miércoles, 29 de mayo de 2019

Las elecciones de 2019 y el triunfo de la anti-España: apunte teológico en torno al evento / Por José Antonio Bielsa Arbiol



El lema del nuevo españolito sin atributos, apóstata entumecido sin escapulario, es simple: “cuanto peor, mejor“. 
Españoles, ¿acaso habéis firmado vuestra sentencia de muerte? ¿Una vez más?

Las elecciones de 2019 y el triunfo de la anti-España: apunte teológico en torno al evento

Inútil pretender extraer del sainete electoral del domingo, con todas sus irregularidades, una lectura en clave clínico-política: la verdadera entraña del problema, la lectura quintaesenciada que debería hacerse desde el núcleo duro (y profundo) del evento, es, por sobre todo, teológica. Ya lo decodificó el preclaro Donoso Cortés en su capital Ensayo; al magno texto decimonónico remitimos.

El triunfo de la anti-España es por tanto el triunfo visceral del nuevo satanismo (encriptado) de Estado: devenido Estado anti-Cristo, el español agoniza en la rebaba de su apostasía, y lo hace tras los últimos espasmos que mutarían su esencia intrahistórica tras el (infausto) Régimen del 78, con la democratización de la moral masónica y sus disolventes frutos: de la cepa del pecado a la subversión de la Ley natural sólo resta un bostezo huero, de simio satisfecho.

Esas masas entontecidas, ebrias en su fiebre hedonista y maltrecha, pulularon el Día D por los espacios del Reino rumbo a las urnas: del centro comercial a las urnas, de la casa de apuestas a las urnas, del abortorio a las urnas… Todo terminaba por así decir en las urnas. La fe del demócrata, a falta de un Dios que colme un horizonte existencial, se reduce a esa seudo-fe en unas cajas de plástico. Y es que esas cajas, llenas de papeletas sin alma, simbolizan no sólo el oprobio del pueblo envilecido, vejado, sin agarraderos a los que adherirse, sino también el salvoconducto de su traición a las cosas más santas. Pero el demócrata, para qué engañarnos, no entiende de cosas santas.

El resultado del embolado, el más o menos peor de los resultados posibles (mas intercambiable en su remate), sólo podía ratificar (por enésima vez) la miseria moral y la putrefacción irreversible de una España sin mañana, que agoniza, como los romanos de la decadencia de Couture, entre los efluvios orgiásticos de una noche de pecado ofrendada a un Baco moribundo.

El lema del nuevo españolito sin atributos, apóstata entumecido sin escapulario, es simple: “cuanto peor, mejor“. 

Españoles, ¿acaso habéis firmado vuestra sentencia de muerte? ¿Una vez más?

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