martes, 16 de septiembre de 2014

Salamanca. Los “hijos” de Navalón y qué fue de aquel tendido 8 / por J. A. del Moral


La tarde terminó con los tres más afortunados en el sorteo con su salida a hombros y con pitos para Ponce en su despedida que, espero y deseo sea la última de su vida en La Glorieta en donde siempre le odiaron aunque también aquí triunfó cortando el último rabo que se ha concedido en esta plaza

 Los “hijos” de Navalón y qué fue de aquel tendido 8
  • Por lo que a mí respecta, jamás volveré a sentarme en semejante basurero repleto de gentuza. Dicho quede.

Hacía algunos años que no pisaba la Plaza de La Glorieta de Salamanca. Por fuera me la encontré impecable, repintada, reluciente… Sus alrededores perfectamente urbanizados. Bien y equilibradamente situadas en el jardín delantero las estatuas en bronce de El Viti, de El Niño de la Capea y de Julio Robles, los tres grandes toreros de la tierra que tantas tardes de gloria dieron en todo el orbe y, claro, también en el coso de la capital charra aunque nos quepa recordar que a Pedro Moya, ya don Pedro con todos los aditamentos de felicidad familiar y disfrute de lo ganado con el sudor de su frente y no pocos percances, se las hicieron pasar canutas. Y es que en La Glorieta no le mimaron precisamente. Más bien le envidiaron con lo que la envidia acarrea en esta España nuestra de la que el Nobel Cela dijo que había tantos hijos de puta que, se si pusieran todos a volar, se nublaría el país entero…

El carácter de los salmantinos es así. No perdonan la riqueza cuando les llega a los humildes. Pero bueno, ahí estaba su plaza de toros a la espera de acontecimientos que fueran aconteciendo como en las demás del mundo. Como estaba, ay estaba pero ya no está y en plena actividad, el famoso Gran Hotel junto a la maravillosa Plaza Mayor y lindante con la impresionante y hermosísima monumentalidad de la ciudad. Una de las más bellas del mundo. Aquel Gran Hotel fue el corazón taurino de Salamanca y, sin él de por medio, el ambientazo taurino que tuvo Salamanca se acabó siempre… ¡Qué pena!

Y lo que lo que nos faltaba por ver… Ayer sufrimos una gran decepción aún mayor si cabía con el público que casi llenaba los tendidos y, sobre todo, con el comportamiento de los que ocupaban el tendido 8, de siempre tenido por el más señorial y el más entendido de la plaza salmantina. Sería en mis años mozos y hasta hace unos quince años, porque ahora… Ayer eché más de menos que nunca a los que allí se sentaban desde las barreras a las gradas. Eché de menos el señorío que inundaba ambientalmente esta parte de los tendidos en todas las corridas de su feria. Los grandes señores ganaderos de la tierra y los más grandes aficionados del lugar. Nombrarles uno por uno, tanto a ellos como a los miembros más ilustres de sus familias, sería alagar demasiado esta crónica…La mayoría de los ganaderos han muerto y a otros que siguen vivos les echaron tras haber sufrido una barbaridad cuando tuvieron que dejar de criar sus reses por culpa de la injusta y a la postre desdichada campaña que dio al traste con tantos encastes señeros.

Aquellos coquillas de Sánchez Fabrés, aquellos de don Francisco Galache, aquellos patas blancas de los Cobaleda… qué se yo cuantos más terminaron aburridos o desaparecidos, como posteriormente los del inolvidable don Atanasio Fernández aunque su simiente, por fortuna, todavía está viva en lo que mantiene la familia Fraile…

Fue un lugareño de la tierra uno de los que acabaron con todo esto y también con el ambiente de señorial respeto que dominaba en La Glorieta. Me refiero al tristemente famoso Alfonso Navalón que Dios tenga en su Gloria si es que permitió que entrara. Navalón capitaneó desdichadamente el grupo de los críticos más encopetados de aquellos años en los que mandaron en La Fiesta mucho más que los grandes protagonistas del toreo y de la ganadería brava de entonces. Al Navalón se unieron, pese a lo mucho que odiaban unos a otros, los Zabala papá, Joaquín Vidal y Molés con su inseparable Mariví Romero junto a un numeroso enjambre de lacayos para que las reses de lidia tuvieran uno o dos años más de edad, cien y hasta doscientos kilos más de peso y un palmo o palmo y medio más de alzada. Bajo tales edades, medidas y con las hechuras descompasadas, cayeron los encastes citados, más los de otras tierras ganaderas con los Santacolomas a la cabeza…

Pero es que, además, también por culpa de estos indeseables sujetos y, posteriormente, también por los dichosos coloquios – todavía queda uno que vive de un banco con el nombre del rio Duero – fue cambiando el comportamiento del público de La Glorieta hasta convertirlo en lo que ayer pudimos apreciar tan atónitos como disgustados.


Fue cuando a Enrique Ponce le salió un manso fuerte con mucho peligro y, a la hora de intentar pasarlo de muleta resultó un barrabás. Ponce, tras intentar lo que fue imposible, macheteó sobre las piernas con torería añeja y lo liquidó de pinchazo y estocada. En los buenos tiempos, los del ocho le habrían ovacionado con fuerza. Ayer le abroncaron e insultaron gravemente llamándole payaso, sinvergüenza, canalla, teñido, viejo, abuelo, piltrafa, canalla y no digo más porque las demás cosas que le gritaron son irreproducibles… Claro que, los que así intentaron mortificarle y dañarle aviesamente cual serpientes venenosas, quedaron retratados de por vida…
Eran los hijos de Navalón y el producto final de los coloquios. Eran, son y tristemente serán los que acabaran definitivamente con el prestigio que tuvo La Glorieta.


Y dicho esto para que conste, hablemos de lo que pasó el esta corrida de Garcigrande-Domingo Hernández para Enrique Ponce (de amapola y oro), El Juli (de azul prusia y oro), Miguel Ángel Perera (de esmeralda y oro) y el joven nuevo valor de la tierra, Juan del Álamo ( depalo de rosa y oro).

Desigualmente presentada con tres livianos y tres bastante más cuajados, dieron asimismo desigual juego. El que abrió plaza, blando y a penas manejable por el lado derecho en muy soso, sin fuerza ni casta y, por ello, sin la más mínima trasmisión. Ponce, correcto, le dio una buena tanda con la derecha y allí se acabó el poco carbón que tuvo el animal. Pinchazo y estocada defectuosa. Silencio tras no pocos pitos.

El segundo tampoco fue bueno, incuso tuvo guasita, aunque, eso sí, la trasmitió. Resultó manejable en las sabias manos de El Juli que lo mató de horrible espadazo en su versión del salto que tanto practica últimamente. La presidencia le regaló una oreja pedida sin mayoría de pañuelos por lo que fue protestada al iniciar la vuelta al ruedo con tan barato despojo en su mano.

El tercero fue un gran toro para el toreo de muleta a por todos los conceptos. Pese a los muchos capotazos que le dieron por no hacer lo que conviene cuando un animal huye de capotes, irse por su cuenta al caballo, permitiendo que se pique solo, llegó a la faena para que Perera se explayara totalmente conforme al gran momento que atraviesa este año. La mejor campaña de su vida y en campeón indiscutible de la contienda. Relatar los pormenores del brillante, firmísimo y templado trasteo sería repetir lo que llevamos dicho sobre Miguel Ángel en un montón de ocasiones. Una más pues y van…. Suma y sigue…

El cuarto tuvo un comportamiento de manejable sin clase. A la par anduvo Juan del Álamo, lógica y constantemente apoyado por sus paisanos que le regalaron una oreja a cuenta de una certera y eficaz estocada que recetó aguantando a toro arrancado, casi a un tiempo.

De lo que hizo el marrajo quinto y de lo que pasó con Ponce ya quedó escrito antes. Solamente resaltar el gran y largo puyazo que recibió de José Palomares. Puyazo que, por cierto, no fue suficiente porque, pese a lo que sangró el bruto animal, llegó intratable y con mucho peligro a la muleta.

El sexto fue otra de las tres bolas blancas de la corrida. El Juli anduvo esplendido en el fondo y horrible en las formas, cuajándolo de cabo a rabo en redonda y completa faena que, por cierto, brindó a El Viti. Inevitable fue pensar en lo que abríamos disfrutado si el brindis hubiera sido al revés… Tras el eficaz aunque feo espadazo que recetó, le fueron concedidas dos orejas por aclamación unánime.

El séptimo y ya estábamos cansados de tanto toro como casi siempre en tarde de ocho, no fue tan bueno ni tan completo como el tercero. Pero Perera volvió a su magnífico ser y estar. Cortó una tercera oreja.

Y el último, pese a mansear de salida fue el tercero de los mejores del envío. Juan del Álamo anduvo bastante mejor que antes y, por supuesto, le dieron las dos orejas con enorme complacencia de sus paisanos.

Y eso fue todo, someramente relatado. La tarde terminó con los tres más afortunados en el sorteo con su salida a hombros y con pitos para Ponce en su despedida que, espero y deseo sea la última de su vida en La Glorieta en donde siempre le odiaron aunque también aquí triunfó cortando el último rabo que se ha concedido en esta plaza. No merece la pena que un pedazo de torero como es Enrique Ponce vuelva al patíbulo que siempre le tendrían guardado los salmantinos aunque se lo pida de rodillas Pablito Chopera. Para qué, Pablo, para qué… Además, para qué delante de unos tendidos convertidos, como desgraciadamente otros muchos, en el bar más grande de la ciudad. En el tristemente retratado tendido del 8, sobre nuestras cabezas también cayó una lluvia de insultos de todas clases cuando unos borrachos que no cesaron de salir y de entrar con copas no aguantaron que les peguntáramos si no se habían dado cuenta de lo imposible y peligroso que había sido el segundo toro de Ponce. Por lo que a mí respecta, jamás volveré a sentarme en semejante basurero repleto de gentuza. Dicho quede.

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