y otra tendida. El silencio que siguió no fue indiferencia, sino respeto por una tentativa que no encontró cauce. Silencio.

El cuarto de la tarde, de El Pilar, se presentó sin estampa, un toro sin la más mínima compostura que merece Santander. Poco pudo hacer Ortega con el capote, apenas una media deslizándose hasta el final de la cadera, como saludo con resignación. En varas, José Palomares dejó un único puyazo, justo, medido, sin alardes. Andrés Revuelta clavó buenos pares de banderillas, aportando dignidad a un tercio sin emociones.

Con la muleta, Juan Ortega inició por ayudados y de inmediato dio dimensión a su planteamiento, como quien intenta crear luz en un escenario apagado. En los medios logró naturales largos, con trazo hasta el final, pero el toro apenas respondía: soso, sin pulso ni alma. Salía desentendido de cada pase, como si el diálogo estuviese roto desde el inicio. Nada prometía el animal, y los enganchones se hicieron constantes, inevitables, fruto de la falta de conexión.

El abaniqueo final fue casi un gesto de despedida más que de lidia. Ortega fue a por la espada, dejando un pinchazo seguido de una media estocada, que aunque agarrada, no pudo redondear el capítulo. El silencio se instaló tras el aviso. Silencio tras aviso.

El quinto llegó sin permitir lucimiento de capa. Morante, sobrio en gesto, lo recibió con silenciosa aceptación, como quien comprende que a veces lo mejor es no decir nada. El puyazo que dejó José Antonio Barroso fue severo, profundo, marcando el ritmo de lo que estaba por venir.

Sin brindar, Morante se adentró en la faena desde el silencio. El inicio por ayudados por alto tuvo la cadencia de lo sublime, como si los muletazos fueran escritos al compás de un suspiro antiguo. Trincherazos con gusto, hondos, sin apurarse, como si la arena no tuviera prisa.

En los medios brotó una serie de naturales de dimensión mayor, trazados con lentitud precisa. El toro pasó muy cerca, tanto que cada pase parecía confesión. Nada se ocultó, todo fue verdad. Porque el valor, en su forma más honda, no se grita con alardes traseros, sino se murmura cuando el pitón roza la espinilla a cámara lenta.

El animal empezó a mostrarse brusco, sin entrega. Morante no lo corrigió con fuerza, sino con suavidad, como quien responde al desaire con elegancia. Llegaron los derechazos ajustados, templados como si se toreasen con la yema de los dedos.

Después, la espada. Una estocada caída, suficiente para cerrar el capítulo. La ovación con saludos fue estruendosa. Un reconocimiento a una obra tejida con oficio, intuición y mesura. Ovación con saludos.

El sexto, igual de justo en cara que sus antecesores, apareció en la plaza sin mayores promesas. Ortega lo recibió de rodillas, buscando una larga cambiada que a punto estuvo de convertirse en tragedia. A un suspiro del percance, la plaza contuvo el aliento. Luego llegaron buenas verónicas, templadas, como si intentara recomponer el equilibrio perdido en el saludo.

El puyazo, trasero, fue obra de José María González, sin estridencias pero marcando territorio. El toro, de Álvaro Núñez, pronto dejó claro que ofrecía poco. Faltó chispa, faltó alma. Con la muleta no hubo conversación; los enganchones fueron la constante, como signos de un idioma que no se compartía.

El mano a mano, que en otro contexto podría haber sido duelo de altos vuelos, se convirtió en cruce sin emoción. Ortega lo intuyó y cerró por la vía más directa: fue a por la espada. Un pinchazo antecedió a una estocada entera, suficiente para cerrar un capítulo que apenas se abrió. El silencio que siguió fue honesto, un resumen justo de lo vivido. Silencio tras aviso.
  • FICHA:
Santander (Cantabria) .- Quinta de la feria de Santiago. Corrida de toros de El Pilar, Domingo Hernández y Álvaro Núñez para un mano a mano entre Morante de la Puebla y Juan Ortega. Entrada: Lleno con cartel de "No hay Billetes".

Morante de la Puebla, Ovación con saludos, Silencio y Ovación con saludos;

Juan Ortega, Ovación con saludos tras aviso, Silencio tras aviso y Silencio tras aviso;

Incidencias: Actuó como sobresaliente Miguel Ángel Sánchez


Santander, 5ª de La Feria de Santiago, 23/07/2025.

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