lunes, 8 de septiembre de 2025

Imposible integración / por Jesús Laínz


'..El choque cultural se manifiesta de muchas maneras: en lo religioso, en lo jurídico o en mil facetas de las costumbres. El problema del islam no es que sea una religión, tan benefactora o tan perniciosa, tan sensata o tan absurda como cualquier otra, sino que también es un código jurídico, y como tal es incompatible con las sociedades laicas europeas..'

Imposible integración

Jesús Laínz
A pesar de tratarse de una cuestión crecientemente candente, hay poco debate sosegado sobre la inmigración ya que no es cómodo expresar opiniones que se salgan del guion. Mientras que defender las bondades de la inmigración es perfectamente libre, oponerse a ella resulta casi imposible y provoca el linchamiento e incluso la posibilidad de pasar por los tribunales. Las encuestas revelan que un alto porcentaje de europeos consideran que hay demasiados extranjeros en nuestro suelo, pero esa opinión no puede expresarse libremente en el debate político. Y los partidos que osen poner el asunto sobre la mesa se enfrentan al insulto universal y, en algunos casos, a la ilegalización.

Las diversas iglesias cristianas, con la católica al frente, se han distinguido por su apoyo a la inmigración masiva, entre cuyos partidarios abundan los anticristianos, y sobre todo por su hostilidad hacia los antiinmigracionistas, cristianos buena parte de ellos.

Las mujeres europeas, centradas en disfrutar de una vida cómoda, tienen de media poco más de un hijo, mientras que las magrebíes tienen tres y las subsaharianas cinco. Como consecuencia, en Francia se ha llegado a que en 2024 uno de cada dos recién nacidos no haya sido de origen europeo o a que los asistentes a las mezquitas superen en número a los católicos practicantes. ¡La Francia de Clodoveo, hija primogénita de la Iglesia! Es digna de subrayarse la dificultad para conseguir estos datos debido a la prohibición de realizar estadísticas étnicas y permitir solamente las categorías de extranjeros y nacionales. Sólo cuenta el carné de identidad francés, sin más detalles. Esto provoca la infrarrepresentación en las cifras, aunque no en la calle, de quienes de franceses sólo tienen dicho carné. O de quienes engrosan las filas de la comunidad islámica, que ya superan los seis millones. Porque una mayoría de llegados de África y Asia, y sus descendientes, rechazan ser considerados franceses. Ellos se consideran marroquíes, argelinos, musulmanes, negros o africanos. Los franceses son los otros, los de piel blanca.

La cosecha de la sustitución poblacional no tardará en recogerse, como anunció gozosamente Erdogan en 2017: «Hago un llamamiento a mis hermanos y hermanas en Europa. Id a vivir a mejores barrios. Conducid los mejores coches. Alojaos en las mejores casas. No tengáis tres hijos, sino cuatro o mejor cinco. Porque sois el futuro de Europa. Ésa será la mejor respuesta a las injusticias que sufrís».

El choque cultural se manifiesta de muchas maneras: en lo religioso, en lo jurídico o en mil facetas de las costumbres. El problema del islam no es que sea una religión, tan benefactora o tan perniciosa, tan sensata o tan absurda como cualquier otra, sino que también es un código jurídico, y como tal es incompatible con las sociedades laicas europeas. Por ejemplo, el tabú porcino lleva décadas provocando conflictos en carnicerías, restaurantes y colegios. Además, el ganado sacrificado según el rito halal se opone a las normas europeas sobre seguridad alimentaria y protección animal, lo que no levanta la indignación de ecologistas, animalistas y similares; doble rasero que, por otra parte, recuerda al empleado con el aborto humano, espanto que deja indiferentes a quienes ponen el grito en el cielo ante el menor daño infligido a animales.

Las noticias sobre el conflicto cultural son constantes a pesar de la censura. Por ejemplo, reciente es la prohibición de la UE de felicitar la navidad para no ofender a los musulmanes; y en Cataluña se está pensando prohibir en algunos lugares la presencia de perros y el consumo de cerdo por el mismo motivo.

El islam no distingue entre lo temporal y lo espiritual. Asuntos tan importantes como el choque entre la ley nacional y las normas coránicas, o la igualdad entre hombres y mujeres o entre creyentes y no creyentes, hacen del islam un problema inasimilable. Un reciente informe de The Times ha revelado que ya funcionan en suelo británico ochenta y cinco tribunales de la sharía aplicando la ley islámica en asuntos familiares: por ejemplo, permitiendo la poligamia y los matrimonios infantiles, lo que afecta gravemente a los derechos de mujeres y niños según se los concibe en el multisecular ordenamiento jurídico británico y socava el principio de igualdad ante la ley.

En Suecia, Noruega y Dinamarca ya llevan años permitiendo, contra sus propias leyes, los matrimonios de adultos con niñas de once o doce años. La justificación alegada por los dirigentes islámicos locales, y aceptada por los acomplejados gobiernos de esos países, es que el multiculturalismo exige el respeto a esas costumbres por muy ajenas que sean a Europa. Además, no aceptarlas implicaría destruir una familia ya constituida.

En Bélgica y los Países Bajos hay asociaciones que tienen por programa la sustitución del sistema democrático por una teocracia con la sharía como ley fundamental. Aunque, evidentemente, islam no es sinónimo de islamismo, no siempre es fácil trazar la frontera que los separa. Por consiguiente, el crecimiento islámico, fundamentalismo incluido, provoca el aumento de la violencia contra los cristianos: según el último informe de OIDAC Europe (Observatorio de la intolerancia y la discriminación contra los cristianos en Europa), en 2023 se documentaron ante la policía y los tribunales 2.444 ataques contra cristianos en treinta y cinco países europeos, con Francia, Reino Unido y Alemania encabezando la lista con 950, 702 y 277 incidentes respectivamente.

A todo eso habría que añadir las ablaciones de clítoris, que ascienden a decenas de miles en toda Europa ante el estruendoso silencio de policías, jueces, periodistas y políticos.

La guinda de la cuestión consiste en que el respeto no es de doble dirección, porque a los musulmanes no les resulta posible respetar opiniones y actos permitidos por las leyes europeas pero prohibidos por Alá en el Corán.

La coexistencia es imposible. Antes o después acabará quebrándose, y no de modo pacífico.
8 de septiembre de 2025

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