Decía Martínez Camino en su intervención que el siglo XX había sido el siglo de las víctimas. Señalaba al nazismo y al comunismo como las ideologías que más se habían afanado en crearlas. Mencionó (no se suele hacer y por eso es conveniente subrayarlo), el innecesario bombardeo de Dresde, en Alemania en 1945, que no vino de bombarderos nazis ni soviéticos. Llamaba Mártires del Siglo XX a los provocados en España del 31 al 39 aplicando una definición pensada para todo el mundo. Compartió con la audiencia el caso de su tío don Lázaro San Martín Camino, asesinado por milicianos socialistas en la playa de Gijón el 18 de agosto de 1936. Finalmente, el ex portavoz de la Conferencia Episcopal se refería al ejemplo de perdón de los mártires, poniendo como ejemplo a los mártires de Daimiel, ya declarados Beatos y Siervos de Dios, concluyendo que los mártires no se pueden tapar.
Empecemos por llamar a las cosas por su nombre. Dicen que el que denomina, domina. Y a contrario sensu, el que asume denominaciones de otros, se está dejando dominar. No se puede llamar resignificación a lo que es claramente una profanación. Tanto si entra por la reja o por Internet, el nombre de Basílica de la Santa Cruz del Valle es incompleto. ¿De qué valle —Liébana, Tiétar, Jerte…— son los Caídos los que dan sentido a la Basílica? Apear a Los Caídos del nombre es, por ello, un sinsentido y es injusto. Tampoco se puede llamar genéricamente Mártires del Siglo XX a los asesinados por su fe en España que lo fueron en los nueve años que van desde la proclamación de la Segunda República en 1931 hasta la victoria de los nacionales, y defensores de los católicos, el 1 de abril de 1939. No hubo otros casos prácticamente en los 91 años restantes. Aceptar para los españoles la denominación genérica mundial es diluir en corrección política su sacrificio como concesión a una izquierda para la que cualquier cesión será poca.
Prologa el libro de Camino, monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, único prelado que alzó su voz en defensa del Valle de los Caídos en aquellos nefastos días de marzo de «unanimidad» episcopal. De manera algo sorprendente refiere lo siguiente: «No hubo en sus ropas un carné de partido, porque nunca militaron en política, (…) Fueron sacerdotes, frailes, seminaristas y un puñado de seglares». Curiosamente los asesinos de estos mártires sí tenían carnet de ciertos partidos, generalmente del PSOE, PC, Esquerra, CNT o los que se unieron en el Frente Popular. En tiempos de Memoria Democrática, impulsada por esos políticos que mantienen el carnet de los asesinos de los mártires, omitir estas circunstancias nada casuales es hacer una concesión a esa izquierda que sigue homenajeando a los líderes que lanzaron a sus huestes contra esos sacerdotes, frailes y seminaristas de los que hablan Camino y Sanz.
El mismo odio que mató a esos mártires celebró el asesinato de Charlie Kirk y está profanando el Valle de los Caídos. Los mártires no han de ser tapados, dice Camino, pero precisamente los de Daimiel están enterrados en el Valle y sus restos serán tapados por un proyecto de resignificación del que esperábamos una condena clara, explícita y pública de nuestros pastores. A los que siguen pensando que con concesiones se aplaca a la fiera, les digo que todo eso será, y ha sido, en vano. Demuéstrenme que estoy equivocado.

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