martes, 14 de octubre de 2025

Ahora que nos falta Morante / por Diego Sánchez de la Cruz


Morante de la Puebla, en Las Ventas (Plaza 1)

'..Pero no se trata únicamente de un artista encerrado en su duende. Morante ha sido también un torero consciente de su tiempo y de las necesidades de su país y de su tierra. No ha dudado en defender con voz propia aquello que ama. Ha reivindicado la tauromaquia como patrimonio moral y estético de las generaciones de ayer, de hoy y de mañana..'

Ahora que nos falta Morante

Por Diego Sánchez de la Cruz
Morante de la Puebla ha sido, ante todo, un soñador del toreo, empeñado en una incansable búsqueda de la más pura belleza en la más exigente de las artes. En su figura, el toreo se ha convertido en un lenguaje espiritual, en una gramática de lo invisible. Pertenece, pues, a esa estirpe de creadores que no se limitan a cultivar la técnica, sino que reinventan la esencia misma de su arte. En una época donde la prisa y el cálculo parecen haber sustituido a la inspiración, con la consecuente irrupción de toreros tan efectistas como carentes de profundidad, el cigarrero ha reivindicado del toreo su carácter casi sagrado, evocando ese temblor antiguo que sólo los elegidos logran convocar cuando el tiempo se detiene y la emoción se vuelve pura forma.

Lo que no entendieron nunca quienes le discutieron en las tardes de bronca y petardo es que el arte más puro no nace del adorno ni de la complacencia, sino de expresarse ante el bravo desde la fidelidad más íntima a las fuentes más hondas de la tauromaquia, los manantiales primitivos de la naturalidad, de la hondura, de la cadencia, del ritmo lento con el que Morante ha sabido recuperar las suertes del ayer, pero transformadas, sin arcaísmo ni nostalgia. En sus manos, la tradición se ha hecho presente, actual, renacida. No es arqueología ni inmovilismo, es la vigencia del toreo antiguo, que respira y florece. Su periplo, no exento de altibajos y dificultades, ha sido un acto de fe, un empeño de creación, una liturgia renovada que ha mantenido vivo el pulso de la historia.

Morante ha toreado siempre con una conciencia artística que lo distingue. No buscaba reproducir lo conocido, sino descubrir lo que todavía no había sido dicho. Sus verónicas, lentas y hondas, no son solo un lance: son la revelación de una nueva medida del tiempo. En la muleta, su temple, su ritmo y, cuando el toro lo ha permitido, su abandono han sido dictados por una música que solo él oye. Es un creador que, dentro del rito más antiguo, ha encontrado un espacio de libertad personal. De ahí que cada una de sus faenas haya sido distinta, irrepetible, escrita con la tinta del riesgo y la emoción. Morante ha demostrado que la verdadera improvisación, la que sorprende y conmociona, solamente pertenece a quien conoce los secretos del arte.

Pero no se trata únicamente de un artista encerrado en su duende. Morante ha sido también un torero consciente de su tiempo y de las necesidades de su país y de su tierra. No ha dudado en defender con voz propia aquello que ama. Ha reivindicado la tauromaquia como patrimonio moral y estético de las generaciones de ayer, de hoy y de mañana. Ha explicado la Fiesta como lo que es: el poso espiritual y cultural de la nación española y, por extensión, del mundo hispano al que pertenece, siendo pues un ídolo a ambos lados del Atlántico. Lo ha hecho con nobleza y sin impostura, recurriendo cuando ha querido a la extravagancia, pero siempre desde la verdad de quien sabe que la verdad, la libertad y la belleza necesitaban de su defensa. En tiempos de desarraigo, ha sido capaz de movilizar a millones de personas y de exaltar la tauromaquia y el rico legado cultural español.

Esa fidelidad le ha propiciado temporadas inolvidables en su etapa más madura, como se puede comprobar, repasando estos últimos años en que ha llegado a firmar más de cien corridas en una temporada, ha cortado un rabo en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla o ha abierto de par en par la Puerta Grande de Las Ventas de Madrid. Un nuevo hito en esta bella historia, y a la sazón un punto y aparte en su trayectoria, ha sido todo lo acontecido este 12 de octubre, cuando Madrid fue escenario de su jornada más simbólica. Ayer, en la mañana del Día de Hispanidad, promovió un festival histórico con leyendas de la tauromaquia, como si quisiera que los ecos de todas las épocas se dieran cita una vez más en el ruedo. El dinero recaudado ha financiado una preciosa estatua consagrada ala memoria de Antoñete. Y por la tarde, tras desorejar al cuarto Garcigrande, se quitó la coleta en el centro del ruedo. No hubo teatralidad ni arrebato, sino la calma de los gestos irrevocables y la emoción lógica de la despedida. Fue una ceremonia de clausura y, al mismo tiempo, un acto de afirmación hecho con la conciencia de haber cumplido un destino artístico que solamente está al alcance de los elegidos.

Según confesó a sus allegados en la habitación del hotel Wellington, Morante «no se cortó la coleta: se la quitó». Y en esa sutileza se encierra todo un símbolo. Cortársela es poner fin; quitársela es suspender el curso y dejar que el silencio respire, que la ausencia hable. Tal vez no estamos ante un final, sino ante un punto de reposo, porque su camino, lleno de batallas físicas y marcado por la lucha interior de las complicaciones psicológicas, reclama ahora descanso. De la mano de su amigo y apoderado Pedro Jorge Marques, ha librado con entereza las fatigas del cuerpo y la mente, y ha sabido sobreponerse al vértigo del dolor y las dificultades de la propia sensibilidad.

Morante es verdaderamente el Rey de los Toreros. Ha hecho del ruedo un espacio de revelación, un espejo donde la belleza se muestra sin artificio. Su legado no es el de un hombre que se limita a ejecutar, sino el de quien ha comprendido que el arte verdadero consiste en transformar el instante en eternidad. Y, si algún día volviera, cosa que quiero creer que sucederá, no lo haría por vanidad ni nostalgia, sino por fidelidad a esa voz interior que lo llama desde lo más hondo. Mientras tanto, su silencio tiene el peso de una oración.

Gracias, maestro, por tanto.

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