Domingo de Resurrección 2024, Sevilla. Fotograma: OneToro
Y los que pensaban, al borde de la tumba, que había que ser blandos con la moribunda, recobraron la dureza y la exigencia del máximo toro, torero y toreo. Como dice José Ramón Márquez en su crónica sobre la faena de El Cid a “Marinero” de Ana Romero, el martes pasado en Zaragoza: “…que los jóvenes algún día digan que vieron torear a un hombre de la manera en que torean los hombres de verdad. Sin amaneramientos, cursiladas ni floripondios”.
Casi un renacimiento
Jorge Arturo Díaz Reyes
CronicaToro/29 Abril 2024
El mundo del toro salió de la pandemia, cuándo se pensaba que quizá había sido el golpe definitivo, y los antitaurinos apesadumbrados temían quedarse sin el crédito.
Por el contrario. Pese a su terebrante insidia, estos últimos años han sido casi un renacimiento. Rebrotaron los públicos. Reabrieron las ferias. El número de festejos aumentó por encima de la prepeste. Las ganaderías no dan abasto. Refluyó el dinero. Las figuras que habían huido reaparecieron. Los más de los héroes, que durante la prolongada cuarentena mantuvieron vivo el fuego, retornaron a su olvido…
Y los que pensaban, al borde de la tumba, que había que ser blandos con la moribunda, recobraron la dureza y la exigencia del máximo toro, torero y toreo. Como dice José Ramón Márquez en su crónica sobre la faena de El Cid a “Marinero” de Ana Romero, el martes pasado en Zaragoza: “…que los jóvenes algún día digan que vieron torear a un hombre de la manera en que torean los hombres de verdad. Sin amaneramientos, cursiladas ni floripondios”. Mientras otros, claro, volvían a clamar furiosos por todo lo contrario.
Mejor dicho, con este bienvenido retorno a la próspera normalidad, también se restableció aquello de “dos taurinos, tres opiniones”. A cuál más apasionada e intransigente. Cada una tenida por única valedera, y las otras por herejías intolerables. Los obcecados por la idolatría, el señuelo triunfo-derrota y el deseo de prevalencia, pugnan como en la política o el fútbol... Voy por la mía con la razón o sin ella.
Esas fobias, adicciones e intereses que sesgan la realidad, también salieron de la cueva hibernante con tanta o más fuerza que antes. Qué si lidia, qué si arte. Como si la lidia en sí misma no fuese arte, y el arte lidia. O “El arte de torear”, que tituló PepeHillo hace más de dos siglos.
El rito trágico, que recitaba Unamuno, suigéneris por demás, en el cual, cómo en todos, caben infinitas expresiones y matices, tantos como toros, hombres y circunstancias puedan darse. Pero a diferencia de todos, siempre y cuando estén avalados por la ética. Toro, torero y toreo auténticos. Con tales premisas, todas las tauromaquias y gustos valen, sino no.
Aquel dogma de lo bonito por lo bonito. De que el toro, en últimas, es el instrumento del artista y debe supeditarse a su necesidad (“por el bien del espectáculo”), es en definitiva una negación o al menos una perversión.
El arte total, y la tauromaquia es uno, va de la belleza a la fealdad, de la exquisitez a la crudeza, de la emoción a la conmoción. ¿Acaso no son arte porque no son bonitos: el cuadro de Goya “Cronos devorando a sus hijos”; el drama de Sófocles, “Edipo rey”, destinado a matar a su padre, cohabitar con su madre y sacarse los ojos; la escultura clásica anónima, “Lacoonte y sus hijos, atacados por las serpientes”; o el toro agónico, tambaleándose por la “Estocada de la tarde” de Benlliure?
Las deseadas concurrencias, para quienes se torea, también son diversas y plurales, afortunadamente. Qué tal que se les exigiera pensamiento único. Ya para velar por los principios, aplicar el reglamento y dar ejemplo están las presidencias. Que también despertaron a lo suyo con igual diversidad. Hay que ver.
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