
'..Todas las izquierdas europeas (como las derechas) han tenido sus episodios de corrupción y sus consecuentes condenas, ayer y hoy. Ninguna ha planteado una reacción tan violenta como la actual izquierda española, denunciando a los tribunales como fascistas..'
La izquierda más bestia de Europa
José Javier Esparza
No, el Fiscal General no ha sido condenado sin pruebas: ha sido su propia jefe de prensa la que ha dicho que la nota incriminatoria la dictó él. El resto de las pruebas las borró él, como el mismo Fiscal ha declarado. No, su condena no supone un atentado contra la «división de poderes», como dice la prodigiosa Yolanda Díaz: hasta donde sabemos, el Fiscal General es poder judicial, no es poder ejecutivo (¿o acaso para el Gobierno sí lo es, y quien dio la orden de cometer el delito fue precisamente el Gobierno?). No, la pena de inhabilitación por revelación de secretos no es abusiva, al revés: el mismo Supremo condenó hace poco a dos años y pico de cárcel a una señora de Valencia por revelar el logotipo de una marca de chándales. No, no sirve de nada la palabra de unos periodistas que dicen saber cuál fue el autor real de la revelación pero callan sobre el sujeto, por más que Pedro Sánchez atribuya a esos colegas «reconocido prestigio». No, el Fiscal General no es inocente: si lo es, que diga dónde está ese teléfono que falta y que nadie ha podido encontrar. No, esto no ha sido un pulso entre la Fiscalía y Ayuso: al Fiscal no se le juzgaba por el pleito del novio de Ayuso, sino por un delito de revelación de secretos que vulneraba el derecho a la defensa de un ciudadano; el pleito fiscal del novio de Ayuso sigue su curso en otra instancia. No, esto no ha sido un «golpe judicial»: ha sido una sentencia como tantas otras, sin más rasgo diferencial que las implicaciones políticas del caso.
La izquierda española y sus aliados separatistas, sin excepción relevante, están sometiendo a la opinión pública a una violencia absolutamente inaceptable. Están utilizando este asunto como combustible para avivar un fuego, el de sus votantes, que se extinguía a toda velocidad ahogado por la corrupción. Lo que están construyendo es un auténtico «Himalaya de mentiras», por utilizar la fórmula de Julián Besteiro. Lo están haciendo para levantar una barrera ante lo que pueda venir, especialmente los numerosos casos judiciales abiertos por la corrupción del Gobierno y sus aledaños. A la tarea se han empleado todas las terminales del poder, así políticas como mediáticas, difundiendo un relato falso de arriba abajo y cargándolo con todos los acentos guerracivilistas posibles. A la recua de acémilas que habitualmente suele seguir a los demagogos se le puede disculpar su ignorancia, pero a los políticos y a los periodistas que están encendiendo el fuego, no. Toda esta gente sabe perfectamente que lo que dice es mentira, una burda manipulación. Sabe también que su discurso puede romper la paz civil, esa misma paz civil a la que se refería recientemente Felipe González. Sabe, por supuesto, que al final todo consiste en salvar como sea a un presidente del Gobierno que corre un serio riesgo de acabar en la cárcel por corrupto. Y esto hace que su campaña, además de falsaria, sea indecente y miserable.
Todas las izquierdas europeas (como las derechas) han tenido sus episodios de corrupción y sus consecuentes condenas, ayer y hoy. Ninguna ha planteado una reacción tan violenta como la actual izquierda española, denunciando a los tribunales como fascistas. Tenemos la izquierda más bestia de Europa. Lo que está demostrando este funesto episodio es que para nuestra izquierda —otra vez— no cabe en el país nada que no sea la izquierda. Es la misma tacha que la caracteriza desde sus primeros tiempos. Esta gente sueña con un mundo donde sólo quepa ella («reventar a la derecha», ¿no?), donde la Justicia sea ella, donde la democracia sea ella, donde la palabra sólo la tenga ella. Lanzada a toda velocidad por ese camino de primitivización que glosábamos hace pocas semanas, la izquierda española, que nunca ha tenido mucha cabeza, se está acercando de nuevo a los planteamientos de aquel demente llamado Largo Caballero: si la derecha entra en el Gobierno, vamos a la guerra civil. La diferencia es que Largo Caballero aún creía realmente en la dictadura del proletariado, pero estos de ahora la usan para tapar las bragas de Jessica, las chistorras de Koldo, los negocios de Begoña, las alcantarillas de Leire y las mordidas del Gobierno en general. Por el camino, van a acabar metiéndonos otra vez —¡otra vez!— en un callejón sin más salida que la violencia.
De verdad, muchachos, qué hasta la coronilla estamos todos de vuestro fanatismo, de vuestra cerrilidad, de vuestra irresponsabilidad. La izquierda más bestia de Europa.
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