'LA SAETA RUBIA'
Di Stéfano o el Sebastián Bach del fútbol
Andrés Amorós se pregunta quién es el mejor jugador de todos los tiempos: "el que lo vio jugar, lo sabe".
ANDRÉS AMORÓS
2014-06-14
En muchas ocasiones surge la viejísima cuestión: ¿quién ha sido el mejor futbolista de todos los tiempos? Por muy liberal que uno intente ser, hay cosas que no admiten discusión: el mejor novelista es Miguel de Cervantes; el mejor autor de teatro, William Shakespeare; el mejor futbolista, Alfredo Di Stéfano. Y punto (como ahora dicen, para cerrar un tema evidente).
No se trata de una preferencia personal sino de datos objetivos. (Así se lo he comentado, por ejemplo, a expertos tan notorios como Petón y Jorge Valdano). Era el jugador más completo. Podía jugar en todos los puestos: de delantero, por supuesto, pero también de medio, dirigiendo al equipo; si hacía falta, de defensa y hasta de portero (así lo hizo una vez, en un derby argentino, jugando contra el Boca, cuando se lesionó Carrizo).
Di Stéfano leyendo la prensa tras disputar las semifinales de la Copa de Europa de 1960
Con la pelota, era capaz de hacerlo todo: regateaba, centraba, gambeteaba, distribuía, remataba con el pie o con la cabeza, tenía visión de la jugada, dirigía a todo el equipo...
Además, era muy rápido: de cabeza y de movimientos. En Argentina le apodaron, por eso, "La Saeta rubia". Para expresar su admiración, le cantaban: "Socorro, socorro, / que viene la Saeta, / con su propulsión a chorro". Una vez, marcó un gol a los ochos segundos de haber comenzado el partido.
Y tenía lo que a muchos jugadores muy técnicos les falta: carácter ganador, genio (bueno o malo, según hiciera falta). En 1952, jugó en Chamartín, en las filas del Millonarios. A Bernabéu le deslumbró en una jugada sin importancia: poco antes del final, cuando su equipo iba ganando, se pegó una carrera de sesenta metros para evitar que el balón saliera, por la banda. Según cuentan, don Santiago solamente dijo: "Quiero a ese argentino". Supo verlo. Así comenzó la etapa más gloriosa en la historia del Real Madrid.
Los jugadores del Madrid Raymond Kopa, Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas.
Hay otra anécdota que retrata perfectamente su carácter. En los octavos de final de la segunda Copa de Europa, el Madrid ganó cuatro a dos al Rapid de Viena, en Chamartín. En el partido de vuelta, en Viena, el equipo sufrió muchísimo. El campo estaba cubierto de nieve, los jugadores madridistas habían elegido mal las botas y resbalaban continuamente. También fueron cayendo los goles del Rapid: uno, dos, tres. Al llegar el descanso, el Madrid se había quedado con diez jugadores, por lesión (entonces no había posibilidad de sustituciones) y se veía eliminado. Bajó a los vestuarios el Presidente y les dirigió su famosa "santiaguina": "Aquí hay algunos señores que, en vez de venir a jugar al fútbol, lo han hecho para asistir a una verbena. Piensen que no sólo están representando al Real Madrid sino a España. Y a ese grupo de españoles que trabajan fuera de su patria y que se enorgullecen de los triunfos de un equipo hispano".
Un gol de Di Stéfano igualó la eliminatoria. Luego, se colocó de defensa central y no volvió a pasar por allí ningún delantero del Rapid: eliminatoria igualada. En el desempate (hábilmente "trabajado" por Saporta) el Madrid ganó con facilidad. Pero lo que hizo Di Stéfano, marcar el gol e impedir que los rivales lo marcaran, no eran capaces de hacerlo – lo digo con todos los respetos – ni Maradona ni Pelé.
Di Stéfano celebrando un gol
El Barcelona, por medio de Samitier, compró los derechos de Di Stéfano al River Plate; el Madrid, por medio de Saporta, se los compró al Millonarios. El conflicto fue épico y la decisión, salomónica: jugaría cada año con un equipo, comenzando con el Madrid. El Barcelona, ofendido, renunció a sus derechos: ¡cuánto tuvo que lamentarlo! Y muchos aficionados catalanes soñaron con lo que hubieran hecho, juntos, Kubala y Di Stéfano...
Otra vieja historia: una tarde, en Chamartín, empataba el Madrid con el Atleti. Poco antes del final, recibió la pelota Di Stéfano, de espaldas, en el centro del ataque, y, sin darse la vuelta, la desvió. Nadie se enteró de lo que hizo. Cuando nos quisimos dar cuenta, el balón estaba en el fondo de la red. Lo hemos visto de nuevo, en el No-Do: probablemente, don Alfredo estaba en fuera de juego (entonces se decía "órsai", castellanizado el "off side") pero nadie lo advirtió: habíamos descubierto lo que era un gol de tacón, de espaldas.
La cumbre máxima llegó en aquella final de Glasgow, en 1960: entre don Alfredo y Puskas ("Pancho Puskas", "Cañoncito Pum") metieron siete goles a tres al Eintracht. En ninguna final de Copa de Europa se ha igualado ese tanteo. En el descanso – lo ha contado Di Stéfano – bajó don Santiago Bernabéu al vestuario para amenazar al que se atreviera a dar un pase más de tacón
En Wembley en octubre de 1960
Pelé podía lucir más malabarismos; Maradona, regates más geniales; Cruyff, más sutilezas... Pero don Alfredo Di Stéfano era otra cosa. Se definió siempre como un simple "jugador de equipo", porque "ninguno es tan bueno como todos juntos". En su caso, eso no es verdad: él sí lo era. En términos futbolísticos, era "el más grande", como Marcial Lalanda; "el número uno", como Luis Miguel Dominguín.
Podemos usar también la comparación con la música clásica. A algunos les puede agradar más una melodía de Mozart o de Beethoven pero – para mí, al menos – no cabe duda de que Juan Sebastián Bach es, pura y simplemente, la Música. (Con mayúsculas). Igual que don Alfredo Di Stéfano es el Fútbol. El que lo vio jugar, lo sabe...
Como decía Antonio Machado “Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
ResponderEliminarCon la muerte de Alfredo Di Stéfano, me bullen tantos recuerdos en mi cabeza, que como tantas cosas en la vida nunca se volverá a vivir. Pero siempre habrá que dar gracias a Dios por haber tenido la gran suerte de haber tenido una infancia y una adolescencia que me ha permitido vivir con intensidad una de las pasiones de mi vida, el fútbol.
Han pasado tantos años desde esa niñez y adolescencia, pero a pesar de ello, los recuerdos afloran a mi mente como una catarata de sentimientos y añoranzas.
Viví el principio de esa época gloriosa del Real Madrid, con un plantel de jugadores que hacían del fútbol arte.
Hoy no debe de ser un día triste, todo lo contrario. Hemos disfrutado de tener entre nosotros a una persona querida y admirada durante 88 años, los recuerdos están tan vivos que parece que está entre nosotros.
Se está escribiendo cosas tan bonitas como lo que dice Juan Lamarca “Alfredo Di Stéfano había llegado para hacer grande al Real Madrid”.
Mi más sincera condolencia a su familia y un eterno descanso para el recordado Di Stéfano.
P F